Tom Mix despertó, y lamentó haberlo hecho.
Estaba tendido de espaldas, y un pulsante dolor traspasaba su nuca, y una invisible mano retorcía su estómago. El rostro que estaba inclinado sobre él era borroso y como doble, oscilando hacia adelante y hacia atrás. Era largo y delgado y lleno de sombras, obscuro, de ojos negros, con una sonrisa mostrando hileras de blancos dientes en donde faltaban los dos delanteros inferiores.
Tom gruñó. El rostro pertenecía a de Falla, el lugarteniente de Kramer. Los dientes que le faltaban habían sido rotos por el propio Tom en su primera escapatoria de aquel mismo lugar, Fides. No creía poder repetir la hazaña.
El español habló en un excelente inglés, apenas acentuado.
Bienvenido a Deusvolens. Mix se obligó a sonreír.
Supongo que no puedo comprar un billete de vuelta.
¿Qué? dijo de Falla.
No importa dijo Mix. ¿Qué tipo de cartas planeas jugar conmigo?
Sean las que sean, vas a aceptarlas dijo de Falla.
Tú eres quien conduces.
Se sentó y tendió un brazo. Su visión no era en absoluto mejor, y el movimiento le hizo sentir deseos de vomitar. Desgraciadamente, su última comida había sido digerida hacía ya tiempo. Tuvo un vómito seco, lo cual hizo que el dolor en su nuca empeorara.
De Falla parecía divertido. Sin duda lo estaba.
Ahora, amigo mío, el zapato, como decís vosotros los ingleses, está en el otro pie. Aunque tú no lleves ningún calzado.
Aquello era cierto. Mix había sido despojado de todo. Miró a su alrededor y vio su sombrero en la cabeza de un hombre, y más allá de él otro llevando sus botas. En realidad veía cuatro hombres. La concusión había sido fuerte. Bueno, había recibido peores heridas, y había sobrevivido. Las posibilidades de vivir largo tiempo, sin embargo, no parecían muy buenas.
Había cuerpos en el suelo por todas partes, ninguno de los cuales se movía ni emitía ningún sonido. Supuso que todos excepto los ligeramente heridos habían sido aliviados de sus dolores. No por piedad, sino por economía. No tenía sentido malgastar comida en ellos.
Alguien había arrancado la lanza del ojo de Stafford.
La batalla sigue todavía en el Río dijo de Falla. Pero ahora ya no queda la menor duda de quién va a ganar.
Tom no le preguntó quién llevaba la ventaja. No quería darle esa satisfacción.
El español hizo un gesto a dos soldados. Alzaron a Mix entre ellos y echaron a andar con él cruzando la llanura, rodeando los cadáveres. Cuando le fallaron las piernas, empezaron a arrastrarle, pero de Falla llegó corriendo. Les dijo que buscaran una camilla. Mix no necesitaba preguntar por qué estaba siendo tan bien tratado, relativamente hablando. Era un prisionero especial que debía ser salvado por razones especiales. Se sentía tan débil y enfermo que, por el momento, ni siquiera le preocupaban esas razones.
Lo llevaron hasta el lugar donde empezaban las chozas y bajando una calle y pasadas las chozas hasta un recinto. Era muy amplio, aunque contenía tan sólo a unos pocos prisioneros. La puerta de troncos fue abierta, y fue conducido a un cercado de troncos verticales clavados en el suelo. En su interior había una pequeña cabaña. Estaba en un recinto dentro de un recinto.
Los dos soldados lo depositaron en el interior de la cabaña y comprobaron la cantidad de agua que había en una jarra de arcilla cocida, su provisión de bebida. El orinal de noche fue examinado, y uno de los soldados aulló un nombre. Un hombre pequeño y delgado con una expresión preocupada acudió corriendo, y recibió una reprimenda por no haberlo vaciado. Mix pensó que realmente era especial si eran tenidos en cuenta tales detalles.
Aparentemente, el anterior ocupante no había sido tan bien considerado. El hedor era insoportable, por mucho que uno intentara anestesiar el olfato.
Pasaron siete días. Mix fue sintiéndose mejor, fue recuperando las fuerzas, aunque no en su totalidad. Ocasionalmente se veía afectado por momentos recurrentes de doble visión. Su único ejercicio era caminar en torno a la cabaña, dando vueltas y más vueltas. Comía tres veces al día, pero no bien. Había identificado su copia, que había sido tomada de la nave insignia con los prisioneros, pero solamente le daban la mitad de la comida que contenía, y nada de los cigarrillos ni del licor. Sus guardias se quedaban estos para ellos. Aunque tan sólo había fumado dos cigarrillos en los últimos dos años, ahora deseaba espantosamente uno.
Durante el día no era tan malo, pero al llegar la noche sufría a causa del frío y la humedad. Y sobre todo sufría por no poder hablar con nadie. Al contrario de la mayoría de los guardias que había encontrado durante una docena de períodos de encarcelamiento, esos se negaban a decirle ni una sola palabra. Incluso parecían reservar sus gruñidos.
En la mañana del octavo día, Kramer y sus victoriosas fuerzas regresaron. Por lo que pudo oír de la conversación de los guardias, Nueva Albión, Ormondia y Anglia habían sido conquistadas. Iba a haber mujeres para todos, incluidos aquellos que no habían participado en la invasión.
Tom pensó que Kramer estaba celebrando demasiado pronto su victoria. Aún quedaban Nueva Cornualles y los Hunos. Pero supuso que la derrota de sus armadas
les había hecho encerrase en sus territorios por un tiempo.
Los otros prisioneros, unos cincuenta, fueron traídos de vuelta al recinto de su trabajo de reparaciones en las murallas. Sonidos jubilosos llegaron de la zona en torno a la puerta principal, batir de tambores, chillidos de flautas, vítores. Kramer entró el primero incluso a aquella distancia, Mix reconoció su cuerpo rechoncho y sus rasgos porcinos en un gran sillón llevado por cuatro hombres. La multitud gritó su bienvenida e intentó arracimarse a su alrededor, pero fue echada hacia atrás por sus guardaespaldas. Tras él entró la plana mayor de su ejército, y luego los primeros de los soldados que regresaban, todos sonriendo ampliamente.
El sillón fue depositado frente al «palacio» de Kramer, una enorme estructura de troncos en la cima de una colina baja. De Falla acudió a darle la bienvenida, y ambos hombres hablaron unos momentos. Mix estaba demasiado lejos para oír nada de lo que dijeron.
Algunos prisioneros desnudos fueron traídos a punta de lanza hasta el recinto. Entre el sucio, magullado, ensangrentado grupo, estaba Yeshua. Se sentó inmediatamente con la espalda apoyada contra la pared, y hundió la cabeza como si estuviera completamente desalentado. Tom le gritó hasta que un hombre le preguntó a quién deseaba. El hombre cruzó el recinto y le dijo algo a Yeshua. Al principio, Tom pensó que Yeshua iba a ignorarle. Miró a Tom por un momento, y luego dejó que su cabeza colgara de nuevo. Pero después de unos momentos se alzó, algo vacilante, y caminó con lentitud hacia el recinto circular. Miró a través de los espacios entre los troncos, con ojos mustios. Había sido golpeado en rostro y cuerpo.
¿Dónde está Bithniah? preguntó Tom.
Yeshua volvió a bajar la vista. Dijo, con voz hueca:
Estaba siendo violada por varios hombres la última vez que la vi. Debió morir en el proceso. Dejó de gritar mientras yo era llevado al bote.
Mix señaló a algunas prisioneras que había allí.
¿Y esas?
Kramer dijo que deseaba a algunas vivas para quemarlas. Mix dejó escapar un gruñido.
Temía que fuera por eso por lo que no me mataban dijo. Kramer debe estar pensando una venganza especial para mí.
No añadió, aunque estaba pensando en ello, que Yeshua debía hallarse también en esa clase «privilegiada». Yeshua ya debía saberlo, de todos modos.
Si empezamos un alboroto dijo podríamos obligarles a matarnos a algunos de nosotros. Si tenemos suerte, podemos hallarnos entre los afortunados.
Yeshua alzó la cabeza. En sus ojos había un brillo extraño, el mismo que había visto en ellos Mix la última vez. Estaban enrojecidos e hinchados, como si hubiese llorado mucho.
¡Ay, si no tuviésemos que resucitar! Si pudiésemos convertirnos en polvo para siempre, disolviendo en la tierra nuestros pensamientos y nuestro calvario ¡Ay, si nos comiesen los gusanos! Pero no, no hay escape. Debemos vivir otra vez. Y otra, y otra. Dios no nos permitirá liberarnos.
¿Dios? dijo Tom.
Es sólo una forma de hablar. Los viejos hábitos tardan en morir.
Las cosas están difíciles dijo Tom, pero no son tan malas si consideramos lo malos que son los tiempos. Infiernos, estoy seguro de que todas estas luchas terminarán algún día. La mayoría, al menos. Vivimos unos tiempos trastornados. Aún nos falta enderezarnos, demasiada gente sigue comportándose del mismo modo que lo hacía en la Tierra. Pero aquí las cosas son distintas. No puedes sojuzgar a un hombre. No puedes atarlo a su trabajo y a su casa porque él lleva consigo su propia provisión de comida y no se necesita mucho para edificar una nueva casa. Puedes esclavizarlo durante un tiempo, pero o bien escapará o se matará o hará que sus captores lo maten, y estará de nuevo vivo y libre y tendrá otra oportunidad de gozar de una buena vida.
»¡Mira! Podemos hacer que esos tipos nos maten ahora de modo que no tengamos que pasar por todo el dolor que Kramer está pensando que puede infligirnos. Los guardias no están aquí ahora. Quita la barra que asegura la puerta y déjame salir. Como puedes ver, no puedo alcanzarla desde aquí para hacerlo yo. Una vez esté fuera, organizaré a los otros, y saldremos de aquí luchando.
Yeshua dudó, luego aferró el gran pasador y, tirando de él, lo corrió hacia un lado. Mix empujó la pesada puerta, abriéndola, y abandonó su prisión dentro de la prisión.
Aunque no había guardias dentro del recinto, había varios en las plataformas afuera en los muros y en las torres. Esos vieron a Mix abandonar su recinto, pero no dijeron nada. Tom pensó que era porque sabían que iba a ser sacado pronto de allí. Simplemente estaba ahorrándoles el trabajo de abrir la puerta.
No iba a pasar mucho tiempo antes de que los prisioneros fueran sacados como un rebaño del recinto.
Llamó a los demás, unos sesenta, y les dijo que se agruparan a su alrededor.
¡Escuchad, todos vosotros! ¡Kramer os ha elegido para torturaros! ¡Va a organizar una gran fiesta, un circo romano! ¡Pronto todos nosotros vamos a desear no haber nacido, aunque supongo que ya lo sabéis! ¡Por eso digo que debemos frustrar sus planes! ¡Y ahorrarnos todo ese dolor! ¡Eso es lo que pienso que debemos hacer!
Su plan les pareció a todos una locura, aunque principalmente por lo inaudito. Pero ofrecía un tipo de escapatoria que antes no hubiera sido considerado como tal. Era mejor que simplemente quedarse sentados allí como ovejas enfermas esperando ser sacrificadas. Sus cansados ojos cobraron una cierta vida; sus exhaustos y magullados cuerpos perdieron su abatida apariencia, hinchándose con esperanza.
Solamente Yeshua puso objeciones.
Yo no puedo tomar una vida humana.
¡No vas a necesitar hacerlo! dijo Tom, exasperado. ¡No en el sentido que conocemos de la Tierra! ¡Vas a proporcionarle a tu hombre la vida! ¡Y lo salvarás de la tortura!
Él no debe tomar la vida de nadie dijo un hombre. Puede presentarse voluntario para ser uno de los que mueran.
Sí, eso es cierto dijo Tom. ¿Qué opinas de eso, Yeshua?
No. Eso me convertiría en colaborador de un asesinato, y en consecuencia en un asesino. Además, eso sería suicidio, y yo no puedo matarme a mí mismo. Eso también sería un pecado contra
Se mordió el labio inferior.
¡Mira! dijo Tom. No tenemos tiempo de discutir. Los guardias están empezando a mostrarse curiosos. Antes de que te des cuenta, entrarán en tromba aquí.
Eso es lo que tú quieres dijo Yeshua.
¡No sé exclamó furiosamente Tom lo que hiciste o fuiste mientras estabas en la Tierra, pero fuera lo que fuese, no has cambiado en absoluto! ¡Te he oído decir que has perdido tu religión, pero sigues actuando como si no hubieras perdido ni un ápice de ella! ¡Ya no crees en Dios, y sin embargo no dejas de decir que no puedes ir en contra de Dios! ¿Estás loco, hombre?
Creo que he estado loco durante toda mi vida dijo Yeshua. Pero hay algunas cosas que no haré. Van contra mis principios, aunque ya no crea más en El Principio.
Por aquel entonces el capitán de los guardias estaba gritándoles algo a los prisioneros, exigiendo saber qué era lo que estaban haciendo.
Olvida a ese loco judío dijo una mujer. Terminemos con eso antes de que entren.
Entonces alineaos dijo Mix.
Todos excepto Yeshua se colocaron en una de dos filas, en las cuales cada persona hacía frente a otra. Lo cual iba bien, puesto que si no lo contaban a él su número era par. Frente a Mix había una mujer, una morena que recordaba vagamente haber visto en Nueva Albión. Estaba pálida y temblorosa, pero decidida.
Él alzó el orinal de noche por su borde y dijo:
Tú hablas.
Lanzó el amarronado recipiente de arcilla hacia arriba, y lo contempló girar y girar sobre sí mismo. Sesenta y dos pares de ojos se clavaron en él.
¡Parte abierta! exclamó la mujer, con voz fuerte pero temblorosa. El recipiente, girando, cayó. Aterrizó boca abajo y se partió en dos.
¡No vaciléis! gritó Tom. ¡No tenemos mucho tiempo, y podéis perder los
nervios!
La mujer cerró los ojos mientras Tom daba un paso hacia ella y aferraba su garganta. Durante unos breves segundos ella mantuvo sus brazos abiertos formando un ángulo recto con respecto a su cuerpo. Estaba intentando no oponer resistencia, hacer el trabajo más fácil para él y más rápido para ella. La voluntad de vivir era, sin embargo, demasiado fuerte. Aferró las muñecas de él e intentó apartar sus manos. Sus ojos se abrieron mucho, como si estuviera suplicándole. Él apretó más fuertemente su garganta. Ella se retorció y pateó, alzando su rodilla por entre las piernas de él. Tom se apartó, pero no lo suficientemente rápido como para evitar recibir el rodillazo en su bajo vientre.
¡Infiernos, así no vamos a conseguir nada! exclamó.
La soltó. El rostro de la mujer estaba azulado, y su respiración era fatigosa. La golpeó en la barbilla, y ella se desplomó al suelo. Antes de que pudiera recobrar el conocimiento, él ya la estaba estrangulando de nuevo. Le tomó tan sólo unos pocos segundos terminar con su respiración. Queriendo asegurarse, sin embargo, mantuvo su presa un poco más.
Tú eres la afortunada, hermana dijo, y se levantó.
Los componentes de su fila, que habían ganado la apuesta o la habían perdido, según como se mirara, estaban teniendo el mismo problema que había tenido él. Aunque la otra fila había aceptado en principio no luchar contra sus estranguladores, la mayoría de ellos habían sido incapaces de mantener su promesa. Algunos habían conseguido soltarse y estaban forcejando con sus presuntos asesinos. Unos cuantos estaban corriendo, perseguidos por los otros. Algunos estaban muertos, y algunos estaban ahora intentando estrangular a sus estranguladores.
Miró a la gran puerta. Estaba abriéndose. Tras ella había una horda de guardias, todos armados con lanzas.
¡Alto! rugió. ¡Ya es demasiado tarde! ¡Atacad a los guardias!
Sin esperar a ver cuántos le habían oído, echó a correr hacia el primero de los lanceros. Gritó para darse a sí mismo valor y para sobresaltar a los guardias y ponerlos a la defensiva. ¿Pero qué podían temer los guardias de un hombre desarmado, desnudo y debilitado?
De todos modos, los guardias que estaban más cerca de él alzaron sus lanzas.
¡Bien! Se lanzó con todas sus fuerzas hacia las puntas, los brazos en alto, dispuesto a recibir algunas en su vientre y algunas en su pecho.
Pero el capitán ladró una orden, y dieron la vuelta a sus armas. Las astas podían ser utilizadas como mazas.
Sin embargo, saltó, y vio el extremo romo del asta de una lanza abatirse sobre su cabeza y hacerle perder el conocimiento.
Cuando despertó había dos dolores en su cabeza, el nuevo mucho peor que el antiguo. También sufría otra vez de diplopía. Se sentó y miró a su alrededor, a la borrosa escena. Había cuerpos de prisioneros aquí y allá. Algunos habían sido muertos por los otros, y algunos habían sido golpeados hasta morir por los guardias. Tres de los guardias estaban tendidos en el polvo, uno de ellos muerto, los otros sangrando. Aparentemente, algunos prisioneros habían arrebatado las lanzas de los guardias y se habían tomado una pequeña venganza antes de resultar muertos. Yeshua estaba de pie apartado del resto de los prisioneros, sus ojos cerrados y su boca moviéndose. Parecía como si estuviera rezando, pero Mix dudaba que lo hiciera. Cuando volvió a apartar la vista, vio a una veintena de lanceros cruzando la puerta del recinto. Kramer iba a la cabeza. Mix observó al bajo y gordo jovenzuelo con su pelo castaño obscuro y sus ojos muy pálidos caminando hacia él. Su porcino rostro parecía complacido. Probablemente, pensó Mix, se sentía contento de que Mix y Yeshua no hubieran resultado muertos.
Kramer se detuvo a unos pocos pasos de Mix. Su aspecto era ridículo, aunque él debía pensar que tenía una espléndida figura. Llevaba una corona de madera de roble que llevaba engastado en cada una de sus siete puntas un botón redondo hecho con conchas de moluscos. Sus párpados superiores estaban pintados de azul, una afectación de los hombres de su tierra, y una afectación que Mix consideraba afeminada. Los extremos superiores de su capa de toalla negra estaban asegurados en torno a su grueso cuello con un pesado broche hecho de cobre, un metal tremendamente raro y caro. En uno de sus gordezuelos dedos llevaba un anillo de roble en el cual estaba incrustada una esmeralda sin tallar, también un producto raro. Una toalla faldellín negra rodeaba su barriga, y sus botas largas hasta la rodilla eran de piel de pez negra. En su mano derecha sostenía un largo cayado de pastor, símbolo de que era el protector de sus ovejas su gente. También significaba que había sido destinado por Dios a ese papel.
Detrás de Kramer había dos magullados y ensangrentados y desnudos prisioneros, a los que Mix no había visto nunca antes. Eran hombres bajos y de piel obscura, con rasgos levantinos.
Mix entrecerró los ojos. Estaba equivocado. Conocía a uno de los dos. Era Mattithayah, el hombrecillo que había confundido a Mix por Yeshua cuando habían sido hechos prisioneros de Kramer por primera vez.
Kramer señaló a Yeshua. Habló en inglés, con fuerte acento alemán.
¿Es ese el hombre?
Mattithayah soltó un torrente de palabras ininteligibles. Kramer le asestó un puñetazo en la mandíbula que le hizo retroceder tambaleándose. Habló al otro prisionero. Este contestó en inglés, pero en un inglés tan alterado como el de Kramer, aunque se viese claramente que su lengua nativa era distinta.
¡Yeshua! grito. ¡Rabí! ¡Maestro! ¡Llevamos años buscándote! ¡Y ahora estás aquí tú también!
Se echó a llorar, y abrió los brazos y avanzó hacia Yeshua. Un guardia le golpeó en la espalda con el asta de su lanza, en la zona de los riñones, y el hombrecillo gruñó y cayó de rodillas, el rostro retorcido por el dolor.
Yeshua había mirado una vez a los dos prisioneros, luego había lanzado un gruñido y había hundido de nuevo la cabeza entre las rodillas.
Kramer, ceñudo, murmurando, se acercó a Yeshua y le agarró por su largo cabello. Tiró hacia arriba y obligó a Yeshua a mirarle.
¡Loco! ¡Anticristo! gritó. ¡Pagarás por tus blasfemias! ¡Lo mismo que los locos de tus dos amigos!
Yeshua cerró los ojos. Sus labios se movieron mudos. Kramer le golpeó en la boca con el dorso de la mano y la sangre brotó en la comisura izquierda.
Kramer gritó luego:
¡Habla, maldito! ¿Pretendes tú ser Cristo? Yeshua abrió los ojos. Luego habló con voz queda.
Yo sólo pretendo ser un hombre llamado Yeshua. Si ese Cristo vuestro existiese y estuviese aquí, se horrorizaría, se volvería loco de desesperación al ver para lo que han servido sus enseñanzas.
Kramer golpeó a Yeshua con tal fuerza que este cayó de espaldas. Kramer le asestó una patada en las costillas.
¡Renuncia a tus blasfemias! ¡Renuncia a tu satánica locura! ¡Te ahorrarás mucho dolor en este mundo si lo haces, y quizá puedas salvar así tu alma en el otro!
Yeshua alzó la cabeza, pero no dijo nada hasta que hubo recuperado el aliento.
¡Haz conmigo lo que quieras, gentil impuro!
¡Cierra tu sucia boca, monstruo chiflado! gritó Kramer.
Yeshua lanzó un gruñido al recibir otra patada de Kramer en las costillas, y se quedó un rato gimiendo.
Kramer, su negra capa ondeando tras él, avanzó a largas zancadas hacia
Mattithayah y su compañero.
¿Aún sostenéis que este lunático es el Hijo de Dios?
Los dos prisioneros estaban pálidos, pese a su piel obscura, y sus caras parecían de cera. Ninguno de los dos contestó a Kramer.
¡Contestadme, cerdos! gritó. Luego arrebató la lanza a uno de los soldados y empezó a pegarles con el asta. Los prisioneros intentaron escapar a sus golpes, pero se lo impidieron los soldados.
Yeshua, que había logrado ponerse de pie, dijo:
Es tan salvaje porque teme que ellos puedan decir la verdad.
¿Qué verdad? dijo Mix.
Su doble visión estaba incrementándose y sentía como si fuera a vomitar. Estaba empezando a perder interés en todo excepto en sí mismo. ¡Dios, si solamente pudiera morir antes de que lo ataran a la estaca y prendieran fuego a la leña!
He oído antes esa pregunta dijo Yeshua.
Mix no supo por un momento lo que quería decir Yeshua. Luego la iluminación lo inundó. Yeshua había creído que él había dicho: «¿Qué es la verdad?».
Después de que Kramer hubiera golpeado a Mattithayah y a su amigo hasta hacerles perder el conocimiento, ambos fueron arrastrados por las piernas fuera de la puerta, sus cabezas golpeando contra las irregularidades del suelo, sus brazos arrastrándose detrás de ellas. Kramer avanzó hacia Yeshua, su lanza muy alta, como si tuviera intención de administrarle el mismo tratamiento. Mix esperó que lo hiciera. Quizá, en su ira, matara a Yeshua y así lo salvara del fuego.
Aquello frustraría enormemente a Kramer. Pero un hombre sudoroso y jadeante entró corriendo por la puerta, y gritó en voz muy alta el nombre de Kramer. Pasaron treinta segundos, sin embargo, antes de que pudiera recobrar el aliento. Traía malas noticias.
Aparentemente, se estaban acercando dos flotas, la una procedente de Río arriba, la otra de Río abajo. Ambas eran enormes. Los estados del norte de Kramer y los estados del sur de los recién conquistados territorios se habían sentido galvanizados y se habían unido en una acción contra Kramer, y los Hunos del otro lado se habían unido a ellos. Finalmente se habían dado cuenta de que debían aliarse y atacar a Kramer antes de que este se lanzara contra ellos.
Kramer se puso pálido, y golpeó al mensajero en la cabeza con su lanza. El hombre cayó sin un solo sonido.
Kramer estaba en mala situación. La mitad de su propia flota había resultado destruida en su victoria, y el número de sus soldados se había visto considerablemente reducido. Iba a pasar mucho tiempo antes de que estuviera preparado para otro ataque, y no estaba en condiciones de resistir una invasión de una fuerza tan enorme. Estaba perdido, y él lo sabía.
Pese a su dolor, y a la certeza del fuego que lo aguardaba, Mix consiguió sonreír. Si Kramer era capturado, indudablemente sería torturado y luego quemado vivo. Era de justicia que así fuera. Quizá si el propio Kramer sentía sobre su carne las horribles llamas, no estuviera tan ansioso de someter a otros a ellas cuando se alzara de nuevo. Pero Mix lo dudaba. Kramer gritó órdenes a sus generales y almirantes para que se prepararan para la invasión. Una vez se hubieron ido, se volvió, jadeante, hacia Yeshua. Mix lo llamó.
¡Kramer! Si Yeshua es quien esos hombres dicen que es, y no tienen ninguna
razón para mentir, entonces, ¿qué será de ti? Has matado y torturado sin ningún motivo; y has puesto así tu alma en gravísimo peligro.
Kramer reaccionó tal como Mix había esperado que hiciese. Lanzó un grito y corrió hacia Mix, enarbolando el asta de la lanza. Mix la vio caer sobre él.
Pero Kramer debió haber controlado su golpe. Mix despertó un cierto tiempo más tarde, aunque no completamente. Estaba de pie y atado a una gran estaca de bambú. Bajo él había un montón de pequeños troncos de bambú y agujas de pino.
A través de su enturbiada visión, pudo ver a Kramer aplicando la antorcha. Esperó que el viento no desviara el humo y lo apartara de él. Si ascendía recto, entonces moriría de asfixia y nunca sentiría las llamas sobre sus pies.
La madera crujió. La suerte no estaba con él. El viento estaba desviando el humo de su cuerpo. De pronto, empezó a toser. Miró a su derecha y vio, vagamente, que Yeshua estaba atado a otra estaca muy cerca de él. Contra el viento. Bien, pensó. El pobre viejo Yeshua arderá, pero el humo de su fuego me matará antes de que yo arda.
Empezó a toser violentamente. Los dolores en su cabeza le golpeaban como puños. Su visión se enturbió por completo. Cayó hacia el olvido.
Pero antes de esto oyó, lejana y distorsionada, la voz de Yeshua, como un trueno sobre las montañas:
¡Ellos sí saben lo que hacen!