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61.85% Alma Negra / Chapter 120: 120

章 120: 120

—Me estás lastimando, Kwan— se quejó Alexa, tratando de soltar la mano de su cuello.

—¡Suéltala, Kwan!— le pedí, pero John me miró.

—Déjalos, no interfieras.

—Esa no es la forma de tratar a una mujer, ¿Cómo no quieres que interfiera?

—Esa mujer trató de matarte, ¿Acaso ya lo olvidaste?

—Como quiera que sea, no merece ese trato, John.

Kwan la haló bruscamente, aún con su mano en el cuello hasta llevarla a la parte trasera del Yate; y aunque John quiso aguantarme evitando que los siguiera, aún así, me le fui detrás.

Sé que no debe ser mi problema, pero no puedo ver este tipo de trato. Solo me recuerda a mi padrastro. Por suerte, no había nadie de esos hombres ahí.

—Creo que te hace falta refrescar un poco tu cerebro, Alexa— la tiró al agua, y me sentí tan molesta, que no pude evitar darle una bofetada a Kwan.

—¡Eres un abusador! ¡Un maldito imbécil! Creí que eras diferente, pero me equivoqué.

Me acerqué al borde para tratar de lanzarme, pero John me agarró el brazo.

—¿A dónde demonios crees que vas, Daisy?

—A buscarla, ya que ustedes dos son unos buenos para nada. Tú patrocinas esto, pero yo no.

—¿Qué dijiste?

—Suéltame, John— traté de soltarme, pero John me apretó fuertemente. Su mano me estaba lastimando.

—Si salimos bien de aquí, prepárate, porque arreglaremos esto en la casa— se veía muy molesto, y no quise añadir nada más.

Me haló fuera del borde, y miró a Kwan.

—¿Tú no piensas sacarla, cabrón?

—No— Kwan se fue, y John suspiró molesto.

—Es el maldito colmo.

John se acostó en el suelo y le extendió la mano a Alexa. Ella luchó por sujetarla, y él le ayudó a salir.

—Gracias— miró en dirección a Kwan, y bajó la mirada.

Creo que estoy sintiendo lástima por ella. Se parece tanto a mí cuando estaba interesada en John, y él no le interesaba, ni tampoco me notaba.

—Lo siento— me dijo—. Yo ya me voy.

—Esto lo hiciste por celos, ¿Cierto? — le pregunté, y me miró fijamente.

—Sí, pero ya ves que no le importa nada que tenga que ver conmigo. Tú ganas.

—Él y yo no somos nada. Mi esposo es él— señalé a John, y desvió la mirada—. No me interesa Kwan, solo lo veo como un amigo, o quizás un conocido. Puedes estar tranquila, no tengo ningún interés en otro hombre que no sea mi esposo.

—Supongo que te juzgué mal. Lo siento— bajó la cabeza, y se iba a ir, pero le aguanté la mano.

—No te vayas. Ayúdanos. Entre más seamos, mejor. Olvídate de ese idiota.

—No tenemos tiempo que perder hablando pendejadas. Si alguien nos descubre por todo este puto escándalo que hemos hecho, no saldremos de esta— dijo John, y se fue con Kwan.

Se nota que estaba muy molesto conmigo, pero no podía simplemente permitir esto. No en mis narices. Kwan se ha portado fatal. No sé porqué la detesta tanto. Ni siquiera se dignó a ayudarla. Se veía muy molesto, y John está de la misma forma. Ya no sé ni qué pensar de estos dos.

                           John

—Las mujeres son tan fastidiosas— soltó Kwan.

—Diría que necias y testarudas. Esa perra no la quiero cerca de nosotros, y menos de mi esposa. Acaba de tratar de matarla por celos. Si algo le hubiera pasado a mí esposa por tu culpa, él que estaría flotando en el agua serías tú.

—Ahorra tus amenazas, John. No estoy de humor. No sabía que esa mujer iba a venir aquí.

—¿Y quién demonios es esa mujer?

—Una amiguita.

—Que amiguita especial. Se nota que no es cualquier amiguita, incluso tiene pinta de ser una matona como tú. No sabía que te gustaban tantos las mujeres gorditas. ¿Desdé que te fijaste en mi mujer, ya estás buscando alguien parecida, para llenar ese vacío y rechazo que te hizo?

—No seas idiota. En primer lugar, a mí siempre me han gustado así. ¿Por qué crees que me encanta tanto Daisy? — sonrió.

—Es una lastima que te tendrás que conformar con esa zorrita fea de amiguita que tienes, porque Daisy es mi mujer, y no dejaré que le sigas tirando el ojo.

—Uy, que celoso me salió el alma negra. ¿Cómo te hago entender que los ojos se hicieron para mirar, y por tu advertencia no dejaré de mirarla de la misma forma?

—Yo aquí imaginando una buen caldo con tus ojos flotando en el. Que delicioso platillo para dártelo de comer, cabrón. 

—Tenemos que irnos de aquí. ¿Podrían dejar de pelear? — dijo Daisy al acercarse.

—Deberías largarte— le dijo Kwan cortante a Alexa.

—Vuelves hablarle así y te golpeare, Kwan. ¿No te enseñaron a tratar a una mujer, idiota?— soltó Daisy.

¿Y desde cuándo se hizo tan amiga de esa zorra que trató de matarla? Las mujeres son un caso serio. ¿Quién demonios las entiende?

—La única mujer que veo aquí eres tú— respondió Kwan.

—Deberíamos irnos por el agua, por donde mismo vine. No nos verán y podremos llegar al muelle— comenté, con la intención de cortar la fastidiosa conversación.

—¿Y qué haremos después? — preguntó Daisy.

—Tengo pensado entrar y buscar a su familia.

—¿Qué dijiste, John? Nos estaríamos arriesgando. Ellos aún no saben que estamos aquí.

—Sí, pero quiero asegurarme de que mueran todos hoy. Debemos averiar las lanchas, que la única forma de salir de la isla sea en el yate, y todos se subirán por el desespero de salir de aquí.

—Nos arriesgamos a que le avisen a los demás— comentó Kwan.

—Pero en lo que llegan, ya nosotros nos habremos ido. Solo dejaremos una lancha funcionando, y la esconderemos. Nadie puede salir de aquí.

—Este cambio de planes puede afectarnos a todos, John— dijo Daisy.

—¿Y quién dijo que tú irás? Te quedarás en la lancha, y de ahí no saldrás. Si esta mujer quiere acompañarte que lo haga, pero la vigilas. No confío en ella.

—Yo no haré nada— dijo Alexa.

—¿En dónde viniste? — le pregunté.

—Vine en una lancha de ellos también.

—Entonces ¿No trajiste a nadie más?

—Sí, pero se fue. Quedó en regresar en media hora para recogerme.

—Eso será un problema. Puede alertar a la gente.

—No, él no es idiota.

—¿Tu querido hermano? — preguntó Kwan, en un tono sarcástico.

—¿Y a ti qué te importa? — preguntó Alexa, mirándolo mal.

—Es el colmo—Kwan sonrió.

—¿Ya podrían detenerse ustedes dos? Estamos en medio de algo serio, y ustedes están teniendo conversaciones absurdas. Sus celos o problemas personales, déjenlo para cuando salgamos de aquí. Me tienen harto con sus estupideces— dije molesto—. A mover el trasero, quiero salir de esto ya. ¿Tienes el detonador contigo, Kwan?

—Sí, solo tenemos que irnos.

—Muy bien. Nos iremos por detrás del yate y entraremos al agua. Nos iremos en pareja, por si acaso. Manténgase debajo del agua y no permitan que nadie los vea. ¿Entendido?

—Sí, John.

—Y tú— miré a Daisy—, no hagas más ninguna necedad en lo que resta de noche, y haz lo que te digo. No es difícil, ¿o si?— le pregunté, y bajó la cabeza.

—Lo siento.

—Vámonos.


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