—¡Padre! ¡Ella...! —gritó Abel corriendo hacia su aldea en llamas. Estaba en las montañas cazando como de costumbre cuando notó una enorme nube de humo procedente de su aldea.
Comprensiblemente, volvió corriendo, solo para encontrar que todo estaba ardiendo con mercenarios matando y quemando a todos y todo en todas partes a su paso.
Los gritos llenaban toda el área, y Abel los ignoró todos mientras corría hacia su choza en llamas. Allí, vio a su padre Bert y a Ella bañados en su propia sangre.
—¡Ella! —gritó Abel mientras se acercaba rápidamente a su esposa embarazada. Lloró al cargar a su esposa en sus brazos—. Oh por favor, Ella... Por favor aguanta...
—Abel, siento tanto frío —susurró débilmente Ella—. No puedo sentir a nuestro bebé moverse dentro de mí...
—No, aguanta por favor —Abel gritó en susurros ahogados—. Te salvaré, Ella.