Cuando do Vee me dejó luego de correr, había dos llamadas perdidas en mi celular. La primera era Marcie Millar, mi a veces archienemiga y, como estaba predestinado, mi media hermana por sangre pero no por amor.
Había pasado los últimos 17 años sin tener conocimiento alguno de que la chica que robaba mi leche chocolatada en primaria y pegaba toallitas femeninas a mi casillero en la secundaria compartía mi ADN. Marcie había descubierto la verdad primero, y me la había lanzado a la cara. Teníamos un acuerdo tácito de no discutir nuestra relación públicamente, y en su mayor parte, el saberlo no nos había cambiado nada. Marcie todavía era una mimada cabeza de aire anoréxica, y yo todavía pasaba una gran parte de mis horas diurnas cuidándome la espalda, preguntándome cual sería la siguiente estratagema de humillación que me lanzaría.
Marcie no me había dejado un mensaje de voz, y yo no podía adivinar que quería de mí, así que me desplacé a la siguiente llamada perdida. Número desconocido. El mensaje de voz consistía en una respiración controlada, grave y masculina, pero no había verdaderas palabras. Tal vez Dante, tal vez Patch. Tal vez Pepper Friberg. Mi número personal estaba en la guía, y con un poquito de espíritu investigativo, Pepper podía haberlo rastreado. No eran los pensamientos más tranquilizadores.
Saqué mi alcancía de debajo de la cama, removí el tapón de goma y tomé a sacudidas setenta y cinco dólares. Dante estaba esperándome, al día siguiente a las cinco de la mañana, para correr a la velocidad de los vientos y levantar pesas. Luego de que le diera un vistazo lleno de disgusto a mis
tenis, había remarcado: —Esas no duraran más, ni siquiera un día de entrenamiento. —Así que aquí estaba yo, usando mis ahorros para unas zapatillas deportivas.
No pensaba que la amenaza de guerra fuera tan seria como Dante lo hacía sonar, especialmente ya que Patch y yo teníamos planes secretos de detener a los nephilim de su predicha revuelta, pero lo que él había dicho acerca de mi tamaño, velocidad y agilidad había dado en el blanco. Era más pequeña que cualquier otro nephil que conociera. A diferencia de ellos, yo había nacido en un cuerpo humano, peso medio, musculatura media, normal en cada uno de los aspectos, y me había tomado una transfusión de sangre y hacer el juramento de transformación para convertirme en nephil. Era uno de ellos en teoría pero no en práctica. No quería que discrepar hiciera que me pintaran un blanco en la espalda, pero una pequeña voz en mi cabeza susurró que podría pasar.
Y tenía que hacer todo lo que fuera necesario para mantenerme en el poder. —¿Por qué tenemos que comenzar tan temprano? —Ese debería haber sido mi primer cuestionamiento hacia Dante, pero suponía que ya sabía la respuesta. Los humanos más rápidos del mundo aparentarían haber salido para un trote tranquilo si corrieran en carrera al lado de un nephilim. Al máximo de velocidad, sospechaba que un nephilim en su mejor época podía correr cuesta arriba a ochenta kilómetros por hora. Si alguien nos viera a Dante y a mí usando esa velocidad en el camino para correr de la escuela, llamaría mucha atención indeseada. Pero en las horas antes del amanecer del lunes en la mañana la mayoría de los humanos estaban profundamente dormidos, dándonos a Dante y a mí la oportunidad perfecta de tener un entrenamiento libre de preocupaciones.
Guardé el dinero en mi bolsillo y me dirigí escaleras abajo.
—¡Estaré de vuelta en unas horas! —grité hacia mi madre.
—El guisado estará listo a las seis, así que no llegues tarde — respondió ella desde la cocina.
Veinte minutos después estaba pasando por las puertas de El casillero de Pete e iba al departamento de zapatos. Me probé algunos pares de zapatillas deportivas, quedándome con un par del espacio de liquidación. Dante podía tener mi mañana de lunes, un día fuera de la
escuela, ya que había una jornada de todo el día en todo el distrito para los profesores, pero no iba a darle la totalidad de mis ahorros, tampoco.
Pagué por mis zapatos y comprobé la hora en mi celular. Ni siquiera eran las cuatro todavía. Por precaución, Patch y yo habíamos acordado en mantener las llamadas en público a un mínimo, pero una mirada rápida a ambos lados por la vereda afuera confirmó que no había nadie. Saqué de mi bolso de mano el celular imposible de rastrear que Patch me había dado y marque su número.
—Tengo un par de horas libres —le dije, caminando hacia mi auto, que estaba estacionado en la próxima calle—. Hay una muy privada y muy solitaria granja en el Parque Lookout Hill detrás del carrusel. Podría estar allí en quince minutos.
Escuché la sonrisa en su voz.
—Me necesitas desesperadamente.
—Necesito un impulso de endorfinas.
—¿Y besarse en una granja abandonada conmigo te lo dará?
—No, probablemente me pondrá en coma de endorfinas pero estoy más que feliz de probar la teoría. Estoy saliendo de El casillero de Pete ahora mismo. Si los semáforos están a mi favor, hasta podría estar allí en diez... No pude terminar. Una bolsa de tela cayó sobre mi cabeza y fui agarrada en un abrazo de oso desde atrás. Por mi sorpresa, dejé caer mi celular. Grité y traté de sacar mis brazos, pero las manos que me empujaban hacia adelante hacia la calle eran demasiado fuertes. Escuché un vehículo grande haciendo ruido calle abajo, luego parar de golpe cerca de mí. Una puerta se abrió y fui empujada dentro.
El aire dentro de la van tenía un olor fuerte a transpiración mezclado con desodorante de limón. La calefacción estaba puesta demasiado alto, saliendo de rejillas de ventilación en el frente, haciéndome sudar. Tal vez esa era la intención.
—¿Qué está pasando? ¿Qué quieres? —demandé con enojo. El peso real de lo que estaba pasando todavía no me había golpeado, dejándome
más indignada que atemorizada. No recibí ninguna respuesta, pero escuché la rítmica respiración de individuos cercanos. Estos dos, además del conductor, daban como resultado tres de ellos. Contra uno, o sea yo.
Mis brazos habían sido retorcidos detrás de mi espalda, atrapados juntos por lo que parecía la cadena de un remolque. Mis tobillos estaban asegurados por una cadena gruesa similar. Estaba tirada sobre mi estómago, con la bolsa todavía en mi cabeza y mi nariz empujada contra el amplio suelo de la furgoneta. Traté de mecerme hacia un lado pero sentí como si la unión de mi hombro fuera a salirse de lugar. Grité frustradamente y recibí una veloz patada en el muslo.
—Quédate quieta —gruño una voz masculina.
Condujimos por un largo tiempo. Cuarenta y cinco minutos, tal vez. Mi cabeza saltaba en demasiadas direcciones como para recordarlas adecuadamente. ¿Podría escapar? ¿Cómo? ¿Sobrepasándolos? No. ¿Venciéndolos con ingenio? Tal vez. Y luego estaba Patch. Él sabría que había sido capturada. Rastrearía mi celular hasta la calle fuera de Pete's Locker Room pero, ¿cómo podría él saber a dónde ir desde allí?
Al principio la furgoneta se detuvo repetidamente por semáforos, pero eventualmente la ruta se vació de coches. La furgoneta escaló más arriba, yendo para aquí y para allá en caminos en zigzag, lo que me hacía creer que estábamos dirigiéndonos a zonas lejanas y montañosas bien lejos de la ciudad. El sudor bajaba por mi camiseta, y parecía incapaz de forzar toda una inspiración profunda en mi cuerpo. Cada inhalación venía superficial, por el pánico apretando mi pecho.
Las llantas rozaban contra el asfalto, rodando tranquilamente cuesta arriba, hasta que lo último del motor murió. Mis captores desencadenaron mis pies, me arrastraron hacia afuera a través de la puerta y arrancaron la bolsa de mi cabeza.
Estaba en lo correcto; había tres de ellos. Dos hombres, una mujer. Me habían traído a una cabaña de troncos, y reencadenaron mis brazos a un poste decorativo de madera que corría desde la planta baja hasta las vigas en el techo. No había luces, pero eso podría haber sido más bien porque habían apagado el interruptor. Los muebles eran escasos, y estaban cubiertos por sábanas blancas. El aire no podía ser más que uno o dos grados más cálido que el exterior, diciéndome que el fuego no estaba
encendido. Quien quiera que fuera el dueño de la cabaña, la había cerrado por el invierno.
—No te molestes en gritar —me dijo el más grande de ellos—. No hay otro cuerpo caliente alrededor en kilómetros.
Se escondía debajo de un sombrero de vaquero y unas lentes de sol, pero notaba su precaución, que era innecesaria; estaba segura de que no lo había visto nunca antes. Mi agudizado sexto sentido los identificaba a los tres como nephilim. Pero lo que ellos querían de mí... no tenía idea.
Me retorcí contra las cadenas, pero además de hacer un débil sonido de roce, no se movieron.
—Si fueras un nephil verdadero, serías capaz de liberarte de esas cadenas —gruñó el nephil con el sombrero vaquero. Parecía ser el portavoz de los otros dos, quienes estaban al fondo, limitando su comunicación conmigo a darme miradas de disgusto.
—¿Qué quieren? —repetí glacialmente.
La boca de Cowboy Hat8 se curvó en una expresión desdeñosa.
—Quiero saber cómo una pequeña princesa como tú piensa que puede dirigir una Revolución nephilim.
Sostuve su mirada llena de odio, deseando poder lanzarle la verdad a la cara. No iba a haber una revolución. Una vez que Jeshván comenzara en menos de dos días, él y sus amigos serian poseídos por ángeles caídos. A Hank Millar le había tocado la parte fácil: llenar sus cabezas con pensamientos de rebelión y libertad. Ahora me tocaba a mí realizar el verdadero milagro.
Y no iba a hacerlo.
—Te he observado —dijo Cowboy Hat, caminando de un lado a otro frente a mí—. He estado investigando y descubrí que estás saliendo con Patch Cipriano, el ángel caído. ¿Cómo esta funcionando esa relación para ti?
8 Cowboy Hat: Al español se traduciría como Sombrero Vaquero, apodo en referencia al sombrero que anteriormente Nora comenta que este individuo viste.
Tragué discretamente.
—No sé con quién has estado hablando. —Sabía el peligro que enfrentaría si mi relación con Patch fuera descubierta. Había sido cuidadosa, pero estaba comenzando a pensar que quizás no había sido lo suficientemente cuidadosa—. Pero terminé las cosas con Patch —mentí—. Lo que sea que hayamos tenido en el pasado. Sé dónde están mis lealtades. Tan pronto como me convertí en nephil. —Él empujó su cara contra la mía.
—¡No eres nephilim!
Sus ojos se sacudían por mí con contemplación.
—Mírate. Eres patética. No puedes tener el derecho de llamarte a ti misma nephilim. Cuando te veo, veo a un humano. Veo una débil y llorona niña con derechos.
—Estás enojado porque no soy físicamente tan poderosa como tú — le dije calmadamente.
—¡Quién habló de fuerza! No tienes orgullo. No hay ningún sentido de lealtad en tu interior. Respetaba a la Mano Negra como un líder porque se ganó mi respeto. Emprendió acciones. Te nombró su sucesor, pero eso no significa nada para mí. ¿Quieres mi respeto? Haz que te lo dé. — Chasqueó los dedos salvajemente frente a mi cara—. Gánatelo, princesa.
¿Ganarme su respeto? ¿Para poder ser como Hank? Hank era un tramposo y un mentiroso. Había prometido a su pueblo lo imposible con palabras suaves y adulaciones. Había usado y engañado a mi madre y me había convertido en un peón en su agenda. Mientras más pensaba la posición en la que me había puesto, dejándome para que continuara su demente ideología, más enojada me volvía.
Encontré la mirada de Cowboy Hat fríamente... luego doblé mi pie hacia arriba con toda la fuerza que tenía y lo planté directamente en su pecho. Él se deslizó hacia atrás contra la pared y se desplomó en el suelo.
Los otros dos avanzaron hacia adelante, pero mi enojo había comenzado un fuego dentro de mí. Un poder desconocido y violento me llenó, y luché contra las cadenas, escuchando el metal crujir mientras los eslabones se rompían. Las cadenas cayeron al suelo y no perdí un minuto antes de azotar con mis puños. Golpeé al nephil que estaba más cerca en las costillas y le di a la mujer una patada de un lado a otro. Mi pie hizo
colisión contra su muslo, y fui sorprendida por la sólida masa de músculo que encontré allí. Nunca antes en mi vida había conocido a una mujer con tanta fuerza y durabilidad.
Dante tenía razón; no sabía cómo luchar. Un segundo demasiado tarde, me di cuenta de que debería haber seguido atacando sin piedad mientras estaban en el suelo. Pero estaba demasiado sorprendida por lo que había hecho para hacer más que encorvarme en una posición defensiva, esperando ver cuál iba a ser su respuesta.
Cowboy Hat cargó contra mí, empujando hacia atrás en el poste. El impacto sacó todo el aire de mis pulmones y me doblé, tratando pero fallando al tomar oxígeno.
—No he terminado contigo, princesa. Esta era tu advertencia. Si descubro que todavía estas saliendo con ángeles caídos, no va a ser bueno lo que pasará. —Él le dio unas palmaditas a mi mejilla—. Usa este tiempo para considerar tus lealtades. La próxima vez que nos encontremos, por tu propio bien, espero que hayan cambiado.
Les hizo una señal a los demás con un giro de su barbilla y todos salieron por la puerta.
Engullí aire, tomando unos minutos para recuperarme, y me tambaleé hasta la puerta. Ya se habían ido. El polvo del camino se cernía a través del aire, y el anochecer se asomaba a través del cielo, una pizca de estrellas brillaba en el cielo como pequeños fragmentos de vidrio roto.