Había pasado una cantidad desconocida de tiempo desde que Gabriel empezó a matar a las Bestias del Abismo, adentrándose cada vez más en el Abismo.
No había sentido del tiempo en el Abismo. No había día y no había noche, lo que hacía que pareciera como si llevase haciendo lo mismo sin descanso durante años.
Además, ni siquiera se cansaba gracias a la daga hecha con la Sangre del Diablo. Con cada vida que tomaba, su propia esencia de vida aumentaba, eliminando todo su cansancio, como si la Daga hubiese sido hecha especialmente para matar.
Gabriel incluso olvidó la cuenta de cuántas bestias había matado... ¿mil? ¿Cien mil? ¿Millones o incluso cientos de millones? Sin embargo, no importaba cuántas matara, siempre había más Bestias Abismales por encontrar.
Era como si hubiera un número infinito de Bestias Abismales en el Abismo que estaba más allá de la imaginación. Aún estaba al borde de la Zona Exterior, pero cuanto más se adentraba, más fuertes se volvían las bestias.