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14.83% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 35: 02.- Ender 02 La Voz de los Muertos 9 - Defecto congénito

章 35: 02.- Ender 02 La Voz de los Muertos 9 - Defecto congénito

9 - Defecto congénito

CIDA: El agente de la Descolada no es bacterial. Parece entrar en las células del cuerpo y quedarse allí permanentemente, como las mitocondrias, reproduciéndose cuando la célula se reproduce. El hecho de que se esparciera a una nueva especie, sólo unos pocos años después de nuestra llegada, sugiere que es fácilmente adaptable. Seguramente debe haberse extendido por toda la biosfera de Lusitania hace mucho tiempo, y ahora puede que sea endémica, una infección permanente.

GUSTO: Si es permanente y está en todas partes, no es una infección, Cida, es parte de la vida normal.

CIDA: Pero no es necesariamente innata... tiene la habilidad de extenderse. Pero sí, si es endémica, entonces todas las especies indígenas deben haber encontrado maneras de combatirla...

GUSTO: O adaptarse a ella e incluirla en su ciclo de vida normal. Tal vez la NECESITAN. CIDA: NECESITAN algo que separa sus genes y los vuelve a unir aleatoriamente?

GUSTO: Tal vez por eso hay tan pocas especies diferentes en Lusitania... La Descolada puede ser reciente, sólo medio millón de años de antigüedad... y la mayoría de las especies no pudieron adaptarse.

CIDA: Ojalá no estuviéramos muriendo, Gusto. El próximo xenobiólogo probablemente trabajará con adaptaciones genéticas sistematizadas y no seguirá con esto.

GUSTO: ¿Ésa es la única razón que se te ocurre para lamentar nuestra muerte?

Vladimir Tiago Gussman y Ekaterina María Aparecida do Norte von Hesse-Gussman, diálogo no publicado inserto en notas de trabajo, dos días antes de su muerte; citado por primera vez en:

«Hilos perdidos del conocimiento»,

Meta-Ciencia, el Periódico de la Metodología, 2001:12:12:144-45.

Ender no se marchó de la casa de los Ribeira hasta muy tarde, y pasó más de una hora intentando buscar un sentido a lo que había sucedido, especialmente después de que Novinha regresara a casa. A pesar de esto, Ender se levantó temprano por la mañana, lleno de preguntas que tenía que contestar. Siempre sucedía de esta manera cuando se preparaba para Hablar de un muerto; apenas podía encontrar descanso mientras juntaba las piezas de la historia del muerto como la veía, la vida que pretendía vivir, no importaba lo mal que hubiera acabado.

Esta vez, sin embargo, había una ansiedad añadida. Se preocupaba más por los vivos de lo que nunca había hecho antes.

- Claro que estás más involucrado - dijo Jane después de que intentara explicarle su confusión

-. Te enamoraste de Novinha antes de salir de Trondheim.

- Tal vez amé a la joven, pero esta mujer es molesta y egoísta. Mira lo que dejó que le sucediera a sus hijos.

- ¿Lo dice un Portavoz de los Muertos? ¿Juzgas a alguien por sus apariencias?

- Tal vez he empezado a amar a Grego.

- Siempre te dejas engatusar por la gente que se te orina encima.

- Y a Quara. A todos... incluso a Miro, me gusta el chico.

- Y ellos te quieren, Ender. Él se echó a reír.

- La gente siempre piensa que me quiere, hasta que Hablo. Novinha es más perceptiva que la mayoría: me odia ya, antes de que diga la verdad.

- Estás tan ciego como todos los demás, Portavoz - dijo Jane -. Prométeme que cuando mueras, me dejarás que Hable en tu muerte. Tengo cosas que decir.

- Guárdatelas para ti - contestó Ender, cansado -. En este negocio eres aún peor que yo. Empezó a hacer la lista de las preguntas que tenía que resolver.

1. ¿Por qué se casó Novinha con Marcão?

2. ¿Por qué odiaba Marcão a sus hijos?

3. ¿Por qué se odia Novinha?

4. ¿Por qué me llamó Miro para Hablar de la muerte de Libo?

5. ¿Por qué me llamó Ela para Hablar de la muerte de su padre?

6. ¿Por qué cambió Novinha de opinión y no quiso que Hablara de la muerte de Pipo?

7. ¿Cuál fue la causa inmediata de la muerte de Marcão?

Se detuvo en la séptima pregunta. Sería fácil de responder: un simple asunto clínico. Así que tendría que empezar por ahí.

El médico que hizo la autopsia a Marcão se llamaba Navío.

- No por mi tamaño - dijo, echándose a reír -, o porque sea un buen nadador. Mi nombre completo es Enrique o Navigador Caronada. Puede apostar a que me alegro que me llamen así y no «cañoncito». Hay demasiadas posibilidades obscenas en esto último.

Ender no se dejó engañar por su jovialidad. Navio era un buen católico y obedecía a su obispo como cualquiera. Estaba determinado a impedir que Ender aprendiera algo, aunque no se entristecía por ello.

- Hay dos maneras por las que puedo conseguir las respuestas a mis preguntas - dijo Ender suavemente -. Puedo preguntarle y usted me contesta con sinceridad. O puedo remitir una petición al Congreso Estelar para que me abra los archivos. Los gastos del ansible son muy elevados, y ya que la petición es rutinaria, y su resistencia contraria a la ley, el coste se deducirá de los fondos de su colonia, junto con una penalización doble y una multa para usted.

La sonrisa de Navio desapareció gradualmente a medida que Ender hablaba.

- Naturalmente que responderé a sus preguntas - dijo fríamente.

- Nada de «naturalmente» - dijo Ender -. Su obispo aconsejó a la gente de Milagro que levantaran un boicot injustificado y sin provocación a un ministro requerido legalmente. Le haría un favor a todo el mundo si les informara que si esta alegre no - cooperación continúa, haré una petición para que mi status cambie de ministro a inquisidor. Le aseguro que tengo muy buena reputación en el Congreso Estelar, y que mi petición tendrá éxito.

Navio sabía exactamente lo que aquello significaba. Como inquisidor, Ender tendría autoridad para revocar la licencia católica de la colonia en el terreno de la persecución religiosa. Causaría un terrible malestar entre los lusitanos, más que a ninguno al obispo Peregrino, quien sería depuesto de su cargo y enviado al Vaticano para que le administraran un correctivo.

- ¿Por qué iba a hacer usted una cosa así cuando sabe que nadie le quiere aquí? - preguntó

Navio.

- Alguien me quería o de otro modo no habría venido. Puede que no le guste la ley cuando le molesta, pero protege a muchos católicos en mundos donde la licencia se refiere a otros credos.

Navio hizo tamborilear los dedos sobre la mesa.

- ¿Qué preguntas quiere hacerme, Portavoz? Acabemos con esto cuanto antes.

- Es bastante simple, al menos para empezar. ¿Cuál fue la causa inmediata de la muerte de

Marcos María Ribeira?

- ¡Marcão! No es posible que le hayan llamado para Hablar por su muerte: sólo murió hace unas pocas semanas.

- Me han llamado para que Hable de varias muertes, Dom Navio, y elijo empezar por la de

Marcão.

Navio sonrió con una mueca.

- ¿Y si pido pruebas de su autoridad? Jane susurró a Ender en la oreja.

- Vamos a sorprenderle.

Inmediatamente, el terminal de Navio cobró vida y se llenó de documentos oficiales, mientras una de las voces más autoritarias de Jane declaraba:

- Andrew Wiggin, Portavoz de los Muertos, ha aceptado la llamada para explicar la vida y la muerte de Marcos María Ribeira, en la ciudad de Milagro, Colonia de Lusitania.

No fue el documento lo que impresionó a Navio. Fue el hecho de que no había hecho la petición, pues ni siquiera se había vuelto hacia su terminal. Navio supo de inmediato que el ordenador había sido activado a través de la joya que el Portavoz llevaba en el oído, pero eso significaba que una rutina lógica de muy alto nivel protegía al Portavoz y apoyaba sus peticiones. Nadie en Lusitania, ni siquiera la propia Bosquinha, había tenido nunca autoridad para hacer aquello. Fuera lo que fuese este Portavoz, concluyó Navio, es un pez mucho más gordo de lo que el obispo Peregrino puede digerir.

- De acuerdo - dijo Navio, forzando una sonrisa. Ahora, aparentemente, había recordado cómo volver a ser jovial -. Tenía intención de ayudarle, de todas formas. La paranoia del obispo no aflige a todo el mundo en Milagro, ¿sabe?

Ender le devolvió la sonrisa, dando por buena su hipocresía.

- Marcos Ribeira murió de un defecto congénito - soltó un largo nombre pseudo - latino -. Nunca ha oído hablar de esa enfermedad porque es bastante rara, y sólo se traspasa a través de los genes. Empieza con la llegada de la pubertad, en la mayoría de los casos, y lo que hace es reemplazar gradualmente los tejidos glandulares endocrinos y exocrinos por células lípidas. Lo que eso significa es que poco a poco a lo largo de los años las glándulas suprarrenales, la pituitaria, el hígado, los testículos, la tiroides y demás son reemplazadas por grandes aglomeraciones de células de grasa.

- ¿Siempre es fatal? ¿Irreversible?

- Oh, sí. La verdad es que Marcos vivió diez años más de lo que es normal. Su caso era notable en varios sentidos. En todos los otros casos registrados (y lo cierto es que no hay demasiados), la enfermedad ataca primero a los testículos, dejando a la víctima impotente y, casi siempre, estéril. Con seis hijos sanos, es obvio que los testículos de Marcos Ribeira fueron las últimas glándulas en resultar afectadas. Sin embargo, una vez que fueron atacadas, el progreso debió haber sido inusitadamente rápido: los testículos habían sido reemplazados completamente por células grasas, aunque gran parte de su hígado y su tiroides seguían aún funcionando.

- ¿Qué lo mató al final?

- La pituitaria y las adrenales no funcionaban. Era un muerto ambulante. Se cayó en uno de los bares en mitad de una canción, según he oído.

Como siempre, la mente de Ender encontró automáticamente contradicciones aparentes.

- ¿Cómo es que una enfermedad hereditaria se transmite si deja a sus víctimas estériles?

- Se transmite normalmente a través de líneas colaterales. Un niño muere y sus hermanos y hermanas no manifestarán para nada la enfermedad, pero pasarán la tendencia a sus hijos. Naturalmente, teníamos miedo de que Marcão, al tener hijos, le pasara a todos ellos el gen defectuoso.

- ¿Los ha estudiado?

- Ninguno tiene ninguna deformación genética. Puede apostar a que Dona Ivanova estuvo todo el rato mirando por encima de mi hombro. Detectamos inmediatamente los genes problemáticos y aclaramos que ninguno de los niños lo tenía, así de fácil.

- ¿Ninguno? ¿Ni siquiera una tendencia recesiva?

- Graças a Deus - dijo el médico -. ¿Quién se habría casado con ellos si hubieran tenido los genes malditos? Lo que no comprendo es cómo el defecto genético de Marcão no fue descubierto.

- ¿No se utilizan aquí normalmente chequeos genéticos?

- No, en absoluto. Pero tuvimos una gran plaga hace unos treinta años. Los propios padres de Dona Ivanova, el Venerado Gusto y la Venerada Cida, llevaron a cabo un detallado estudio genético de cada hombre, mujer y niño en la colonia. Es así cómo encontraron la cura. Y sus

comparaciones hechas por ordenador habrían descubierto este defecto particular... es así cómo lo descubrí cuando Marcão murió. Nunca había oído hablar de la enfermedad, pero el ordenador la tenía en los archivos.

- ¿Y Os Venerados no la encontraron?

- Aparentemente no, o se lo habrían dicho a Marcos. Incluso si ellos no se lo hubieran dicho, Ivanova misma la habría encontrado.

- Tal vez lo hizo - dijo Ender. Navio se rió en voz alta.

- Imposible. Ninguna mujer en su sano juicio tendría hijos deliberadamente de un hombre con un defecto genético como ése. Marcão sufrió seguramente una agonía constante durante muchos años. Nadie desea eso en sus propios hijos. No, Ivanova puede que sea excéntrica, pero no está loca.

Jane encontraba el asunto terriblemente divertido. Cuando Ender volvió a casa, hizo aparecer su imagen sobre el terminal para poder reírse a gusto.

- No puede evitarlo - dijo Ender -. En una devota colonia católica como ésta el Biologista es una de las personas más respetadas, y por supuesto no se le ocurre cuestionar sus premisas básicas.

- No te disculpes por él. No espero que los seres humanos trabajen tan lógicamente como las maquinas. Pero no puedes pedirme que no me divierta.

- En cierto modo, es muy hermoso por su parte - dijo Ender -. Prefiere creer que la enfermedad de Marcão era distinta de todos los otros casos registrados. Prefiere creer que de alguna manera los padres de Ivanova no advirtieron que Marcos tenía la enfermedad y que ella se casó con él ignorándolo, aunque la regla de Ockham dice que tenemos que creer la explicación más simple: que la enfermedad de Marcão progresó como en todos los otros, primero los testículos, y que todos los hijos de Novinha son de otro padre. No me extraña que Marcão estuviera amargado y furioso. Cada uno de los seis niños le recordaba que su esposa dormía con otro hombre. Probablemente al principio fue parte de su trato que ella no le sería fiel. Pero seis hijos es demasiado.

- Las deliciosas contradicciones de la vida religiosa - dijo Jane -. Deliberadamente comete adulterio... pero ni se le ocurre usar un anticonceptivo.

- ¿Has analizado el modelo genético de los hijos para ver quién puede ser el padre?

- ¿Quieres decir que no te lo figuras?

- Me lo figuro, pero quiero asegurarme de que la evidencia clínica no se contradice con la respuesta obvia.

- Libo, por supuesto. ¡Vaya semental! Tuvo seis hijos con Novinha y otros cuatro más con su esposa.

- Lo que no comprendo es por qué Novinha no se casó con él. No tiene sentido que se casara con un hombre a quien obviamente despreciaba, cuya enfermedad sin duda conocía, y luego tener hijos con el hombre al que debe de haber amado desde el principio.

- Perversos y retorcidos son los caminos de la mente humana - recitó Jane -. Pinocho fue un idiota intentando convertirse en un niño de verdad. Estaba mucho mejor con su cabeza de madera.

Miro escogió cuidadosamente su camino a través del bosque. Reconoció los árboles de vez en cuando, o pensaba que lo hacía: ningún humano tendría nunca la afición de los cerdis a nombrar cada árbol del bosque. Pero los humanos tampoco adoraban a los árboles, ni los consideraban tótems de sus antepasados, claro.

Miro había escogido deliberadamente un camino más largo para llegar a la casa de troncos de los cerdis. Desde que Libo le aceptó como segundo aprendiz para trabajar junto con su hija, Miro había aprendido que nunca debía seguir un mismo sendero. Algún día, les advertía Libo, podría haber problemas entre los cerdis y los humanos; no haremos un sendero que guía a un pelotón a su destino. Así que hoy Miro caminaba por la vertiente más lejana del arroyo, junto a la cima de la alta ribera.

Naturalmente, pronto un cerdi apareció en la distancia, vigilándole. Fue así cómo Libo dedujo, varios años antes, que las hembras debían vivir en aquella dirección; los machos siempre vigilaban a los zenadores cuando se acercaban demasiado. Y, como había insistido Libo, Miro no hizo ningún esfuerzo para dar ni un solo paso en la dirección prohibida. Su curiosidad se esfumaba en cuanto recordaba el aspecto que tenía el cuerpo de Libo cuando él y Ouanda lo encontraron. Libo no había muerto aún: tenía los ojos abiertos y los movía. Sólo murió cuando Miro y Ouanda se arrodillaron junto a él, uno a cada lado, sosteniendo sus manos cubiertas de sangre. Ah, Libo, tu sangre aún fluía cuando tu corazón yacía abierto en tu pecho. Si nos hubieras hablado, si nos hubieras dicho una palabra de por qué te mataron...

La ribera se estrechó de nuevo, y Libo cruzó el arroyo corriendo sobre las piedras cubiertas de verdín. Unos pocos minutos más tarde estaba en el pequeño claro del este.

Ouanda ya estaba allí, enseñándoles cómo tratar la nata de la leche de cabra para hacer una especie de manteca. Había estado experimentando con el proceso durante las últimas semanas antes de conseguirlo. Habría sido más fácil si hubiera tenido ayuda de Madre, o incluso de Ela, puesto que ellas conocían mucho mejor las propiedades químicas de la leche de cabra, pero cooperar con un Biologista estaba fuera de la cuestión. Os Venerados habían descubierto hacía más de treinta años que la leche de cabra era nutritivamente inútil para los seres humanos. Por tanto, cualquier investigación sobre cómo procesarla para almacenaría sólo podía ser en beneficio de los cerdis. Miro y Ouanda no podían arriesgarse a nada que pudiera permitir saber que estaban quebrantando la ley e interviniendo activamente en la vida de los cerdis.

Los cerdis más jóvenes se dedicaban a fabricar manteca con deleite: habían celebrado una danza mientras sobaban las ubres de las cabras y ahora cantaban una canción sin sentido en donde se mezclaba el stark, el portugués y dos de los lenguajes cerdis, en un galimatías ininteligible pero gracioso. Miro intentó identificar los lenguajes. Reconoció el Lenguaje de los Machos, naturalmente, y también algunos pocos fragmentos del Lenguaje de los Padres, que usaban para hablar a sus árboles tótem; lo reconoció solamente por el sonido; ni siquiera Libo hubiera podido traducir ni una sola palabra. Todo sonaba como mms y bbs y ggs, sin ninguna diferencia detectable para las vocales.

El cerdi que había estado vigilando a Miro en el bosque apareció y saludó a los otros con un gran bufido. La danza continuó, pero la canción se detuvo inmediatamente. Mandachuva se apartó del grupo en torno a Ouanda y se acercó a recibir a Miro en el borde del claro.

- Bienvenido, Yo-te-miro-con-deseo - Aquello era, por supuesto, una traducción extravagantemente precisa del nombre de Miro en stark. A Mandachuva le encantaba traducir los nombres del portugués al stark, aunque Miro y Ouanda le habían explicado que sus nombres realmente no significaban nada, y que sólo era una coincidencia el que parecieran palabras. Pero Mandachuva disfrutaba con estos juegos de lenguaje, como muchos otros cerdis, y por eso Miro respondía a Yo-te-miro-con-deseo lo mismo que Ouanda atendía pacientemente por Va-ga, la palabra portuguesa que traducían por «wan-der», la que más sonaba en stark como «Ouanda».

Mandachuva era un caso sorprendente. Era el cerdi más viejo. Pipo lo había conocido y había escrito de él como si fuera el más prestigioso de los cerdis.

Libo, también, parecía pensar que era un líder. ¿No era acaso su nombre un término en argot portugués que significaba «jefe»? Sin embargo, a Miro y Ouanda les parecía como si Mandachuva fuera el cerdi con menos poder y prestigio. Nadie parecía consultarle nada: era el único cerdi que siempre tenía tiempo libre para conversar con los Zenadores, porque casi nunca estaba ocupado con un asunto importante.

Sin embargo, era el cerdi que les daba más información. Miro no sabía si había perdido su prestigio por intercambiar información o si compartía información con los humanos por su bajo prestigio entre los cerdis. Ni siquiera importaba. El hecho era que a Miro le gustaba Mandachuva. Pensaba que el viejo cerdi era su amigo.

- ¿Te ha obligado la mujer a comer esa pasta maloliente? - le preguntó Miro.

- Pura basura. Incluso los bebés cabras lloran cuando tienen que mamar de una teta - rió

Mandachuva.

- Si lo regaláis a las hembras del bosque, nunca os volverán a hablar.

- Y sin embargo, tenemos que hacerlo, tenemos que hacerlo - suspiró Mandachuva -. ¡Los entrometidos macios tienen que verlo todo!

Ah, sí, el epíteto de las hembras. A veces los cerdis hablaban de ellas con respeto sincero y elaborado, casi con temor, como si fueran diosas. Luego alguno las llamaba algo tan rudo como

«macios», los gusanos de la corteza de los árboles. Los Zenadores ni siquiera podían preguntar sobre ellas: los cerdis nunca respondían a esas preguntas. Hubo una época - hacía mucho tiempo - en la que los cerdis ni siquiera mencionaban la existencia de las hembras. Libo siempre había dado a entender que el cambio tenía algo que ver con la muerte de Pipo. Antes, la mención de las hembras era tabú, y sólo lo hacían, con reverencia, en los escasos momentos de gran santidad; después, los cerdis mostraron esta forma reflexiva y melancólica de hablar y hacer chistes acerca de «las esposas». Pero los Zenadores nunca conseguían respuestas. Los cerdis dejaban claro que las hembras no eran asunto suyo.

Hubo un silbido en el grupo que rodeaba a Ouanda. Mandachuva inmediatamente empezó a empujar a Miro hacia ellos.

- Flecha quiere hablar contigo.

Miro se sentó junto a Ouanda. Ella no le miró - habían aprendido hacía tiempo que los cerdis se incomodaban cuando tenían que observar a los machos y hembras humanos en conversación directa, o incluso mirándose mutuamente -. Hablaban con Ouanda mientras estaba sola, pero cuando Miro estaba presente, no, ni soportaban que ella les hablara. A veces a Miro le volvía loco no poder ni hacerle un guiño delante de los cerdis. Podía sentir su cuerpo como si desprendiera calor igual que una estrella pequeña.

- Mi amigo - dijo Flecha -, tengo que pedirte un gran favor.

Miro pudo oír a Ouanda tensarse junto a él. Los cerdis no pedían cosas a menudo, y cuando lo hacían siempre causaba problemas.

- ¿Me oirás?

Miro asintió lentamente.

- Pero recuerda que entre los humanos no soy nada y no tengo poder.

Libo había descubierto que los cerdis no se sentían insultados al pensar que los humanos les enviaban delegados sin poder a tratar con ellos, mientras que la imagen de la impotencia les ayudaba a explicar las estrictas limitaciones de lo que podían hacer los Zenadores.

- No es una petición que venga de nosotros, en nuestras conversaciones tontas y estúpidas en torno al fuego de la noche.

- ¡Ojalá pudiera yo oír la sabiduría de lo que tú llamas estupidez! - dijo Miro, como siempre hacía.

- Fue Raíz, hablando desde su árbol, quien lo dijo.

Miro suspiró en silencio. Le gustaba tan poco tratar con la religión de los cerdis como con el catolicismo de su propia gente. En ambos casos tenía que aparentar que tomaba en serio las creencias más absurdas. Cada vez que se decía algo particularmente atrevido o inoportuno, los cerdis lo atribuían siempre a un antepasado u otro cuyo espíritu habitaba en uno de los árboles de los alrededores. Poco antes de la muerte de Libo, habían empezado a mencionar a Raíz como la fuente de las ideas más preocupantes. Era irónico que un cerdi al que habían ejecutado por rebelde fuera ahora tratado con tanto respeto en su culto adorador de los antepasados.

Sin embargo, Miro respondió como Libo había respondido siempre.

- No tenemos nada más que honra y afecto hacia Raíz, si vosotros lo honráis.

- Debemos tener metal.

Miro cerró los ojos. Se acabó la política de no usar nunca herramientas de metal delante de los cerdis. Obviamente, tenían observadores propios y vigilaban a los humanos mientras trabajaban desde algún punto cercano a la verja.

- ¿Para qué necesitáis metal? - preguntó tranquilamente.

- Cuando bajó la lanzadera con el Portavoz de los Muertos, desprendió un calor terrible, mucho más caliente que ningún fuego que podamos hacer. Y sin embargo la lanzadera no ardió, ni se quemó.

- Eso no era metal, era un escudo plástico que absorbe calor.

- Quizás eso ayude, pero el metal está en el corazón de esa máquina. En todas vuestras máquinas, donde usáis fuego y calor para mover las cosas, hay metal. Nunca podremos hacer fuegos como los vuestros hasta que tengamos metal propio.

- No puedo - dijo Miro.

- ¿Nos dices que estamos condenados a ser siempre varelse y nunca ramen?

«Desearía, Ouanda, que no les hubieras explicado la Jerarquía de Exclusión de Demóstenes, pensó Miro.»

- No estáis condenados a nada. Lo que hasta ahora os hemos dado lo hemos sacado de cosas que crecen en vuestro mundo natural, como las cabras. Si nos descubrieran, eso bastaría para que nos exiliaran de este mundo y nos prohibieran volver a veros.

- El metal que los humanos usáis también sale de nuestro mundo natural. Hemos visto a vuestros mineros cavando en el terreno al sur de aquí.

Miro guardó esa información para referencias futuras. No había ningún lugar desde la verja desde donde fueran visibles las minas. Por tanto, los cerdis debían de estar cruzando la verja de algún modo y observando a los humanos desde el interior del enclave.

- El metal proviene del suelo, pero sólo en algunos lugares, y yo no sé cómo encontrarlos. Incluso cuando lo han sacado, se mezcla con otras clases de roca. Tienen que purificarlo y transformarlo a través de procesos muy difíciles. Cada lámina de metal cuesta mucho esfuerzo. Si os diéramos una simple herramienta, un destornillador o un serrucho, se los echaría en falta y los buscarían. Nadie busca leche de cabra.

Flecha le miró fijamente unos instantes.

- Pensaremos sobre esto - dijo Flecha. Llamó a Calendario, quien puso tres flechas en su mano

-. Mira. ¿Son buenas?

Eran tan perfectas como de costumbre, bien compensadas y rectas. La innovación era la punta. No estaba hecha de obsidiana.

- Hueso de cabra - dijo Miro.

- Usamos la cabra para matar a la cabra - devolvió las flechas a Calendario. Entonces se puso en pie y se marchó.

Calendario sostuvo el haz de flechas en la mano y les cantó algo en el Lenguaje de los Padres. Miro reconoció la canción, aunque no entendió las palabras. Mandachuva le había explicado una vez que era una oración en la que se pedía al árbol muerto que los perdonara por usar herramientas, que estaban hechas de madera. De otro modo, dijo, los árboles pensarían que los Pequeños les odiaban. Religión. Miro suspiro.

Calendario se llevó las flechas. Entonces el joven cerdi llamado Humano tomó su lugar, balanceándose delante de Miro. Llevaba un bulto envuelto en hojas que colocó en el suelo y abrió con sumo cuidado.

Era el libro de la Reina Colmena y el Hegemón que Miro les había dado cuatro años antes. Aquello había provocado una pequeña discusión entre Miro y Ouanda. Ella la empezó, al hablar con los cerdis de religión. No fue realmente culpa suya. Fue Mandachuva quien le preguntó:

- ¿Cómo podéis vivir los humanos sin árboles?

Ella entendió la pregunta, por supuesto. No le hablaba de plantas, sino de dioses.

- Tenemos también un dios, un hombre que murió y que sin embargo vive aún - le explicó.

- ¿Sólo uno? ¿Entonces dónde vive ahora?

- Nadie lo sabe.

- ¿Entonces para qué sirve? ¿Cómo podéis hablar con él?

- Habita en nuestros corazones.

Esto les desconcertó; más tarde, Libo se había reído y había dicho:

- ¿Veis? Para ellos, nuestra sofisticada teología les suena a superstición. ¡Habita en nuestros corazones de verdad! ¿Qué clase de religión es ésa comparada con los dioses que podemos ver y sentir...?

- Y a los que pueden escalar y coger macios de su corteza, por no mencionar el hecho de que talan a algunos para hacer su casa de troncos - dijo Ouanda.

- ¿Talar? ¿Con herramientas de madera o de piedra? No, Ouanda, ellos les rezan para que se caigan.

Pero a Ouanda no le hacían gracia los chistes sobre la religión.

Más tarde, a petición de los cerdis, Ouanda les dio una edición del Evangelio de San Juan de la paráfrasis simplificada en stark de la Biblia Douai. Pero Miro había insistido en darles también un libro de la Reina Colmena y el Hegemón.

- San Juan no dice nada de seres que habitan en otros mundos - señaló Miro -. Pero el Portavoz de los Muertos explica los insectores a los humanos... y los humanos a los insectores.

Ouanda se había enfadado por su blasfemia. Pero antes de que pasara un año vieron que los cerdis encendían sus fuegos con páginas de San Juan, mientras que envolvían cuidadosamente en hojas la Reina Colmena y el Hegemón. Durante una temporada, esto causó gran dolor en Ouanda, y Miro aprendió que era mejor no pincharle sobre el tema.

Ahora Humano abrió el libro por la última página. Miro advirtió que todos los otros cerdis se congregaban silenciosamente alrededor. La danza había terminado. Humano tocó la última palabra del libro.

- El Portavoz de los Muertos - murmuro.

- Sí, lo conocí anoche.

- Es el Portavoz verdadero. Así lo dice Raíz.

Miro les había advertido que había muchos Portavoces, y que el escritor de la Reina Colmena y el Hegemón seguramente estaría ya muerto. Aparentemente, aún no podían dejar de mantener viva la esperanza de que el que había venido fuera el real, el que había escrito el libro.

- Creo que es un buen Portavoz - dijo Miro -. Fue amable con mi familia, y creo que se puede confiar en él.

- ¿Cuándo vendrá y nos Hablará a nosotros?

- No se lo he preguntado todavía. No es algo que yo pueda decidir. Tomará tiempo. Humano echó la cabeza hacia atrás y aulló.

«¿Es ésta mi muerte?», pensó Miro.

No. Los otros tocaron a Humano suavemente y le ayudaron a envolver de nuevo el libro y a llevárselo. Miro se levantó para marcharse. Ninguno de los cerdis le vio hacerlo. Estaban todos ocupados haciendo algo. Miro podría haberse vuelto invisible y no se hubieran dado cuenta.

Ouanda le alcanzó en el borde del bosque, donde la vegetación les hacía invisibles a cualquier posible observador de Milagro, aunque ninguno se molestaba nunca en mirar hacia allí.

- Miro - llamó suavemente. Él se giró a tiempo de tomarla en sus brazos; ella tuvo tal sobresalto que Miro tuvo que dar un paso para evitar que cayera.

- ¿Estás intentando matarme? - preguntó él, o intentó hacerlo... Ella le besaba, lo que hacía difícil hablar. Finalmente, él se olvidó del discurso y le devolvió un beso largo y profundo. Entonces, bruscamente, ella le apartó.

- Te estás volviendo libidinoso - dijo.

- Sucede cada vez que una mujer me ataca y me besa en el bosque.

- Enfríate, Miro, aún falta mucho - ella le agarró por la cintura, le atrajo hacia sí y volvió a besarle -. Dos años más hasta que podamos casarnos sin el consentimiento de tu madre.

Miro ni siquiera trató de discutir. No le preocupaban mucho las prohibiciones de los curas sobre la fornicación, pero sabía lo vital que era, en una comunidad tan frágil como Milagro, que las costumbres matrimoniales fueran estrictamente cumplidas. Comunidades grandes y estables podían absorber una cantidad razonable de parejas sin legalizar; Milagro era demasiado pequeña. Lo que Ouanda hacía por fe, Miro lo hacía por convicción racional: a pesar de un millar de oportunidades, eran célibes como monjes. Aunque si Miro pensara por un momento que alguna vez tendrían que cumplir los mismos votos de castidad en el matrimonio que los que se requerían en el monasterio de los Filhos, la virginidad de Ouanda estaría en grave e inmediato peligro.

- Ese Portavoz - dijo ella -. Sabes lo que pienso de traerle aquí.

- Habla tu catolicismo, no tu mente racional

- Miro intentó besarla, pero ella bajó la cara en el último momento y él se encontró con la nariz en los labios. La besó apasionadamente hasta que ella se echó a reír y le apartó.

- Eres liante y ofensivo, Miro - se frotó la manga contra la nariz -. Ya hemos mandado al infierno el método científico cuando les ayudamos a elevar su nivel de vida. Nos quedan diez o veinte años antes de que los satélites empiecen a mostrar resultados obvios. Para entonces tal vez podamos establecer una diferencia permanente. Pero no tendremos ninguna oportunidad si dejamos que un extraño entre en el proyecto. Se lo dirá a alguien.

- Tal vez sí y tal vez no. Recuerda que yo mismo fui un extraño.

- Extraño, pero no extranjero.

- Tenias que haberle visto anoche, Ouanda. Primero con Grego y luego cuando Quara se despertó llorando...

- Niños solitarios y desesperados, ¿qué prueba eso?

- Y Ela riéndose. Y Olhado formando parte de la familia.

- ¿Y Quim?

- Al menos dejó de gritar pidiendo que el infiel se marchara.

- Me alegro por tu familia, Miro. Espero que pueda sanarla permanentemente, de verdad... Puedo ver la diferencia en ti también. Estás más esperanzado de lo que te he visto en mucho tiempo. Pero no lo traigas aquí.

Miro se mordió el interior de la mejilla por un momento y luego se marchó. Ouanda corrió tras él y lo cogió por el brazo. Estaban al descubierto, pero el árbol de Raíz se alzaba entre ellos y la verja.

- No me dejes así! - dijo ella fieramente -. ¡No te marches de esa manera!

- Sé que tienes razón. Pero no puedo evitar lo que siento. Cuando estaba en nuestra casa era como... era como si Libo hubiera vuelto.

- Mi padre odiaba a tu madre, Miro... él nunca habría ido allí.

- Pero si lo hubiera hecho... En casa este Portavoz actuaba de la misma manera que Libo lo hacía en la Estación. ¿Lo entiendes?

- ¿Y tú? Viene y actúa de la manera que tu padre debiera haberlo hecho, pero que no hizo nunca, y cada uno de vosotros empieza a girar panza arriba como un cachorrito.

El desdén de su cara era irritante. Miro quiso golpearla. En cambio, se dio la vuelta y dio un puñetazo contra el árbol de Raíz. En sólo un cuarto de siglo había crecido casi ochenta centímetros de diámetro, y la corteza era áspera y le lastimó la mano.

- Lo siento, Miro, yo no tenía intención...

- Sí que la tenias, pero fue una cosa estúpida y egoísta.

- Sí, yo...

- Sólo porque mi padre fuera escoria, no significa que tenga que entregarme meneando la cola al primer hombre amable que me da una palmada en la cabeza.

- Lo sé, lo sé, lo sé... - su mano acarició su pelo, su hombro, su cintura.

- Porque sé lo que es un hombre bueno, no sólo un padre sino un hombre bueno. Conocí a Libo,

¿no? Y cuando te digo que este Portavoz, este Andrew Wiggin, es como Libo, ¡escúchame y no lo consideres como el alboroto de un cão!

- Te escucho. Quiero conocerle, Miro.

Miro se sorprendió. Estaba llorando. Todo era parte de lo que el Portavoz podía hacer, incluso cuando no estaba presente. Había aflojado las cuerdas tirantes del corazón de Miro, y ahora Miro no podía hacer nada por evitar que saliera cuanto allí guardaba.

- Tienes razón - dijo suavemente, con la voz distorsionada por la emoción -. Le vi venir con toda su capacidad para aliviar y pensé, ¡si hubiera sido mi padre...! - Se volvió para mirar a Ouanda, sin importarle que viera que tenía los ojos enrojecidos y la cara surcada por lágrimas -

. Es lo que decía todos los días cuando regresaba a casa desde la Estación Zenador. ¡Si Libo fuera mi padre!, ¡si yo fuera su hijo...!

Ella sonrió y le abrazó; su pelo le quitó las lágrimas de la cara.

- Ah, Miro, me alegra que no fuera tu padre. Porque entonces yo sería tu hermana, y nunca podría esperar tenerte para mi.


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