Sunny estudió el enjambre de abominaciones que inundaba el pequeño valle. Estas no parecían tan peligrosas como los cazadores primordiales a los que había enfrentado una vez frente a la escuela de Rain. Las criaturas tenían cuerpos bestiales, con cuatro extremidades óseas que terminaban en garras afiladas y largas colas serpenteantes. De sus espinas dorsales surgían crestas de pinchos dentados, y sus fauces estaban llenas de colmillos afilados.
Lo más inquietante de todo era que, salvo las Caídas, todas parecían haber tenido sus ojos arrancados violentamente. Ahora, solo la oscuridad anidaba en los vacíos y desgarradores agujeros de sus cuencas oculares. Las abominaciones no se movían como si estuvieran ciegas, sin embargo. Había una extraña y depredadora precisión en sus movimientos apagados.