—Ah, Su Alteza, ¿puedo hacerle una pregunta? —Al ver que asentía, continuó:
— Me estoy preguntando qué dijo aquel hombre tribal a Su Alteza antes de que nos fuéramos. Recuerdo que Su Alteza sonrió por ello. ¿Dijo algo gracioso sobre mí?
Arlan arqueó una ceja presuntuosa hacia ella. —En vez de preguntar cosas inútiles, ¿no deberías preocuparte por el castigo que te daré por desobedecer mis órdenes de no ir muy lejos?
Al escuchar aquellas palabras, su cuerpo se quedó paralizado. «Casi me olvido de esto».
—¡Perdón, Su Alteza!
—Ni siquiera eres sincera —bufó él—. Anunciaré tu castigo cuando lleguemos a la capital.
«Pequeño mocoso, no puede dejar pasar nada. Casi pierdo la vida hoy y aún quiere castigarme».
—Insultarme en tu mente no cambiará nada.
«¿Qué? ¿Cómo lo sabía?» Se sintió asustada. —A-Aceptaré mi castigo, Su Alteza.
Miró silenciosamente por la ventana. «No pensemos en nada».
Una sombra de una sonrisa apareció en sus labios al recordar lo que aquel líder tribal le dijo.