Ante las puertas del templo, un gran salón se erguía sumido en la oscuridad. El aire estaba impregnado del olor a putrefacción, y al menos una docena de cuerpos eviscerados yacían sobre las frías piedras, mirando hacia la nada con sus ojos vacíos.
Sunny ya se había acostumbrado a tales escenas, así que no estaba muy preocupado por ello. La implicación, sin embargo, le dejó una sensación de frío.
—Maldición…
Entró en el salón, tanto el Santo como la Serpiente emergiendo en silencio desde sus sombras. Cassie siguió, sujetando con fuerza el mango de la Bailarina Silenciosa hasta que sus dedos se pusieron blancos.
Sunny se acercó al cadáver más cercano, contuvo la respiración y se arrodilló a su lado, estudiando sus heridas. Luego, con una expresión sombría, se dirigió al siguiente y repitió el proceso.
Le llevó un tiempo revisar a cada uno de los Perdidos asesinados, y al final, sus ojos estaban llenos de oscuridad.