Ran Xueyi nunca esperó que Song Yu Han llegara al segundo día de su estadía en tierras extranjeras. A pesar de que ya habían acordado encontrarse cuando él finalmente se liberara de su trabajo y agenda, ¿no es esto demasiado temprano? ¿Qué pasa con su trabajo?
No, lo más importante es…
—Zhanzhan... él está contigo, ¿verdad? —preguntó Ran Xueyi.
Song Yu Han no se detuvo al caminar con ella a rastras y asintió en silencio.
Al escuchar que el Pequeño Zhanzhan vino con él, Ran Xueyi decidió encontrarse con su hijo rápidamente y abrazarlo. Sin embargo, por ahora, debía ocuparse del Papa Oso primero y asegurarse de que él no malinterpretara la situación.
—Yu Han... —dijo Ran Xueyi.
Silencio.
—Song Yu Han.
Más silencio.
—¡Maridito! —exclamó finalmente Ran Xueyi.
Finalmente, el silencioso Papa Oso se detuvo en seco y la miró.
Sus ojos estaban oscuros y fríos, pero Ran Xueyi vio la profunda gentileza escondida por esa abrumadora presión en sus ojos.