No pasó mucho tiempo antes de que llegasen a las murallas de la ciudad. La enorme barrera estaba formada por una gran planta somnífera. Cualquier enemigo que se acercaba demasiado caía dormido al instante o en el mejor de los casos, era puesto a soñar despierto. Ondín y Rin se abrazaron otra vez y ya la primera se disponía a alejarse cuando una gigantesca forma se movió fugazmente hasta ellas.
Al ver la enorme figura Ondín gritó presa del pánico, pero al mismo tiempo tomó el brazo de Rin y la situó con violencia detrás de ella de modo protector.
Dos segundos después, la duende soltaba una exclamación mezcla de admiración y reverencia. Ante sí tenían un lobo inmenso de rojo pelaje. En realidad, mirándolo bien no debía ser un lobo porque tenía un fino hocico y un cuerpo más estilizado; así como puntiagudas orejas erguidas y una larga y gruesa cola. Ondín trató de articular palabra, pero su boca no emitió ningún sonido. Tan cobarde como siempre, se dijo. Ella probó a retirarse un poco pero enseguida con una maniobra el extraño animal le cortó el movimiento.
- Escucha muchacha, pronto estarán aquí las lechuzas. - Les habló el enorme cuadrúpedo dejándolas de una pieza a ambas.
- ¿Cómo…? -Comenzó a decir Ondín, pudiendo finalmente articular palabra. ¿Quién era el enorme ser? Y ¿cómo sabía de sus asuntos? No obstante, ella volvió a quedarse impactada cuando sus ojos se trabaron en los del animal. Eran de un verde deslumbrante como el césped del palacio y el musgo. Tales como los del príncipe extranjero.
- Tú… - Pero la criatura no la dejó continuar.
- Hoy supe que nos espiabas y te devolví el favor… - Diciendo esto, el ser se sonrió con picardía.
- No espiaba…- Se defendió al momento Ondín con vehemencia, consciente de que había enrojecido escandalosamente.
- Como sea – Soltó él tajante. – Vi lo que hiciste… Nunca había presenciado tal cosa. - Él sonaba genuinamente impresionado. Ondín lo miró sin poder creerse aún que estaba en presencia del príncipe de Primavera. - Después llegó a mis oídos el suceso en palacio. Todo el mundo habla de ello y me di cuenta de que tenías que ser tú.
- ¿Cómo me encontraste…?
- Mi olfato, es muy agudo.
Sin embargo, la pregunta más importante había quedado en el aire. Así que Ondín se apartó más recelosa que nunca. Ella chasqueó los dedos y al instante su mano se incendió. Detrás de ella Rin se debatía por salir y plantar cara al animal, pero con su mano libre Ondín la mantenía a resguardo con firmeza. Entones lo que parecía ser un lobo se carcajeó con una taimada risita.
- Oh esto se pone más y más interesante. Mira muchacha, he venido a proponerte algo, no a capturarte.
- Lo siento, pero no confío en usted…
- No hay tiempo, el príncipe te marcó, es cuestión de minutos que te encuentren y no va a ser bonito.
¿¡Cómo…?! Ondín se quedó de piedra esta vez.
- Levanta tus manos, muchacha… ¡Pronto!
Apartándose un poco más, Ondín trajo sus dos manos frente a sus ojos y las examinó. De inmediato, la pequeña Rin viéndose liberada, salió al frente y encaró al lobo mostrándole los dientes con su pequeño rostro todo crispado. A esto, el gran animal correspondió con una divertida risita, mostrando una doble hilera de finísimos y alargados colmillos en cada mandíbula. Mientras tanto, Ondín había encontrado lo que buscaba justo en el brazo por donde la habían agarrado en la biblioteca. Allí, en la parte interior de su muñeca, ella tenía una marca.
Los ojos de la joven hada se ampliaron porque no era una marca común, era una escritura. Como si le hubieran escrito con tinta en su muñeca estaba impreso el nombre del príncipe: Arat.
- Por el sagrado sol… estoy perdida. – Declaró temblando mientras se restregaba con los dedos la piel allí donde había sido grabada sin lograr quitarlo.
- Sospechan de ti, muchacha, porque las lechuzas los llevaron hasta tu casa y resulta que estás desaparecida. Sí, Arat ya descubrió tu copia, pero la marca será la prueba concluyente.
- Tengo que irme de aquí ¿Acaso vienes a detenerme? – Inquirió hacia el lobo Ondín prendiendo, mientras hablaba, ambas manos en fuego de manera amenazadora. – Deja ir a la pequeña no tiene nada que ver con esto.
- ¡Ondín! – La regañó simultáneamente Rin entre dientes.
Otra vez rio el lobo. Pero su risa fue sofocada por Rin.
- ¡Seremos dos contra uno, chucho!
Pero el animal no hizo caso a su amenaza, sino que aquella pareció hacerle más gracia de modo que estalló en sonoras carcajadas.
- ¡Oh no lo puedo soportar! ¿Es que quieren verme morir a risotadas? Primero: esto es un zorro, niñita...
- En realidad, él es el príncipe del país de primavera, Rin. - Intervino Ondín.
Asintiendo con la cabeza el animal volvió a hablar, ahora completamente circunspecto mientras que, por su parte, la pequeña duende miraba boquiabierta desde su amiga al animal una y otra vez.
- Eres una buena observadora, Ondín. Te pareces tanto a alguien que conozco. En realidad, es bastante extraño... ¡Flores marchitas! - A esto Ondín reaccionó poniendo cara extrañada. Las cosas sólo se ponían más raras. - En cualquier caso, vengo a proponerte que te unas a mi expedición. No creo que desees entregarte y tampoco pienso que puedas sobrevivir mucho tiempo ahí fuera sola. Estoy convencido de que tus habilidades mágicas me serán útiles, así que únete a mi grupo, estoy partiendo ahora mismo.
Ondín no le respondió enseguida, pero tras lanzar una mirada de entendimiento a Rin ambas soltaron al unísono:
- Iré. – Fue Ondín.
- Iremos – Había dicho Rin