En la preparatoria encuentro estacionamiento al final del espacio designado para los estudiantes y camino por el césped hasta llegar a la entrada lateral. Iba tarde gracias a la pelea con mi mamá. Después de salir a toda prisa de la granja tuve que detenerme en la orilla de la carretera por quince minutos para calmarme. Ella está saliendo con Hank Millar ¿Acaso era ella sadista? ¿Se propone arruinar mi vida?¿Acaso será ambas cosas?
Una sola ojeada al BlackBerry que le robé a mi mamá me bastó para comprobar que había llegado casi al final de la primera clase. La campana sonaría en diez minutos. Llamé al celular de Vee con la intención de dejar un mensaje.
—Holaaa. ¿Eres tú, Ángel? —contestó rápidamente con su mejor voz de seductora. Estaba intentando ser graciosa, pero yo casi me tropiezo.
Ángel.
El mero sonido de la palabra causó que el calor lamiera mi piel. Una vez más el color negro corrió furiosamente alrededor de mí como un ardiente listón, pero esta vez había algo más. Una sensación física tan real que me hizo detener. Sentí un tentador roce por mi mejilla, como si una mano invisible me acariciara, seguida por una suave y seductora presión contra mis labios...
Eres mía, Ángel, y yo soy tuyo. Nada puede cambiar eso.
—Esto es una locura —dije entre dientes. Ver el color negro era una cosa, pero besarme con eso era ya algo de otras proporciones. Tenía que dejar de torturarme de esta manera. Si continuaba así, iba a terminar cuestionando mi cordura.
—¿Qué fue lo que dijiste? —dijo Vee.
—Eh, el estacionamiento —dije rápidamente para encubrir—. Todos los lugares buenos ya están ocupados.
—Adivina quién tiene Educación Física a primera hora. Esto es tan injusto. Comenzaré el día sudada como un elefante con calor. ¿Acaso la gente que programa nuestros horarios no saben lo que es el olor corporal? ¿Acaso no comprenden lo que es tener el pelo lleno de rizos?
—¿Por qué no me dijiste sobre Scott Parnell? —le pregunté sin alterar la voz. Comenzaríamos por ahí y luego avanzaríamos.
El silencio de Vee yace fuertemente entre nosotras confirmando mis sospechas: que ella no me había contado el cuento entero intencionalmente.
—Ah sí, Scott —balbuceó finalmente—. Sobre eso.
—La noche que yo desaparecí, él dejó en mi casa un Volkswagen viejo. Ese detalle se te olvidó anoche ¿verdad? ¿O quizá no pensaste que fuera interesante o sospechoso? Eres la persona de quién menos esperaría que me diera una versión editada de los eventos que llevaron a mi secuestro, Vee.
La escuché morderse el labio.
—Tal vez omití algunas cosas.
—¿Como el hecho de que me dispararon?
—No quería lastimarte —ella se apresura a decir—. Lo que te pasó fue traumático. Más que traumático. Mil veces peor. ¿Qué clase de amiga sería si lo hiciera peor?
—¿Y?
—Está bien, está bien. Supe que Scott te dio el auto. Probablemente para disculparse por ser un cerdo chauvinista.
—Explícate.
—¿Recuerdas en la escuela intermedia cuando nuestras madres siempre nos decían que si un niño te molestaba significaba que le gustabas? Bueno, pues cuando de relaciones se trata, Scott nunca pasó del séptimo grado.
—Yo le gustaba. —Sonaba con dudas. No creía que ella me estuviera mintiendo otra vez, no cuando yo acababa de confrontarla, pero era claro que mi mamá había ido a dónde ella primero y le había lavado el cerebro para que pensara que yo era demasiado frágil para saber la verdad. Esto sonaba como una respuesta para salir del paso. Como si yo nunca hubiera escuchado una.
—Lo suficiente como para comprarte un auto, sí.
—¿Tuve algún contacto con Scott la semana antes de que me secuestraran?
—La noche antes de que desaparecieras, te metiste a hurtadillas en su cuarto, pero no encontraste nada interesante aparte de una planta de marihuana marchita.
Finalmente estábamos llegando a algo. ¿Qué estaba buscando?
—Nunca pregunté. Me dijiste que Scott estaba loco. Esa era toda la evidencia que necesitaba para ayudarte a meterte.
No lo dudé. Vee nunca necesitaba una razón para hacer algo estúpido. Lo triste era que la mayoría de las veces yo era igual.
—Eso es todo lo que sé —insistió Vee—. Lo juro.
—No me vuelvas a ocultar nada.
—¿Entonces me perdonas?
Yo estaba molesta, pero para mi sorpresa, podía comprender el que Vee quisiera protegerme. Es lo que los mejores amigos hacen, razoné. Bajo otras circunstancias, yo podría haberla admirado por ello y en sus zapatos probablemente hubiera estado tentada a hacer lo mismo.
—Te perdono.
Adentro en la oficina principal esperaba tener que pedir un pase por tardanza, pero me sorprendí cuando la secretaria me vio llegar y, luego de reaccionar tardíamente, dijo:
—¡Ay, Nora! ¿Cómo estás?
Ignorando la exagerada simpatía en su voz, digo:
—Vine para recoger mi itinerario de clases.
—Ah. Ay Dios. ¿Tan pronto? Nadie espera que tú vuelvas a tu rutina tan pronto. ¿Lo sabes, cariño? Esta mañana algunas personas del personal y yo estábamos hablando sobre ti, que creíamos que deberías tomar un par de semanas para... —Se esforzó en buscar una palabra aceptable, porque no existía una palabra correcta para lo que me esperaba. ¿Recuperarme? ¿Adaptarme? No, eso no podían ser palabras correctas—... Aclimatarte. —Prácticamente estaba sosteniendo en alto un letrero con letras neón que decía: ¡Qué lástima! ¡Pobre niña! Será mejor que use mis guantes de bebé con ella.
Yo puse un codo sobre el mostrador y me incliné para acercarme.
—Estoy lista para regresar. Eso es lo que importa, ¿cierto? —Como yo ya estaba de mal humor, seguí—. Estoy tan contenta de que esta escuela me enseñara a no valorar cualquier otra opinión que no fuera la mía.
Ella abrió la boca y luego la cerró. Luego fue a compaginar varios cartapacios manilas en su escritorio.
—Veamos, sé que te tengo por aquí en alguna parte... ¡Ajá! Aquí está. —Sacó una hoja de papel de uno de los cartapacios y me la pasó—. ¿Todo está bien?
Revisé mi itinerario. Historia Avanzada de los Estados Unidos, Inglés Avanzado, Salud, Periodismo, Anatomía y Psicología, Orquesta y Trigonometría. Obviamente yo tenía ganas de matarme el año pasado cuando me registré en las clases.
—Todo bien —dije enganchando mi mochila en el hombro mientras empujaba la puerta de la oficina.
El pasillo estaba pobremente iluminado, las luces fluorescentes del techo daban una luz opaca sobre el piso encerado. En mi cabeza, me dije a mi misma que esta era mi escuela, que yo pertenecía aquí, y aunque yo era siempre la nota discordante, me recordé a mi misma que ahora estaba en el penúltimo año a pesar de que no recordara haber terminado el primer año y eventualmente la rareza desaparecería. Tenía que desaparecer.
La campana sonó. En un instante las puertas se abrieron por todas partes y el pasillo se inundó del cuerpo estudiantil. Me abrí paso entre la corriente de estudiantes forcejeando para llegar a los baños, casilleros y a las máquinas de sodas. Mantuve mi mentón ligeramente alzado y fijé mi vista directamente hacia el frente, pero sentía como los estudiantes me miraban sorprendidos. Ellos tenían que saber que ya había regresado, mi historia fue primera plana en las noticias locales, pero supongo que el verme en carne y hueso confirmaban los hechos.
Miraban llenos de curiosidad y preguntas. ¿En dónde estuvo? ¿Quién la secuestró? ¿Qué cosas innombrables le hicieron? Pero la especulación más popular era: ¿Será cierto que ella no puede recordar nada? Apuesto que está fingiendo. ¿Quién olvida meses de su vida así nada más?
Entremetí los dedos en el cuaderno que había estado apretando contra mi pecho, fingiendo que estaba buscando algo sumamente importante. Quería parecer como si no me diera cuenta de nada. Luego eché los hombros hacia atrás y fingí indiferencia y hasta retraimiento, pero en el fondo mis piernas
estaban temblando. Me apresuré por el pasillo con sólo una meta guiándome hacia delante.
Abriéndome camino hasta entrar al baño de mujeres, me encerré en el último cubículo. Arrastré mi espalda por la pared hasta quedar sentada. Podía sentir la bilis subiendo por mi garganta. Mis brazos y piernas se sentían entumecidos. Mis labios se sentían entumecidos. Las lágrimas goteaban por mi barbilla, pero no podía mover mi mano para secarlas.
Sin importar qué tan fuerte cerrara mis ojos, sin importar qué tan poco pudiera ver; todavía podía ver la expresión de malicia y crítica en sus rostros. Yo ya no era uno de ellos. De alguna manera, sin ningún esfuerzo de mi parte, me había convertido en una rechazada.
Me quedé sentada por varios minutos hasta que mi respiración se calmó y la urgencia por llorar se desvaneció. Ya no quería ir a clases y tampoco quería ir a mi casa. Lo que de verdad quería era lo imposible. Regresar al pasado y tener una segunda oportunidad. Rehacer las cosas, comenzando con la noche en que desaparecí.
Justo me ponía en pié cuando escuché una voz susurrar por mi oído como una corriente de aire frío.
Ayúdame.
La voz era tan baja que casi no la escuché. Incluso consideré la posibilidad de que quizá lo inventé. Después de todo, últimamente en lo único que era buena era imaginando cosas.
Ayúdame, Nora.
Se me erizaron los pelos del brazo cuando escuché mi nombre. Me quedé quieta y me concentré para escuchar la voz otra vez. El sonido no había venido del interior del cubículo, yo estaba sola ahí, pero tampoco parecía venir del resto del área del baño.
Cuando él termine conmigo, será como si muriera. Nunca más volveré a mi hogar.
Esta vez la voz sonó mucho más fuerte y más urgente. Miré hacia arriba. Parecía como si viniera del ventilador.
—¿Quién está ahí? —dije con cautela.
Como nadie me contestó, supe que esto debía ser el comienzo de otra alucinación. El Dr. Howlett lo había predicho. Mis pensamientos se tornaron ansiosos. Necesitaba cambiar de entorno. Tenía que distraerme de lo que estaba pensando y romper el hechizo antes de que se apoderara de mí.
Estiré el brazo para agarrar el cerrojo y súbitamente una imagen atravesó mi mente, eclipsando mi vista. Fue un aterrador cambio de escenario. Ya no podía ver el baño. En lugar de baldosas, el piso debajo de mis pies era de concreto. Arriba, vigas de metal cruzaban el techo de manera que parecían gigantes patas de araña. En una pared había una hilera de puertas de garaje. Estaba alucinando que estaba dentro de un...
Almacén.
Él me arrancó las alas. Ya no puedo volar a mi hogar, la voz lloriqueó.
No podía ver a quién le pertenecía la voz. Arriba había una bombilla al descubierto que iluminaba una correa transportadora en el centro del almacén. Aparte de eso, el edificio estaba vacío.
Un ruido sordo reverberó por todo el almacén cuando la correa se encendió. Un estruendoso ruido mecánico salía de la oscuridad al final de la correa. Estaba trayendo algo hacia donde yo estaba.
—No —dije, porque era la única cosa que podía pensar en decir. Puse mis manos en frente mío, tratando de sentir la puerta del cubículo del baño. Esto era una alucinación, justo como mi mamá me había advertido. Tenía que atravesarla y encontrar una manera de regresar al mundo real. Mientras tanto, el horrendo chirrido metálico se hacía cada vez más alto.
Retrocedí, apartándome de la correa transportadora, hasta que quedé presionada contra la pared de cemento. Sin ningún lado a donde huir, observé cómo una jaula de metal salía de las sombras traqueteando y resonando, mientras se acercaba cada vez más a la luz. Las barras resplandecían de un fantasmagórico azul eléctrico, pero eso no fue lo que atrapó mi atención. Adentro había una persona encorvada. Una chica agachada para poder caber en la jaula. Sus manos estaban agarrando las barras, su pelo negro azabache estaba enredado al frente de su cara. Ella miró a través de la capa de pelo y las orbitas de sus ojos no tenían color. Había una soga atada a su cuello y emitía la misma espeluznante luz azul.
Ayúdame, Nora.
Yo quería salir corriendo por alguna salida. Tenía miedo de intentar por las puertas del garaje, temía que sólo me adentraran más en la alucinación. Lo que necesitaba era mi propia puerta. Una que yo creara ahora mismo para poder escapar hacia el interior del baño de la escuela.
¡No le des el collar! La chica sacudió con fiereza las barras de la jaula. Él cree que tú lo tienes. Si el collar cae en su poder, nada podrá detenerlo. Yo no tendría otra opción. ¡Tendría que decirle todo!
Mi espalda baja y mis antebrazos estaban húmedos. ¿Collar? ¿Cuál collar? El collar no existe, me dije. Tanto la chica como el collar son producto de tu imaginación. Oblígalos a salir. Oblígalos. A. Salir.
Una campana chilló y así como si nada, fui arrebatada de mi alucinación. El cerrojo de la puerta del cubículo del baño estaba a sólo pulgadas de mi nariz. EL SR. SARRAF APESTA. BL+JF=AMOR. LAS BANDAS DE JAZZ SON DE LO MEJOR. Estiré una mano y la toqué. La puerta era real. Exhalé aliviada.
Se escuchaban voces de afuera. Me paralicé por un momento, pero eran voces normales. Voces felices y parlanchinas. Por entremedio de la puerta observé a tres chicas alinearse en frente de los espejos. Ellas se acomodaron el pelo y retocaron su brillo labial.
—Hoy en la noche deberíamos ordenar pizza y ver películas —dijo una de ellas.
—No se puede, chicas. Esta noche estaremos solamente Susanna y yo.
Reconocí la voz de Marcie Millar. Ella estaba en el medio del grupo recogiendo su pelo rubio en una coleta de medio lado y amarrándolo con una hebilla plástica en forma de flor.
—¿Nos estas dejando plantadas por tu mamá? Eso duele...
—Pues sí, lidia con ello —dijo Marcie.
Las dos chicas a cada lado de Marcie comenzaron a quejarse. Probablemente eran Addyson Hales y Cassie Sweeney. Addyson era porrista como Marcie, pero una vez escuché a Marcie confesar que la única razón por la cuál era amiga de Cassie era porque vivían en el mismo vecindario. Su unión se debía al hecho de que ambas podían mantener el mismo estilo de vida. Iguales como dos gotas de agua; dos gotas con mucho dinero.
—Ni comiencen —dijo Marcie, pero la sonrisa en su voz dejaba ver que se sentía halagada por la decepción de ellas—. Mi mamá me necesita. Esta noche saldremos.
—¿Ella está... tú sabes... deprimida? —dijo la chica que yo pensaba que era Addyson.
—¿En serio? —Rió Marcie—. Ella se quedó con la casa, sigue siendo miembro del club de yates y además hizo que mi papá le comprara un Lexus SC10. ¡Es bieeen lindo! Juro que la mitad de los hombres solteros en el pueblo ya han llamado o visitado. —Marcie dijo todo tan fluidamente que me hizo pensar que había estado practicando este discurso.
—Ella es tan linda —Cassie suspiró.
—Exactamente. Cualquiera que sea la mujer con quién mi papá salga no le llegará ni a los tobillos.
—¿Está saliendo con alguien?
—Todavía no. Mi mamá tiene amigos por todo el pueblo. Alguien hubiera visto algo. —Ella bajó la voz para comenzar a chismorrear—. ¿Vieron las noticias sobre Nora Grey?
Mis rodillas se debilitaron al escuchar mi nombre y presioné una mano contra la pared para apoyarme.
—La encontraron en el cementerio y están diciendo que no puede recordar nada —Marcie continúa—. Supongo que estaba tan aturdida que hasta huyó de la policía. Ella creía que ellos intentaban lastimarla.
—Mi mamá dijo que probablemente el secuestrador le lavó el cerebro —dijo Cassie—. Que algún pervertido le pudo haber hecho creer que estaban casados.
—¡Qué asco! —dijeron todas a la vez.
—Sea lo que sea que haya pasado, ella ahora está dañada de por vida —dijo Marcie—. Incluso si dice que no puede recordar nada, en el subconsciente ella sabe qué fue lo que pasó. Va a estar arrastrando esa carga por el resto de su vida. Igual podría envolverse en cinta amarilla que diga: ―manténgase alejado y no pase.
Ellas rieron. Luego Marcie dijo:
—Regresemos a clases, chicas. Ya no tengo más pases de tardanzas. Las secretarias las están escondiendo en sus gavetas. Putas.
Esperé hasta bastante tiempo después que ellas se fueron para estar segura de que el baño y los pasillos estuvieran vacíos y luego me apresuré por la puerta.
Caminé a toda velocidad hasta el final del pasillo, empujé la puerta de la salida y comencé a correr hacia el área de estacionamiento de los estudiantes.
Me metí a toda prisa en el Volkswagen preguntándome cómo es que pensé que podría regresar a mi vida y retomar las cosas justo en dónde las había dejado. Porque exactamente lo que está pasando es que las cosas se han ido.
Se han ido y me han dejado.