—Muy bien hecho, pero para mejores resultados, deberías usar la fuerza de tu brazo, con el impulso de tus hombros en lugar de tu muñeca —criticó mi madre con un dedo golpeteando su barbilla mientras examinaba la espinilla rota de Dalia.
El débil y jadeante grito de dolor de Dalia resonaba en mis oídos gracias a mi golpe.
No quería golpearla en la cara. ¡Demonios, no quería golpearla en absoluto! Cualquier plan que tuviera para vengarme de Dalia Elrod la tenía humillada hasta más no poder y marginada de toda manada, su reputación arruinada más allá de la reparación mientras yo exhibía mi felicidad en su cara.
Ver su figura coja era simplemente patética. Podría golpearla otra vez, pero no encontraba ningún placer en ello. Pero parecía que mi madre tenía alegría de sobra para ambas, y Gus me estaba aplaudiendo.
—Buen primer esfuerzo, sin embargo —dijo Gus alegremente—. Todavía tienes la otra rótula para practicar.