―Lo hice para salvarte ―contestó con naturalidad.
―Creo que eres una chica sensata.
La miró a los ojos y le dijo: ―No derramaste ni una lágrima a pesar de la situación por la que estabas pasando.
―Estoy…Acostumbrada.
Sus hombros se encogieron un poco cuando esas palabras tocaron cierto nervio.
Él se inclinó un poco y le despejó el flequillo para mirarla mejor, sus labios se curvaban en una leve sonrisa.
―No tienes que ser fuerte. Un niño que sabe cuándo llorar se lleva un caramelo.
Ella reflexionó en silencio sobre sus palabras.
Siempre había sido una chica sensata desde muy joven. De hecho, tenía una gran fuerza de voluntad. Prefería soportar la carga antes que quejarse.
No obstante, cuanto más tiempo tenía que aguantar, más pesado se hacía.
Ella frunció los labios y sonrió.
―Gracias. Ahora entiendo lo que quieres decir.
―¡Oye! Una chica como tú debería saber cuándo sacar provecho de sus atributos.