Kaly traveseaba con sus dedos, bajando y subiendo la mirada con nerviosismo, mientras vislumbraba la oscuridad de sus alrededores. La intensa sed de sangre proveniente de la mujer que la trajo a la habitación no dejaba de incomodarla, al mismo tiempo que se sentía impaciente por conocer el destino que le aguardaba.
--Hola. --Dijo un hombre, apareciendo a su lado y tomando asiento en la silla frente a ella.
Kaly levantó la mirada, observando al joven hombre con tranquilidad, no sabía la identidad del individuo y, en realidad no le era de importancia, solo quería terminar con toda esta asfixiante situación, fuera cual fuera el precio.
--He escuchado que mataste a muchos de mis hombres. --Dijo sin cambiar su mirada
--¿Tú eres?... --Sus ojos se abrieron repentinamente por la promesa.
--Sí, yo soy el señor de Tanyer.
Kaly tragó saliva, no podía creer que un hombre tan joven gobernara Tanyer, pero lo que más le sorprendía era el poder bélico que poseía entre sus manos, logrando lo que muchos nobles del reino han querido por décadas, derrotar el segundo batallón más fuerte de la casa Lettman.
--Pido disculpas por mi comportamiento --Dijo inmediatamente y, aunque quiso ponerse de rodillas, la soga que amarraba sus piernas y manos le impedían maniobrar con libertad--, sé que mis recientes actos no lo demuestran, pero sería un gran honor servir bajo su bandera.
*Alguien desea jurarte lealtad*
*Aceptas: SI/NO*
Orion sonrió, ligeramente sorprendido por el cambio repentino de las circunstancias.
--¿Qué opinas, Mujina? ¿La mujer que mató a mis hombres quiere servirme? --Deslizó su mirada hacia su subordinada-- ¿Crees que sea digna?
--Nadie es digno de servirle, Trela D'icaya --Respondió con devoción--, pero la mujer ha mostrado carácter y, sería un desperdicio oxidar la hoja de su espada con su sangre --Se acercó en un instante al rostro de Kaly por su flanco derecho, soplándole con ferocidad el aire que exhalaba su nariz y boca--. ¿Estás dispuesta a morir por Trela D'icaya? --Kaly asintió muchas veces con ligero nerviosismo, ignorando por completo quién era ese trella malaya del que la mujer hablaba y, fue bueno que su duda la guardó en el interior de su mente, pues Orion no sabía si habría logrado salvarla de las manos de Mujina después de insultarlo de tal manera-- ¿Convertirte en su espada y escudo? ¿Y ser el cuerpo que Trela D'icaya necesite para desahogarse?
La determinación en su rostro fue destruida de inmediato al escuchar la última pregunta, dejando a la vista una expresión estoica, privada de cualquier emoción, pero su fortaleza mental se derrumbó, haciéndose añicos y, mostrando una cara que no quería que nadie observase. Los repentinos y oscuros recuerdos de su vida en las manos de la general Génova le destrozaron su firme compostura, sintiendo un fuerte odio y repulsión por aquella mujer que prometió salvarla de su infernal destino y, que claramente le mintió para llevarla a un destino mil veces peor, donde hasta los esclavos sexuales podrían sentirse asqueados por las peticiones de la general.
Mujina frunció el ceño, elevando la ferocidad en sus ojos, los cuales advertían con cometer una acción irreparable, pero el gesto de su señor la hizo calmarse, retirándose unos pasos atrás para retomar su centrada compostura.
--Haga con mi cuerpo lo que desee --El tono de su voz se fue quebrando poco a poco, mostrando la ínfima fortaleza que aún conservaba--, pero solo después de muerta, se lo pido al honor de su persona. Máteme si es lo que desea, no me importa, pero por favor, no me obligue a esa vida --Comenzó a llorar repleta de un intenso dolor--, por favor no lo haga.
Orion respiró profundo, esa mirada la había visto hace mucho y, era esa misma mirada que había provocado todos los cambios en Tanyer, por lo que no podía permitir que la mujer enfrente suyo continuara sufriendo de tal manera.
--Nunca usaré tu cuerpo de ninguna forma que te obligue a odiarte a ti misma, lo prometo. --Dijo y, en el mismo instante se puso de pie, saliendo de la poco iluminada habitación y, dejando ahí a la comandante Kaly, quién no había podido detener sus lágrimas.
--Trela D'icaya...
--No fue tu intención, lo sé. Es una frase que me has repetido muchas veces. --Le miró con frialdad al pasar junto a ella, advirtiéndole que ya estaba un poco harto con sus excusas, acto que provocó que Mujina asintiera avergonzada.
Al salir por completo de la habitación le tocó "SI" en la opción de la subordinación de la ex comandante Kaly, al tiempo que le entregaba aquella extraña bendición de las que sus tropas gozaban.
*Kaly se ha convertido en tu subordinado*
*Requisitos cumplidos*
*Tu vahir ha subido de rango*
*Se incrementa un 5% en la velocidad de cultivos, creación de prendas, creación de herramientas y armas ofensivas y defensivas, tala de árboles y construcción en cualquiera de tus territorios*
*Se han desbloqueado cinco nuevas construcciones: Herrería mágica, Laboratorio alquímico, Cuartel militar, Introducción al conocimiento y, Campo de entrenamiento*
*Has ganado 1 punto de avance*
Parecía que las notificaciones siempre llegaban en los momentos menos esperados, causando siempre lo mismo en su persona, una satisfacción que solo esos ruidos podían lograr. Sus comisuras se levantaron levemente, volviendo a sus andadas pero sin alterar su trayecto.
∆∆∆
El silencio era ensordecedor y, aunque muchos querían escapar de la tensa situación, nadie se atrevió a hacerlo, no con la mujer de mirada solemne observándolos.
--¿Y bien? --Su mirada barrió toda la sala, mientras jugaba con una daga ceremonial-- ¿Ya piensan hablar?
Los hombres y mujeres presentes jugaron a lanzarse miradas, dudosos e incitando al otro a hablar.
--Durca Sadia...
--Tú, cállate. He sido demasiado misericordiosa al permitirte seguir con vida. --Le apuntó con el extremo puntiagudo del arma, con una mirada que podría congelar al propio sol.
El anciano asintió, retrocediendo con la cabeza gacha, sin intención de querer levantarla.
--¿Han hecho un juramento de silencio a los Sagrados? --Preguntó sin una intención real de conocer la respuesta-- Porque no escucho sus explicaciones --Clavó la daga en el descansabrazos de madera--. ¡Díganme! ¿Quién es ese advenedizo que secuestro a mi hija y destruyó a mi ejército? ¡¿Respondan?!
La multitud continuó guardando silencio, sabían que sus palabras no podrían ayudarles ni brindar la respuesta que su señora esperaba, por lo que preferían enfadar a la responsable de la casa Lettman con su silencio, que perder la cabeza por hablar y ser malinterpretados.
--Hoy perdonaré sus vidas --Dijo al levantarse. Instantáneamente todos los presentes se derrumbaron para colocarse de rodillas con el rostro apuntando al suelo--, así que desde este momento deberán recordar que tienen una deuda de sangre conmigo y, si desean que mi bondad persista, hagan un plan exitoso que traiga a mi hija de vuelta --Les lanzó una última mirada--. Es el acto final de misericordia con todos ustedes y, sé que entienden cuáles serían mis acciones próximas. --Sin conjurar o decir una palabra, la daga ceremonial voló de vuelta a su mano.
Sadia Lettman salió de inmediato de la sala, acompañada por una alta mujer de armadura completa, cabello negro, labios delgados y una cicatriz debajo de su labio inferior; un anciano de aspecto miserable, pero de finas ropas y, un hombre alto de complexión atlética, con una gran rajada en su cuello.
--Tráeme a Itkar Horson --Chasqueó la lengua--, quiero comprobar que no guardó nada sobre ese supuesto único enemigo.
La fría madrugada era combatida por enormes fogatas, con llamas que se extendían hasta tocar las nubes, pero aunque la zona estaba considerablemente iluminada, los presentes mostraban expresiones oscurecidas, repletas de un dolor que todos algún día de sus vidas llegarán a experimentar.
Orion se quedó de pie, estoico por el cúmulo de emociones que rondaban en el aire. El golpeó del viento sobre su capa la hizo ondear, al igual que sus alborotados cabellos, tapando por momentos su imperturbable mirada. La sangre de la batalla aún persistía en varias partes de su cuello y armadura, siendo sus brazos y manos los únicos lugares donde había hecho por quitarla.
Mujina, quién había solicitado un permiso especial para la ocasión sonrió dulcemente al ver a su señor, mostrando su hermoso vestido rojo, que lucía espectacularmente al acercarse a la zona del ritual.
En el centro, rodeadas por las cinco grandes fogatas, varias camillas de paja se encontraban replegadas, todas provistas por cuerpos inertes de valientes individuos que sacrificaron sus vidas por el bien de Tanyer y, al lado de cada uno de los cuerpos, una o dos personas se hallaban, arrodilladas y con cuencos sobre sus piernas llenas de un líquido rojo viscoso, con el mismo que ocupaban para pintar las extremidades de los fallecidos, con expresiones de extremo dolor y las lágrimas escapando por momentos de sus ojos.
--Te tuve entre mis brazos el día que E'la me bendijo con tu llegada --Dijo una madre, de cabello cano y trenzado, con el dolor dibujado en su rostro, pero con la fortaleza que caracteriza a una montaña-- y, hoy, al despedirme porque Ella pide por tu regreso, nuevamente te tengo en mis brazos... Fuiste un gran hijo, un gran hombre, pero sobre todo, un gran islo --Una solitaria lágrima resbaló por su mejilla--. Estoy orgullosa de ti hijo y, sé que tu padre también lo estaría --Al completar con el ritual se colocó de pie, observando al tranquilo hombre acostado sobre la camilla de paja--. Que E'el te de la fuerza para cruzar el páramo negro, mi niño...
Orion se mantuvo solemne en cada momento, pero eso no significaba que no estuviera curioso sobre el acto ceremonial efectuado por las dos razas vasallas a él. No solo era incomprensión y duda lo que sentía, era algo más que se destacaba al observar las expresiones de dolor de los padres de los fallecidos, no entendiendo de dónde radicaba ese sentimiento tan profundo. En el laberinto la muerte era algo recurrente, a la que solo evitaba por el sencillo hecho que odiaba regresar a la pequeña habitación, pero nada más allá de eso ocurría. Sabía que después de ser asesinado, o haber muerto por sus propios errores, volvería, retomando el camino para continuar con su tarea. La muerte era algo conocida en el laberinto, pero aquí, en el nuevo mundo era un ser extraño, que te arrebataba de los tuyos sin dejarte volver y, eso no lo lograba entender, por lo que la pregunta de si él llegaba a morir en el nuevo mundo comenzó a carcomerle la cabeza, teniendo como incógnita cual sería su destino: ¿Sería algo similar al de sus vasallos? ¿O volvería al laberinto? Pero fuera como fuese no era una pregunta a la que quería encontrar respuesta.
--... Aquí está tu madre --Susurró en su oído, humedeciendo la paja con sus lágrimas--, a tu lado --Levantó el rostro, mirando de cerca a su hijo con rostro infantil-- y, prometo que no me separaré de ti, nunca lo haré, pero solo te pido que abras los ojos, por favor, tu madre te suplica por ello. Abre los ojos, Dilyan y, te prometo que no iré a ningún lado... Por favor hazlo --Cuando la tranquilidad por la escasez de lágrimas volvió a su cuerpo, un ápice de odio y furia comenzó a envolver su corazón--... No era tu pelea, tú no tendrías que haber estado ahí, no tendrías que haber estado... Nunca te enseñé a usar el arco para matar personas, no lo hice por ello... No debiste estar, no debiste... --Sus ojos rojos e inflamados observaron una vez más el cuerpo calcinado de su retoño, que el fuego milagrosamente no había conseguido desfigurar su rostro.
Mujina subió a un podio improvisado de madera, donde con una expresión solemne observó a cada uno de los presentes, sus manos y brazos, pintados igualmente con la sangre de los animales sacrificados brillaron al ser iluminados por las llamas de las fogatas. Respiró profundo al dirigir su mirada a los cinco fuegos, comenzando a danzar lentamente, con movimientos sublimes. Su danza relató una historia de lucha y gloria, de un pasado que parecía tan lejano que muchos creían inexistente y, para los más longevos del lugar, aquella danza les devolvió algo que pensaban olvidado, era como si pudieran escuchar las voces de sus ancestros en cada movimiento de la santa de los islos, como si fueran nuevamente esos pequeños infantes a la luz de la luna, escuchando las promesas al lado de las cálidas llamas.
--¿Por qué lloras, abuelo? --Preguntó una dama, intrigada por el extraño suceso, pues, a sus ojos, el hombre de barba larga y canosa representaba la definición de la fortaleza, resistente a todo ello que la vida le había lanzado. Vivió los diez años obligatorios como esclavo en la capital del reino, al volver perdió su mano buena en una batalla con las bestias del bosque, presenció la despedida de sus dos hijos varones para ejercer el cumplimiento como esclavos, nunca volviéndolos a ver y, se despidió de la mujer que amaba con el dolor oculto en su rostro. Ni una sola vez había logrado verlo llorar, ni una lágrima había salido de sus ojos, su viejo abuelo siempre había parecido imperturbable, serio y, hasta sereno, por lo que la gota cristalina que ahora observaba no podía hacer más que dejarla sumamente confundida.
--Esperanza --Respondió con el tono agrietado por el dolor y la alegría--, después de generaciones, podemos actuar con libertad, los grilletes invisibles que nos atacaban por fin han desaparecido, querida niña --Volteó para verla--, somos libres.
--¿Lo somos? --Preguntó, observando de reojo al estoico señor de Tanyer.
--Has vivido poco tiempo, querida niña, ni siquiera puedo explicarte lo que el Barlok ha hecho por los Kat'o, por nosotros como raza... --Apretó los labios con fuerza, intentando malogradamente que las lágrimas dejarán de fluir. Parecía que el dolor de los últimos 60 años por fin había conseguido una salida.
--No es necesario, abuelo, te creo. --Sonrió dulcemente con la mirada humedecida, observando con otra luz al joven Orion.
El ritual llegó a su fin, permitiendo que todos los familiares dieran su último adiós, al acabar, las antorchas ceremoniales fueron encendidas y, como dictaba la costumbre, los diez escogidos comenzaron a prender las camillas de paja.
--Buenos y valientes, que E'el les dé la fuerza para cruzar el páramo negro. --Gritó Mujina con fuerza, orgullosa por haber compartido el campo de batalla con los caídos.
El grito fue acompañado por las palmas abiertas en alto de los islos presentes, los ancianos de los Kat'o y estelaris, para terminar con los más jóvenes de las respectivas razas, quienes imitaron la acción de sus mayores.
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