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Cuervo estaba sentada en clase, con la mirada perdida mientras miraba sin enfocar los signos de hechizo garabateados en la pizarra.
La voz del profesor se prolongaba monótona, las palabras le pasaban por encima sin dejar ninguna huella.
«¿Por qué estoy aquí, en este punto?», pensaba, suspirando en silencio. «No me importa la academia. La única razón por la que me inscribí fue por la misión. Ahora...»
Casi sin darse cuenta, su mirada se desvió hacia el fondo de la sala, donde Melisa estaba encorvada sobre su cuaderno, su pluma arañando la pergamino furiosamente.
Cuervo simplemente la observaba, con los ojos entrecerrados.
Desde que su misión se había expuesto, desde que había elegido salvar a Melisa en lugar de potencialmente dejarla morir, las cosas habían, por supuesto, cambiado.
La estructura rígida que había definido toda su vida se había esfumado en un abrir y cerrar de ojos.
Y, ahora, se sentía como si estuviera a la deriva en el mar.