Luego del desayuno, Leonard caminó por los corredores hacia el vestíbulo, y vio a su tío Sullivan leyendo un pergamino. Al escuchar los pasos del niño, el hombre levantó la mirada sonriendo.
—¿Dónde están tus primos? –preguntó.
—Se están alistando. ¿No vendrás con nosotros? –preguntó Leonard mientras su tío enrollaba el pergamino.
—Hoy no. Tengo trabajo que hacer. El ganado de la zona oeste se ha enfermado y estamos intentando averiguar qué fue lo que pasó. Quizá la próxima vez pueda acompañarlos. –respondió el tío Sullivan.
—Dime, tío, ¿qué crees que deberíamos obsequiarle a Charlotte?
—Depende de lo que a ella le guste. ¿Por qué? ¿Qué hay de malo con lo que ya le han obsequiado? –la pregunta de su tío tomó por sorpresa a Leonard. Miró al hombre, y luego bajó la mirada hacia el suelo, la lluvia comenzó a caer nuevamente provocando un suave zumbido.
—Madre dijo que está mal obsequiar a una niña.
—Déjame que te diga esto, Leo. En el mundo humano está mal obsequiar una niña, y de allí viene tu madre. En Mythweald se tiene un criterio negativo sobre ello, pero en el mundo de los vampiros es algo muy normal.
No tienes que sentirte mal,; de hecho, yo estoy bastante orgulloso. –Leonard levantó la cara y vio la sonrisa de su tío. –somos vampiros, Leo, y, sobre todo, somos criaturas superiores, a quienes nos esperan grandes cosas en el futuro. –Sullivan le dio unos golpecitos en los hombros.
Sullivan dejó que sus palabras se afianzaran en la mente del niño, viendo cómo procesaba lo que él le había dicho. Luego, volvió a hablar.
—¿Por qué no le consigues las muñecas que a Charlotte le gusta coleccionar? Puede que encuentres algunas muy buenas en la feria. Que les vaya bien. –dijo el hombre, y dejó la mansión cuando su cochero llegó para comunicarle que su carruaje estaba listo.
Por la noche, la mansión Carmichael estaba más silenciosa comparada con los días de la semana anterior. Como las tres familias habían ido a visitar a los padres de la Señora Carmichael, la casa quedó a cuidado de los criados. El silencio inundaba en los corredores de la mansión, que estaban alumbrados con velas.
Vivian estaba en su habitación, acurrucada en su cama escuchando la lluvia que golpeaba contra las ventanas al caer por el vidrio transparente. Al ser una de las criadas que servían a la familia, le habían dado una habitación similar a la de los demás trabajadores.
No había chimenea, a diferencia de la casa en la que había crecido, y ya no tenía padres que la cuidaran. Estaba sola y tenía frío. Había sido llevada a la fuerza lejos de sus padres, pero en su ingenuidad, no perdía la esperanza de que algún día llegaran a buscarla. Trataba de ser una buena niña, de escuchar y hacer todo lo que le pidieran, sin importar cuán asustada se sentía.
Por desgracia, esperaba algo que nunca ocurriría. Era una niña y por ello extrañaba a su familia hoy más que otros días. Ver el amor de madre que tenía la niña de esta mañana, hacía que Vivian extrañara a su madre. La mano que le acariciaba su pelo por la noche, la había dejado sola.
Sin embargo, era una niña en este momento, lo que le haría ser capaz de olvidar el vacío que sentía, y reemplazarlo por las cosas que vendrían en el futuro.
A la medianoche las familias volvieron a la mansión Carmichael. El carruaje de los Carmichael fue el primero en llegar. Leonard bajó primero, sin esperar que el cochero abriera el gran paraguas, y sus zapatos tocaron el suelo húmedo.
—¡Leonard! –llamó su madre al niño, que no esperó y caminó hacia su habitación. –Leo...
—Déjalo –dijo el Señor Carmichael poniendo la mano sobre el antebrazo de su esposa.
Cuando bajaron del carruaje y entraron a la mansión, la Señora Carmichael habló con suavidad.
—Sabes que no fue su culpa. Christopher siempre hace cosas que le meten en problemas.
—Eso no significa que no lo reprenda. Necesita aprender cómo comportarse antes de actuar por instinto.
Démosle algo de tiempo hasta mañana. –su esposo caminó en dirección a su habitación. Giles amaba a su hijo, pero eso no quería decir que apoyara aquel comportamiento. Su hijo era joven, y él creía que podía remendar sus errores antes de que fuera tarde.
De todos los nietos, Charlotte era la única niña de la familia, y, por ello, sus padres llamaban a sus primos y a su familia a festear su cumpleaños.
Todo iba bien, hasta el momento de la noche que Leonard y Christopher, el hijo del primo de su padre, habían empezado una pelea de puños. Cuando Renae preguntó los motivos de esta pelea, su hijo le había respondido que la culpa era de Christopher porque no quería dejar al perro de sus abuelos, y había querido empujarlo a la chimenea.
Según la historia de Christopher, él solo había estado jugando con el perro, tratando de asustarlo, y la verdad sin tirarlo a la chimenea. Los dos niños habían recibido una bofetada en la mejilla por parte de sus padres por comportarse mal.
Como Christopher era cinco años mayor que Leonard, sus golpes realmente lastimaban al niño, que no había parado, sino que había continuado golpeando a Christopher con la misma agresividad, para el espanto de la Señora Carmichael. Aunque estaba orgullosa de ser su madre y de que el niño no se hubiese echado para atrás, no sabía qué hacer con el temperamento irregular que se ocultaba en su rostro de apariencia dulce.
Renae agradecía que los niños de su hermana fueran una buena influencia, no como el hijo de su primo. Sus instintos de madre querían ir y aliviar los moretones que se habían formado en la cara del niño, aunque no siguió a su hijo. Sabía que era difícil para él, pero, como había dicho su esposo, tenía que aprender a controlarse.