Con una inquietud que crecía a cada paso, Darcy avanzó por el corredor en penumbra hasta que descubrió una brillante luz que salía de la puerta del salón de música. Se detuvo ante la entrada y trató de aguzar los sentidos como si así pudiera atisbar algo de lo que le esperaba en el interior. Pero no logró percibir nada. Ante aquella quietud, respiró hondo y traspasó el umbral en silencio.
Georgiana estaba sentada en uno de los divanes que estaban uno frente a otro, separados por una mesa de centro, con la espalda hacia la ventana y el cuerpo recto pero relajado. Estaba muy guapa, con un vestido de lana azul ribeteado con una cinta bordada. Aunque era un traje sencillo, dejaba traslucir a la perfección que Georgiana había dicho adiós a la infancia. Tenía la mirada baja, aparentemente fija en sus delicadas manos, que reposaban sobre el regazo, permitiéndole a Darcy sólo la vista de los rizos brillantes y oscuros que enmarcaban su cara. No ha habido ningún cambio. Darcy relajó los hombros y su decepción amenazó de muerte la esperanza que había alimentado durante las últimas semanas. La tentación de perder toda esperanza casi lo abruma por completo, pero intentó alejarla. Georgiana lo necesitaba, necesitaba su fuerza; y juró no fallarle.
—¿Georgiana? —dijo Darcy con voz suave.
Al oír su nombre, Georgiana levantó la cabeza y, para sorpresa de Darcy, unos ojos brillantes de la felicidad se clavaron enseguida en los suyos. Su hermana se levantó con elegancia del diván y, sin decir palabra, tendió los brazos hacia él, con una sonrisa tímida en el rostro. Sin saber cómo, Darcy atravesó el salón como un rayo y en segundos se sorprendió parado al lado de ella.
—¡Georgiana! —exclamó con voz ahogada, abrazando con fuerza a su querida hermana.
—Hermano querido —susurró Georgiana contra su pecho. Darcy parpadeó varias veces rápidamente, antes de permitirle separarse lo suficiente para mirarlo a la cara—. ¡No sabes lo feliz que estoy de que estés en casa!
La cristalina transparencia de su rostro, tan opuesta a la horrible melancolía del verano pasado, dejó al caballero sin habla. Con un asombro lleno de gratitud, contempló en silencio la plácida profundidad con que Georgiana lo miraba. Su hermana se sonrojó al notar aquel examen detallado, y volvió a apoyar la mejilla colorada sobre el pecho de su hermano, antes de que él pudiera decirle que también estaba feliz de estar en casa.
—Quise recibirte de manera apropiada —murmuró Georgiana—. Quería portarme de manera formal, ya sabes, y decir: «Así que estás en casa, hermano» y «¿Qué tal ha sido el viaje?». —Georgiana se apartó un segundo del pecho de Darcy—. Pero cuando entraste y te vi a mi lado, todo eso se me olvidó. ¡Oh, mi querido, querido hermano! —La sonrisa que Georgiana le dedicó hizo que el corazón de Darcy diera otro salto y otra vez se quedó sin palabras—. ¿Quieres un poco de té ahora, antes de vestirte para la cena? Está todo aquí, sobre la mesa.
—S-sí —logró responder Darcy—, un poco de té sería perfecto. —Darcy soltó a su hermana con reticencia y dejó que ella lo llevara hasta el diván para sentarse luego junto a ella. El hoyuelo que los dos habían heredado de su padre se asomó en medio de la mejilla de la muchacha mientras servía el té. Y se hizo más profundo cuando ella se dio la vuelta y le pasó la taza.
—Aquí tienes. No hace tanto tiempo que te fuiste como para que haya olvidado cómo te gusta, pero por favor dime si he recordado todo bien. —Darcy tomó la taza y le dio un sorbo con cautela, decidido a decir que estaba magnífico, independientemente del sabor. Pero no tuvo necesidad de mentir. Estaba perfecto, y por alguna razón inexplicable, ese hecho pareció desatar una oleada de dulzura que alivió la pesada culpa que lo venía abrumando desde la primavera. Sus labios dejaron escapar entonces un suspiro irreprimible. Georgiana sonrió en voz baja, pero al ver la curiosa luz que su risa despertó en los ojos de Darcy, bajó la mirada y se concentró en su taza, con un poco de confusión.
—Lo has recordado perfectamente, querida se apresuró a asegurarle, con la esperanza de volver a ver el hoyuelo, pero Georgiana siguió con la vista fija en la taza. Aunque en su cabeza se agolpaban cientos de preguntas acerca de la transformación de su hermana, Darcy vaciló ante la idea de tocar ese tema, temeroso de que el hecho de mencionarlo rompiera en mil pedazos la maravillosa paz que los invadía en ese momento. Así que decidió que, hasta no estar más seguro del estado anímico de Georgiana, sería mejor mantenerse dentro de los límites de la charla social.
—Entonces, ¿quieres saber qué tal ha ido mi viaje de vuelta? —preguntó con suavidad—. ¿O preferirías oír noticias de Londres?
Al oír la pregunta, Georgiana levantó un poco la barbilla, pero en lugar de mirarlo directamente, prefirió examinar el delicado bordado de su servilleta.
—En realidad, hermano, lo que más me gustaría es que me contaras cómo te ha ido en Hertfordshire. —Georgiana lo miró fugazmente a la cara y luego desvió la mirada. Darcy no pudo saber qué había visto su hermana en su rostro, porque aquella petición le cogió totalmente por sorpresa y no tuvo tiempo de controlar su expresión.
—¡Hertfordshire! —repitió Darcy con voz ronca, sintiendo una opresión en su interior, y un súbito recuerdo de aroma a lavanda y rizos besados por el sol desató una lluvia de nostalgia que penetró hasta lo más profundo de su ser, haciendo añicos lo que quedaba de su tranquilidad.
—Sí —contestó Georgiana y el hoyuelo volvió a salir cuando ladeó un poco la cabeza y lo miró a los ojos—. Tu carta de Londres no decía nada sobre el baile. ¿Asistió mucha gente? —La manera en que Georgiana pareció animarse de repente colocó a Darcy ante un dilema. Con cuánta devoción deseaba olvidarse de Hertfordshire o, al menos, relegar sus recuerdos a los momentos en que estuviera solo y seguro, sintiéndose capaz de enfrentarse a los sentimientos que ese nombre evocaba. Pues su simple mención lo desazonaba por completo, arrastrándolo a lugares a los que sólo se atrevía a ir con mucho cuidado. ¡Sin embargo, ese peligroso tema era precisamente lo que su hermana más deseaba oír!
—Sí —respondió Darcy, desviando la mirada—, fue muy concurrido. No pasó mucho tiempo antes de que empezara a creer que todo el condado estaba allí. —Darcy esperaba que su tono cortante desalentara la curiosidad de su hermana.
—¿Y el señor Bingley? Debió de sentirse muy complacido al ver que tantas personas aceptaron su invitación. —Georgiana sonrió, anticipándose a la confirmación de Darcy.
—Sí, Bingley estaba muy contento. —Darcy hizo una pausa, supuestamente para tomar más té, pero en realidad buscaba ganar tiempo para ordenar sus pensamientos—. Debo decir que la señorita Bingley también estaba complacida. Al menos, al comienzo de la velada —se corrigió. Una mirada de desconcierto apareció en el rostro de Georgiana, pero no pidió más explicaciones. Darcy descubrió después que estaba interesada en otra cosa.
—¿Y bailó con la joven sobre la que me escribiste? ¿La señorita Bennet?
—Sí —contestó Darcy con tono cortante.
—¿Y fue muy considerado con ella? —Darcy miró atentamente a su hermana, pero no pudo detectar en sus ojos ningún interés particular por los asuntos de Bingley. No, no lo está preguntando pensando en ella, decidió Darcy. Sólo piensa en él como mi amigo.
—Lamento decir que se portó casi como un idiota a causa de ella —contestó Darcy con un tono un poco más brusco del que tuvo intención de utilizar—. Pero ya ha entrado en razón y la señorita Bennet es agua pasada. No creo que Bingley regrese a Hertfordshire —concluyó con tono tajante, pero suavizó el tono al ver que su hermana palidecía—. No fue nada muy grave, Georgiana, sólo una falta de criterio por su parte, te lo aseguro. Pero el asunto ya está arreglado, y Bingley ha aprendido mucho de esta experiencia.
—Como digas… pero ¡pobre señor Bingley! —El rostro de Georgiana se cubrió de preocupación mientras bajaba la vista hacia la taza. Después de unos instantes de silencio, durante los cuales Darcy dio por zanjado el tema, él puso la taza sobre la mesa y, liberando a Georgiana de la suya, tomó las manos de su hermana entre las suyas. Las suaves y complacientes manos de la muchacha descansaron unos momentos entre las musculosas manos de Darcy y no opusieron resistencia cuando él se llevó a la boca primero una y luego la otra, para besarlas con ternura.
—No te preocupes, querida. Él es un hombre adulto y puede aguantar un golpe. Ya conoces su naturaleza alegre. Se recuperará.
Georgiana lo miró con expresión de seriedad.
—Pero ¿qué hay de la señorita Elizabeth Bennet? ¿Pudo cambiar la opinión que tenía de ti? ¿Cómo voy a conocerla si el señor Bingley no regresa a Hertfordshire, ni desea renovar su amistad con los Bennet?
Darcy casi deja caer las manos de su hermana a causa de la sorpresa.
—¿Ese es el motivo de tu preocupación? ¡Quieres conocer a la señorita Elizabeth Bennet! ¡Por Dios, Georgiana! ¿Por qué?
Su hermana retiró con suavidad las manos y, mientras él la miraba fijamente, se levantó del diván, dirigiéndose hasta la ventana que estaba junto al antiguo piano. Pasó los dedos por la superficie lisa y brillante, antes de volverse hacia él para responder a su pregunta.
—Te decía en mi carta que no podía soportar pensar que alguien a quien tú admiraras no te correspondiera con la misma admiración y más bien pensara mal de ti. Quería saber si ella había admitido su error. —Miró a Darcy esperando una confirmación, pero, al ver su expresión, se apresuró a añadir—: Oh, no con palabras, tal vez, pero ¿modificó su opinión? ¿Os despedisteis en buenos términos?
—Como caballero, no puedo saber si fueron buenos términos a los ojos de la señorita Elizabeth. Le correspondería a ella decirlo —contestó Darcy con cuidado. La curiosidad que despertaba el interés de su hermana por Elizabeth superaba su determinación de alejar todos los pensamientos sobre ella.
—Pero ¿por tu parte sí fueron buenos? —La inocente mirada llena de esperanza que le dirigió su hermana hizo que él deseara haberse esforzado más por seguir el consejo de Georgiana.
—Seguí tu consejo lo mejor que pude, teniendo en cuenta mis escasas capacidades en semejantes asuntos. —Darcy sonrió con amargura mientras se reunía con ella junto al piano—. Fui tan amigable como puedo ser en una pista de baile.
—Entonces, ¿bailaste con ella?
Darcy tuvo ganas de gruñir. Cuanto más trataba de esconder, más parecía descubrir su hermana. A este paso, Georgiana pronto conocería todos los detalles de la historia. La miró con perplejidad, parada frente a él, con los ojos llenos de interés. La transformación de Georgiana era asombrosa, no, milagrosa, y Darcy quería saber exactamente cómo se había producido. Empezaría mañana mismo. Se prometió entrevistar a primera hora a la mujer bajo cuyos cuidados la muchacha había superado su enorme pena.
Movió la cabeza, negándose a responder a su pregunta, y luego sonrió y la miró.
—Mi querida niña, si quieres un relato pormenorizado, debes ofrecerme algo más que una taza de té. Ahora bien, ¿qué ordenaste para esa cena de la que habló la señora Reynolds? ¡Porque te advierto que tengo mucha hambre!
El hoyuelo que apareció en la mejilla de Darcy encontró su réplica en su hermana, cuando ella le devolvió la mirada con el mismo afecto. Suavemente, su hermana volvió a deslizarse entre sus brazos.
—Oh, Fitzwilliam, ¡estoy tan contenta de tenerte en casa!
Mientras abrazaba con fuerza a Georgiana, Darcy miró con gratitud hacia el cielo y luego, hundiendo la cara entre sus rizos, sólo pudo reunir la fuerza para susurrar:
—No más que yo, querida. No más que yo.