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Eventualmente, Sunny regresó a la altitud donde podían verse las caras oscuras de las islas flotantes. Se acercó cansado a una, sintió algo moviéndose en las profundas sombras, y pasó de largo sin acercarse demasiado.
La siguiente no parecía albergar ningún horror. Voló hacia la rugosa superficie de piedra y clavó sus garras y talones en ella, aferrándose al fondo de la isla como un murciélago. Extrañamente, Sunny no necesitó hacer ningún esfuerzo consciente para permanecer en esa posición, y simplemente permaneció boca abajo sobre las frías piedras por un rato, luchando contra el agotamiento.
Estaba en mucho peor estado de lo que había parecido antes. Dos meses de batallas implacables en el Coliseo Rojo habían pasado factura a su cuerpo, y la terrible herida en su pecho seguía allí, agotándolo de fuerza y vitalidad.