—Deja que tu hija también observe, así sabrá lo que le espera —dijo Aarón, echando un vistazo hacia la mujer asustada.
—No, no puedes, por favor te lo suplico —Luis casi gritó—. Puedes matarla en su lugar. Por favor, no seas tan cruel con ella. Es una mujer.
—¿Mi hermana no lo era? —Aarón no mostró ni un ápice de piedad—. Ella no era ni siquiera una adulta pero tu hija sí lo es. Estoy seguro de que no morirá en una noche. Si sobrevive, te la dejaré para que la mates con tus propias manos.
—Suelta a nuestra hermana —gritaron los dos hombres, haciéndoles conscientes de su presencia. Eran los dos hijos de Luis.
—Cállenlos —ordenó Aarón y al momento siguiente sus voces se apagaron con muecas de dolor.
Aarón se dirigió a esos veinte hombres y les instruyó, alto y claro para que todos los presentes lo oyeran.