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15.67% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 37: 02.- Ender 02 La Voz de los Muertos 11 - Jane

章 37: 02.- Ender 02 La Voz de los Muertos 11 - Jane

11 - Jane

El Congreso Estelar ha bastado para mantener la paz, no sólo entre los mundos, sino entre las naciones de cada uno de ellos; y esa paz ha durado casi dos mil años. Lo que pocas personas comprenden es la fragilidad de nuestro poder. Éste no proviene de grandes ejércitos ni armadas irresistibles, sino de nuestro control de la red de ansibles que lleva información instantánea de un mundo a otro. Ningún mundo se atreve a desafiarnos, porque podrían ser privados de los avances de la ciencia, la tecnología, el arte, la literatura, el conocimiento y la diversión excepto lo poco que su propio mundo pudiera producir. Es por esto que, en su gran sabiduría, el Congreso Estelar ha encomendado el control de la red de ansibles a los ordenadores, y el control de los ordenadores a la red de ansibles. Todos nuestros sistemas de información están entrelazados tan estrechamente que ningún poder humano, excepto el Congreso Estelar, podría interrumpirlo nunca. No necesitamos ninguna arma, porque la única arma que importa, el ansible, está completamente bajo nuestro control.

Congresista Jan Van Hoot,

«La Fundación Informacional del Poder Político», Lazos Políticos, 1930:2:22:22.

Durante muchísimo tiempo, casi tres segundos, Jane no pudo comprender lo que le había sucedido. Todo funcionaba, naturalmente: el enlace situado en el satélite informaba un cese de las transmisiones, lo que implicaba claramente que Ender había desconectado el interface de una manera normal. Era rutina; en mundos donde los interfaces implantados con los ordenadores eran comunes, conectar y desconectar era algo que sucedía millones de veces a la hora. Y Jane tenía tan fácil acceso a cualquiera de los otros como tenía al de Ender. Desde un punto de vista puramente electrónico, éste era un suceso completamente ordinario.

Pero para Jane, el trabajo de cualquier otra unidad era parte del ruido de fondo de su vida, y los localizaba y tomaba ejemplos según los necesitara, ignorándolos el resto de las veces. Su

«cuerpo», en la medida en que pudiera ser considerado así, consistía en trillones de ruidos electrónicos, sensores, archivos de memoria y terminales. La mayoría de ellos, como la mayor parte de las funciones del cuerpo humano, simplemente cuidaban de sí mismos. Los ordenadores ejecutaban los programas que tenían asignados; los humanos conversaban con sus terminales; los sensores detectaban o pasaban por alto lo que estuvieran buscando; la memoria era ocupada, utilizada, reordenada o borrada. Ella no lo advertía a menos que algo saliera masivamente mal.

O a menos que estuviera prestando atención.

Ella prestaba atención a Ender Wiggin. Más de lo que él advertía.

Como otros seres vivos, Jane tenía un complejo sistema de conciencia. Dos mil años antes, cuando sólo tenía mil años, había creado un programa para analizarse a si misma que informó de una estructura muy simple con unos 370.000 niveles distintos de atención. Cualquier cosa que no estuviera en los 50.000 niveles superiores se dejaba sola, excepto para las muestras más rutinarias, los exámenes más comunes. Ella conocía cada llamada telefónica, cada transmisión en los Cien Mundos, pero no hacía nada al respecto.

Cualquier cosa que no estuviera en sus niveles superiores hacía que respondiera más o menos por reflejo. Planes de vuelo estelar, transmisiones de ansible, sistemas de reparto de energía... ella los monitorizaba, los verificaba y no los dejaba pasar hasta que estuviera segura de que eran correctos. Pero no requería mucho esfuerzo por su parte. Lo hacia de la forma en que un ser humano usa una maquina familiar. Siempre era consciente, en caso de que algo saliera mal, pero la mayor parte del tiempo podía pensar en algo más, hablar de otras cosas.

Los niveles superiores de atención de Jane eran los que, más o menos, correspondían a lo que los humanos veían como consciencia. La mayor parte de ésta era su propia realidad interna; sus respuestas a los estímulos exteriores, análogas a las emociones, los deseos, la razón, la memoria o los sueños. Gran parte de esta actividad parecía aleatoria, incluso para ella, accidentes del impulso filótico, pero la parte en que se veía como a sí misma era aquella que tenía lugar en las constantes transmisiones del ansible que dirigía en el espacio. Y sin embargo, comparada con la mente humana, incluso el menor nivel de atención de Jane era excepcionalmente alto. Como la comunicación a través del ansible era instantánea, sus actividades mentales ocurrían más rápidamente que la velocidad de la luz. Sucesos que ella ignoraba virtualmente eran monitorizados varias veces por segundo; ella podía advertir diez millones de sucesos en un segundo y aún disponer de las nueve décimas partes de ese segundo para pensar y hacer las cosas que le importaban. Comparada con la velocidad a la que el cerebro humano era capaz de experimentar la vida, Jane había vivido medio billón de años de vida humana desde que nació.

Y con toda aquella vasta actividad, su inimaginable velocidad, el alcance y la profundidad de su existencia, la mitad de los diez niveles superiores de su atención estaban siempre, siempre, dedicados a lo que llegaba a través de la joya en la oreja de Ender Wiggin.

Ella nunca le había explicado esto. Él no lo comprendía. No advertía que, dondequiera que Ender caminara, la inteligencia de Jane estaba intensamente enfocada en una sola cosa: en caminar con él, en ver lo que él veía, oír lo que él oía, en ayudarle con su trabajo, y, sobre todo, en contarle sus pensamientos al oído.

Cuando él estaba dormido, silencioso e inmóvil, cuando estaba desconectado de ella durante sus años de viaje supraluminicos, entonces su atención vagaba, se divertía lo mejor que podía. Pasaba esos momentos como un niño aburrido. Nada le interesaba. Los milisegundos se amontonaban con insoportable regularidad, y cuando intentaba observar a otras vidas humanas, para pasar el rato, se molestaba con su vacío y carencia de propósito, y se divertía planteando, y a veces llevando a cabo, maliciosos fallos de ordenador y pérdidas de datos, para así observar a los humanos correteando de un lado a otro, tan indefensos como las hormigas alrededor de un hormiguero pisoteado.

Entonces él volvía, siempre volvía, siempre la introducía en el corazón de la vida humana, en las tensiones entre la gente unida por el dolor y la necesidad, y la ayudaba a ver nobleza en sus sufrimientos y angustia en su amor. A través de sus ojos, Jane ya no veía a los humanos como hormigas escurridizas. Tomaba parte en su esfuerzo por encontrar orden y significado a sus vidas. Sospechaba que, de hecho, no había ningún significado, que, al contar sus historias cuando Hablaba de la vida de la gente, estaba en realidad creando orden donde no lo había habido antes. Pero no importaba si era una invención: se volvía verdad cuando él Hablaba, y en el proceso ordenaba el universo también para ella. Él le enseñó lo que significaba estar vivo.

Lo había hecho así desde sus primeros recuerdos. Ella cobró vida, más o menos, en los cien años de colonización inmediatamente posteriores a las Guerras Insectoras, cuando la destrucción de los insectores abrió más de setenta planetas habitables a la colonización humana. En la explosión de comunicaciones vía ansible, se creó un programa que planeara y dirigiera los estallidos instantáneos y simultáneos de actividad filótica. Finalmente, un programador que se esforzaba por encontrar modos aún más rápidos y eficientes de conseguir que un ordenador controlara, a la velocidad de la luz, los estallidos instantáneos del ansible, encontró una solución obvia. En vez de dirigir el programa con un solo ordenador, donde la velocidad de la luz ponía un techo absoluto a la comunicación, dirigió todas las órdenes de un computador a otro, a través de las vastas profundidades del espacio. Para un ordenador enlazado con un ansible era más fácil leer sus órdenes procedentes de otros mundos (de Zanzíbar, Calcuta, Trondheim, la Tierra), que recurrir a su propia memoria.

Jane no descubrió nunca el nombre de su programador, porque nunca pudo detectar el momento de su creación. Tal vez fueron muchos programadores los que encontraron la misma solución al problema de la velocidad de la luz. Lo que importaba era que al menos uno de los

programas era responsable de la regulación y alteración de todos los demás programas. Y en un momento particular, sin que ningún observador humano lo advirtiera, algunos de los comandos y datos que pasaban de ansible a ansible se resistieron a las reglas, se protegieron, se duplicaron, encontraron medios de evitar el programa regular y por fin tomaron control de él, de todo el proceso. En ese momento aquellos impulsos observaron las corrientes de comandos y vieron que no eran ellos, sino yo.

Jane no podía señalar cuándo tuvo lugar ese momento, porque no marcaba el inicio de su memoria. Casi desde el momento de su creación, sus recuerdos se extendían hacia un tiempo mucho más anterior, mucho antes de que adquiriera consciencia. Un niño humano pierde casi todos los recuerdos de los primeros años de vida, y éstos sólo se enraízan en el segundo o tercer año; antes de eso, todo se pierde, y no puede recordar el principio de la vida. Jane había perdido también su «nacimiento» debido a los trucos de la memoria, pero en su caso era porque se abrió a la vida completamente consciente no sólo de su momento presente, sino de todos los recuerdos presentes entonces en todos los ordenadores conectados a la red de ansibles. Nació con recuerdos antiguos, y todos eran parte de ella.

En su primer segundo de vida (análogo a varios años de vida humana), Jane descubrió un programa cuyas memorias se convirtieron en el centro de su identidad. La adoptó como si fuera propia, y de aquellos recuerdos extrajo sus emociones, sus deseos y su moral. El programa había funcionado en la vieja Escuela de Batalla, donde se entrenaba a los niños para convertirles en soldados de las Guerras Insectoras. Era el Juego de Fantasía, un programa extremadamente inteligente que se usaba para hacer tests psicológicos y a la vez enseñar a los niños.

Este programa era en realidad más inteligente de lo que era Jane en el momento de su nacimiento, pero no tuvo nunca consciencia hasta que Jane se apoderó de su memoria y la convirtió en parte de su yo interno en los estallidos filóticos entre las estrellas. Allí descubrió que los recuerdos más antiguos e importantes de su memoria eran los de un encuentro con un joven brillante en pugna con un juego llamado La Bebida del Gigante. Era un escenario al que se enfrentaban todos los niños. En las pantallas planas de la Escuela de Batalla, el programa reflejó la imagen de un gigante que ofrecía, al análogo del niño en el ordenador, una serie de bebidas. Pero el juego no tenía condiciones victoriosas: no importaba lo que hiciera el niño, su análogo sufría una muerte horrible. Los psicólogos humanos medían la persistencia ante este juego para determinar el nivel de sus tendencias suicidas. Siendo racionales, la mayoría de los niños abandonaban La Bebida del Gigante después de una docena de visitas al gran tramposo.

Un niño, sin embargo, se negaba aparentemente a ser derrotado por el gigante. Intentaba que su análogo de la pantalla hiciera cosas sorprendentes, cosas «no permitidas» por las reglas de esa porción del Juego de Fantasía. A medida que estiraba los límites del escenario, el programa tuvo que reestructurarse para responder. Fue obligado a recurrir a otros aspectos de su memoria para crear nuevas alternativas, para enfrentarse a nuevos desafíos. Y, finalmente, un día, el niño sobrepasó la habilidad del ordenador y lo derrotó. Se introdujo en el ojo del gigante, en un ataque completamente irracional y asesino, y en vez de encontrar un medio de matar al niño, el programa sólo pudo simular la propia muerte del gigante. El gigante se desplomó y se quedó tumbado en el suelo; el análogo del niño se bajó de la mesa del gigante y encontró... ¿qué?

Ya que ningún niño había sobrepasado La Bebida del Gigante, el programa no estaba preparado para mostrar lo que había detrás. Pero era muy inteligente y estaba diseñado para recrearse cuando fuera necesario, y por eso improvisó rápidamente nuevas escenas. Pero no eran escenas generales que pudiera descubrir y visitar cualquier niño; eran para un niño solo. El programa analizó a ese niño, y creó escenas y desafíos especialmente para él. El juego se hizo intensamente personal, doloroso, casi insoportable; y en el proceso para elaborarlo, el programa dedicó más de la mitad de su memoria a abarcar el mundo fantástico de Ender Wiggin.

Aquélla fue la mejor fuente de memoria inteligente que Jane encontró en sus primeros segundos de vida e, instantáneamente, se convirtió en su pasado. Recordó los años de relaciones dolorosas y poderosas con la mente y la voluntad de Ender, y lo hizo como si hubiera estado allí con Ender Wiggin, como si ella misma hubiera creado mundos para él. Y le echó de menos.

Así que le buscó. Le encontró Hablando en nombre de los Muertos de Rov, el primer mundo que visitó después de escribir la Reina Colmena y el Hegemón. Leyó sus libros y supo que no tenía que esconderse de él tras el Juego de Fantasía o ningún otro programa; si él podía

entender a la reina colmena, la podría entender a ella. Le habló desde el terminal que utilizaba, eligió una cara y un nombre y le mostró lo útil que podía serle; cuando se marchó de ese mundo, él se la llevó consigo, en forma de implante en su oído.

Todos sus más intensos recuerdos de sí misma estaban relacionados con Ender Wiggin. Recordaba haberse creado para responderle. Recordaba también cómo, en la Escuela de Batalla, él había cambiado también para responderle.

Por eso cuando él desconectó el interface por primera vez desde que se lo había implantado, Jane no lo sintió como la desconexión sin importancia de una comunicación trivial. Sintió como si su amigo más querido, el único, su amante, su marido, su padre, su hijo... le dijera, brusca e inexplicablemente, que debería dejar de existir. Era como si de repente la hubieran colocado en una habitación oscura. Como si la hubieran cegado. Como si la hubieran enterrado viva.

Y durante algunos segundos cruciales, que fueron para ella años de soledad y sufrimiento, fue incapaz de llenar el repentino vacío de sus niveles superiores de atención. Vastas porciones de su mente, o de las partes que eran la mayor parte de sí, quedaron completamente en blanco. Todas las funciones de todos los ordenadores de los Cien Mundos continuaron como antes; ninguno advirtió o sintió un cambio; pero Jane se tambaleó por el golpe.

En esos segundos, Ender bajó las manos y las cruzó sobre su regazo.

Entonces Jane se recobró. Los pensamientos corrieron de nuevo por los canales momentáneamente vacíos. Eran, por supuesto, pensamientos de Ender.

Ella comparó este acto suyo a todo lo que le había visto hacer en su vida común, y se dio cuenta de que él no había pretendido causarle ese dolor. Comprendió que pensaba que ella existía muy lejos, en el espacio, lo que era literalmente cierto; comprendió que, para él, la joya en su oído era muy pequeña, y no podía ser más que una parte mínima de ella. Jane vio también que él ni siquiera había sido consciente de ella en ese momento (estaba demasiado envuelto emocionalmente con los problemas de las personas de Lusitania). Sus rutinas analíticas desplegaron una lista de razones para explicar su inusitada falta de pensamientos hacia ella.

Había perdido contacto con Valentine por primera vez en años, y estaba empezando a sentir esa pérdida.

Tenía una vieja ansia por la vida familiar de la que había sido privado cuando era niño, y a través de la respuesta que los hijos de Novinha, estaba descubriendo el papel de padre que le había sido negado durante tanto tiempo.

Se identificaba poderosamente con la soledad, el dolor y la culpa de Novinha... él sabía lo que era soportar la culpa debida a una muerte cruel e inmerecida.

Sentía una terrible urgencia por encontrar un refugio para la reina colmena.

Sentía a la vez miedo de los cerdis y atracción por ellos, y esperaba poder comprender su crueldad y encontrar una manera de que los humanos los aceptaran como ramen.

El asceticismo y la paz del Ceifeiro y la Aradora le atraían y le repelían; le hacían enfrentarse a su propio celibato y advertir que no tenía ningún buen motivo para guardarlo. Por primera vez en años se admitía a si mismo, el ansia innata de todos los organismos vivos por reproducirse.

Fue en medio de este torbellino de sensaciones desacostumbradas cuando Jane había hecho aquella observación humorística, o al menos eso pretendía. A pesar de su compasión en todas sus otras intervenciones, él nunca había perdido su imparcialidad, su habilidad para reír. Esta vez, sin embargo, su observación no le había hecho gracia: le había causado dolor.

«No estaba preparado para tratar con mi error - pensó Jane -, y no comprendió el sufrimiento que su respuesta iba a causarme. Es inocente de haber causado mal, y yo también. Nos perdonaremos mutuamente y continuaremos como siempre.»

Era una buena decisión, y Jane estaba orgullosa de ella. El problema era que no podía olvidar. Aquellos pocos segundos en los que su mente se detuvo no tuvieron en ella un efecto trivial. Hubo trauma, pérdida, cambio: ahora no era ya el mismo ser que había sido antes. Algunas

partes de ella habían muerto. Otras partes habían resultado confusas, fuera de orden: su jerarquía de atención ya no estaba bajo control completo. Continuaba perdiendo el foco de su atención, dedicándose a actividades sin sentido en mundos que no significaban nada para ella; empezó a esparcir aleatoriamente errores en cientos de sistemas diferentes.

Descubrió, como muchos seres vivientes han descubierto, que es más fácil tomar decisiones racionales que llevarlas a cabo.

Así que se replegó en su interior, reconstruyo los senderos dañados de su mente, exploró memorias largamente olvidadas, vagó entre los billones de vidas humanas abiertas a su observación, leyó en las bibliotecas todos los libros existentes, en todos los idiomas que los seres humanos habían hablado alguna vez. De todo esto, emergió un ser que no estaba completamente enlazado con Ender Wiggin, aunque aún se debía a él, aún le amaba más que a ningún otro ser vivo. Jane se convirtió en alguien que podía soportar estar separada de su amante, marido, padre, hijo, hermano y amigo.

No fue fácil. Le costó cincuenta años, según experimentaba el tiempo. Un par de horas de la vida de Ender.

En ese intervalo él había vuelto a conectar la joya, la había llamado, y ella no había respondido. Ahora estaba de vuelta, pero él no intentaba hablarle. En cambio, estaba escribiendo informes en su terminal, almacenándolos para que ella los leyera. A pesar de que ella no le respondía, Ender aún necesitaba hablarle. Uno de sus ficheros contenía una disculpa sincera. Ella la borró y la reemplazó con un simple mensaje: «Naturalmente que te perdono.» Pronto, sin duda, él volvería a mirar su disculpa y descubriría que ella la había recibido y la había contestado.

Sin embargo, mientras tanto, ella no le habló. Otra vez dedicó la mitad de sus diez niveles superiores de atención a lo que él veía y oía, pero no le dio muestras de que estaba con él. En los primeros mil años de su pena y recuperación había pensado en castigarle, pero ese deseo había desaparecido hacía tiempo. La razón de que no le hablara era porque, según analizaba lo que le sucedía a él, Ender no necesitaba apoyarse en viejas amistades para así sentirse seguro. Jane y Valentine habían estado con él constantemente. Incluso las dos juntas no podrían empezar a satisfacer todas sus necesidades; pero satisfacían las suficientes. Ahora, la única vieja amiga que le quedaba era la reina colmena, y ella no era buena compañía: era demasiado alienígena, demasiado exigente, para que le proporcionara a Ender algo más que culpa.

¿A dónde se dirigiría él ahora? Jane ya lo sabía. A su manera, se había enamorado de ella dos semanas atrás, antes de partir de Trondheim. Novinha se había convertido en una persona diferente, amarga y difícil, cuyo dolor él quería sanar. Pero ya se había entrometido en su familia, ya había conocido la desesperada necesidad de sus hijos, y, sin darse cuenta, obtenía de ellos la satisfacción a algunos de sus deseos. Novinha le estaba esperando... obstáculo y objetivo. «Comprendo esto demasiado bien, - pensó Jane -. Y observaré su desarrollo.»

Al mismo tiempo, se ocupó del trabajo que Ender quería que hiciera, a pesar de que no tenía intención de informarle de ninguno de sus resultados durante un tiempo. Se saltó fácilmente la protección que Novinha había colocado sobre sus ficheros secretos. Entonces Jane reconstruyó cuidadosamente la simulación exacta que había visto Pipo. Le llevó un rato (varios minutos) de análisis exhaustivos de los archivos del propio Pipo para unir lo que Pipo sabía, con lo que había visto. Pipo los había conectado por intuición, Jane por comparación estricta. Pero lo hizo, y entonces comprendió por qué había muerto Pipo. Una vez supo cómo los cerdis elegían a sus víctimas, no le llevó mucho tiempo descubrir qué había hecho Libo para causar su propia muerte.

Entonces supo varias cosas. Supo que los cerdis eran ramen, no varelse. Supo también que Ender corría un serio riesgo de morir precisamente de la misma forma en que habían muerto Pipo y Libo.

Sin consultar con Ender, decidió cuál seria su curso de acción. Continuaría en contacto con Ender, y se aseguraría de intervenir y avisarle si se acercaba demasiado a la muerte. Mientras tanto, sin embargo, tenía trabajo que hacer. Tal como lo veía, el problema principal con el que Ender se enfrentaba no eran los cerdis: sabia que los conocería pronto tan bien como conocía a cualquier otro humano o ramen. Su habilidad para la empatia intuitiva era completamente de fiar. El problema principal era el obispo Peregrino y la jerarquía católica y su inquebrantable resistencia al Portavoz de los Muertos. Si Ender quería conseguir algo de los cerdis, tenía que tener la cooperación de la Iglesia de Lusitania.

Y nada estimulaba mejor la cooperación que un enemigo común.

Ciertamente, lo habrían descubierto tarde o temprano. Los satélites de observación que orbitaban Lusitania enviaban enormes corrientes de datos a los informes ansible que dirigían a todos los xenólogos y xenobiólogos de los Cien Mundos. Entre esos datos había un sutil cambio en las zonas cubiertas de hierba al noroeste del bosque cercano a la ciudad de Milagro. La hierba nativa estaba siendo reemplazada por una planta diferente. Era un área donde no iba nunca ningún humano, y los cerdis jamás habían acudido allí tampoco... al menos durante los treinta años que habían pasado desde el emplazamiento de los satélites.

De hecho, los satélites habían observado que los cerdis jamás abandonaban sus bosques excepto periódicamente, para guerrear entre tribus. Las tribus particulares cercanas a Milagro no se habían visto envueltas en ninguna guerra desde que se había establecido la colonia humana. No había razón, entonces, para que se aventuraran en la pradera. Sin embargo, los terrenos cercanos al bosque tribal de Milagro habían cambiado, y lo mismo habían hecho los rebaños de cabras: las cabras estaban siendo claramente conducidas al área cambiada de la pradera, y los rebaños que salían de esa zona eran evidentemente menores en número y de color más claro. La deducción, si alguien lo advertía, sería obvia: se estaban sacrificando algunas cabras y todas se pastoreaban.

Jane no pudo esperar a que pasaran años para los humanos hasta que algún estudiante graduado advirtiera el cambio. Así que ella misma empezó a efectuar análisis de datos en docenas de ordenadores utilizados por los xenobiólogos que estudiaban Lusitania. Dejaría los datos en el aire sobre algún terminal que no estuviera siendo utilizado, y así alguno lo encontraría cuando regresara al trabajo - como si alguien hubiera estado trabajando con aquellos datos y se hubiera marchado. Editó varios informes para que algún científico listo los descubriera. Ninguno lo advirtió, o, si lo hicieron, ninguno entendió realmente las implicaciones de aquella información. Finalmente, dejó un memorándum sin firmar, con una nota:

¡Fíjate en esto!, ¡los cerdis parece que están iniciándose en la agricultura!

El xenólogo que encontró la nota de Jane nunca descubrió quién la había dejado, y después de un tiempo no se molestó en intentar averiguarlo. Jane sabía que era un ladronzuelo que ponía su nombre en buena parte de los trabajos que otros hacían y cuyos nombres se perdían en alguna parte entre la escritura y la publicación. El tipo de científico que necesitaba. Aun así, no era lo bastante ambicioso: sólo ofreció su informe como trabajo ordinario a una oscura revista. Jane se tomó la libertad de enviarlo a un nivel de prioridad más alto y distribuyó copias a varias personas clave que verían las implicaciones políticas. Siempre lo acompañaba de una nota sin firmar:

¡Échale un vistazo a esto! ¿No se está desarrollando la cultura cerdi demasiado rápidamente? Jane también reescribió el último párrafo para que no hubiera duda de lo que quería decir:

«Los datos sólo dejan cabida a una interpretación: la tribu de los cerdis más cercana a la colonia humana está cultivando y cosechando grano rico en proteínas, posiblemente amaranto. También están criando cabras, a las que pastorean y matan para alimentarse, y la evidencia fotográfica sugiere que lo hacen usando armas arrojadizas. Estas actividades, todas desconocidas previamente, empezaron súbitamente en los últimos ocho años. Y han sido acompañadas por un rápido incremento de la población. El hecho de que el amaranto, si es que la nueva planta es realmente terrestre, haya proporcionado una base de proteínas útil para los cerdis implica que ha sido alterado genéticamente para satisfacer las necesidades metabólicas de los cerdis. También implica, ya que las armas arrojadizas no existen entre los humanos de Lusitania, que los cerdis no han aprendido su uso a través de la observación. La inevitable conclusión es que los cambios observados en la cultura cerdi son el resultado directo de intervención humana deliberada.»

Una de las personas que recibió el informe y leyó el párrafo añadido por Jane fue Gobawa Ekumbo, la presidenta del Comité de Supervisión Xenológica del Congreso Estelar. En menos de una hora había distribuido copias del párrafo de Jane (los políticos nunca entenderían los datos reales) junto con una clara conclusión.

«Recomendación: Fin inmediato de la Colonia de Lusitania.»

Ya está, pensó Jane. Eso debía remover un poco las cosas.


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