Me levanté y miré al cielo que oscurecía, era hora de volver a casa.
Con Maggie débil y herida, fue fácil atarla.
—¡Suéltame, bruja maldita! —gritó.
La llevaría ante Murray y Frederic. Que ellos decidieran qué hacer con ella.
—Ciana, ¡detente! —La preocupada voz de Warren me sobresaltó cuando corrió hacia Maggie.
—Warren, tengo que entregarla. Los ancianos de mi manada se harán cargo desde aquí —expliqué.
Sin embargo, Warren no me escuchaba. Me miró con una expresión triste y honda y se me abalanzó con todas sus fuerzas. Para mantener mi equilibrio, tuve que soltar a Maggie.
—Lo siento, Ciana, pero no puedo dejarte hacer eso —sacudió la cabeza y añadió—. Si intentas detenernos, no me contendré como la última vez.
En sus brazos, Maggie gimió y se apoyó pesadamente en él. Él apretó su agarre a su alrededor.