Sophie parpadeó hacia Leland y frunció el ceño un poco. Ella sabía que el Jefe de la Aldea y los aldeanos realmente no la dejaron ver a sus padres a causa de la forma en que fueron encontrados en el bosque.
—¿Realmente crees que serían tan atroces al matar? —preguntó ella.
—Estas personas son asesinos despiadados que están empleados por la familia real —explicó Leland—. Una vez que se enteren del veredicto sobre tus padres, estas personas no pestañearán al acabar con ellos. Lo siento, pero los humanos también pueden ser bastante crueles.
Sophie apretó su brazo y sonrió tristemente mientras innumerables recuerdos relampagueaban en su mente al oír la palabra crueldad. Tía Helga, Lucia y Valencia estaban en la primera línea de su memoria.
—Yo sé eso, Leland. No defenderé a mi gente ni diré que los humanos son santos o ángeles. También pueden ser despiadados como has dicho... pero la idea de que nosotros los licántropos reinaremos sobre ellos? Eso todavía no me convence —afirmó ella.