Al escuchar esto, el mayordomo, quien estaba de pie como estatua, lanzó una mirada al hombre y a su Señor antes de volver a mirar de frente al vacío.
―Gracias por la oferta señor Barton, pero tenemos nuestras propias medidas disciplinarias ―dijo el Señor Alejandro, sin molestarse en mirar al hombre mientras cortaba la carne en su plato en delgados y elegantes cortes.
―Eso es una lástima ―dijo y rio Lord Barton, dejando de lado el tema y escogiendo otro—. Disculpa por abusar de tu hospitalidad, pero mi hija parece que se ha encariñado contigo para que ella me haga venir a tu mansión. Ella habla cosas buenas de ti.
―Me honra que su hija hable maravillas de mí―dijo el Señor Alejandro, haciendo que Lady Carolina se sonrojara.
―Es mi honor, Señor Alejandro ―dijo Lady Carolina con falsa modestia, antes de volver a comer a su plato donde apenas había tocado su comida.