En la quietud de la noche, Arlan yacía junto a Oriana, quien dormía plácidamente. Su cuerpo, debilitado por el poder de la demonio, era propenso a la somnolencia, además de la agotamiento mental que había experimentado en los últimos días debido a la muerte de su abuelo.
Observó su rostro adormilado, acariciándolo suavemente con su mano, su mente en conflicto sobre si debería iniciar la intimidad física y compartir con ella su esencia de oscuridad cuando estaba lidiando con el dolor por la muerte de su abuelo.
Pero al final, tomó una decisión. Protegerla era la máxima prioridad. No podía soportar verla sufrir más dolor debido a que su cuerpo pasara por otro ataque.
Acercando su rostro al de ella dormida, Arlan rozó sus labios con los de ella en un tierno beso, su toque suave pero cargado de un anhelo no expresado.
Con una sensación familiar pero seductora, Oriana se agitó en su sueño y respondió a su beso como si fuera guiada por su instinto básico.