Aster gritaba con intensidad:
—¡Aaaaaaa!
El frío y la humedad lo envolvían. En un instante de lucidez, comprendió que estaba en el fondo de un río. Su pecho ardía mientras el agua invadía sus pulmones; el grito desesperado le había costado tragar más de lo que podía soportar.
El pánico lo dominaba. Sus movimientos eran frenéticos, cada fibra de su cuerpo luchaba instintivamente por sobrevivir. Su mente, atrapada entre la confusión y el terror, clamaba por oxígeno mientras sus brazos y piernas se agitaban como si fueran lo único que le mantenía unido a la vida.
Asterion braceaba con todas sus fuerzas, buscando una salida hacia la superficie. Luchaba contra la corriente, contra la falta de aire y contra el cansancio que empezaba a consumirlo. La hipoxia lo debilitaba, pero no se rindió.
Finalmente, rompió la barrera del agua y alcanzó la superficie. Inhaló profundamente, con la boca abierta en un intento desesperado por recuperar la vida que se le escapaba. El aire llenó sus pulmones como un bálsamo, aunque el temblor en su cuerpo no cesaba. Había sobrevivido... por ahora.
Desnudo y perdido, Aster permanecía de pie en un círculo, rodeado por un frío tan intenso que sentía cómo cada músculo de su cuerpo comenzaba a entumecerse. Miró a su alrededor, pero no halló nada más que una luna llena, majestuosa y brillante, tan perfecta que parecía la misma representación de Selene, la diosa de la luna. Frente a él, un interminable río se extendía, sereno y quieto, pero su superficie no reflejaba nada, como si el agua guardara en sus profundidades secretos oscuros y olvidados.
—Otra vez estoy perdido en un lugar desconocido... —murmuró entre sollozos, mientras las lágrimas se mezclaban con el agua que aún corría por su rostro.
Estaba demasiado cansado como para entrar en pánico. Una melancolía pesada se instaló en su pecho, apagando el miedo y dejando solo el eco de su desesperanza. Con pasos temblorosos, Aster se dejó caer en el círculo de tierra firme, donde sus fuerzas lo abandonaron por completo.
Se desmayó.
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Las horas pasaron en un extraño letargo, hasta que, finalmente, comenzó a amanecer. El sol emergió con fuerza desde el horizonte, sus rayos intensos bañando todo a su paso, mientras la luna, en su esplendor nocturno, comenzaba a ocultarse lentamente, dando paso al nuevo día. La transición entre la oscuridad y la luz llenó el aire de una calma inquietante, como si el mundo mismo contuviera el aliento ante la llegada de algo desconocido.
Con una temperatura más agradable, los rayos del sol golpearon suavemente sus ojos. Aster despertó. Su cuerpo estaba rígido, pero la tibieza del sol le devolvió algo de energía. Se levantó con calma, como si todo lo que había vivido la noche anterior se hubiera desvanecido con la luz del día.
—¿Dónde estoy? —preguntó en voz baja, con los ojos aún fijos en el gran río apacible y el majestuoso sol que ahora reinaba en el cielo.
La pregunta quedó suspendida en el aire, sin respuesta. No había nada a su alrededor, ningún indicio de vida o tierra firme más allá del círculo donde descansaba.
Aster sabía que no podía quedarse ahí. Por muy extraño y peligroso que pareciera aquel lugar, debía moverse, buscar algo, cualquier cosa.
—Tengo que encontrar tierra... —murmuró, aunque la idea de aventurarse de nuevo al agua le llenaba de ansiedad.
Finalmente, reunió el valor y se lanzó al río, nadando con la determinación de alguien que no tiene nada más que perder.
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Después de veinte minutos de nadar, Aster flotaba desnudo, dejando que el agua fría recorriera cada rincón de su cuerpo. A pesar de la temperatura, se sentía extrañamente cómodo. No encontró nada que llamara su atención, ninguna señal de tierra firme, ningún indicio de que estuviera avanzando. Exhausto, decidió regresar al único lugar que conocía: el círculo de tierra.
Allí descansó por horas, dejando que el tiempo fluyera mientras el sol ascendía hasta alcanzar su punto más alto en el cielo. Entonces, algo en el río captó su atención.
En el fondo de las aguas apacibles, vislumbró algo que parecía imposible: una luna inmensa, escondida en las profundidades. Sus ojos se fijaron en aquel extraño fenómeno, mientras su mente intentaba comprender lo que estaba viendo.
—¿La luna? —susurró incrédulo, con un nudo formándose en su garganta.
¿Cómo podía estar la luna, aquella que había iluminado la noche anterior, oculta ahora en el agua? Era un reflejo perfecto, pero su posición y claridad desafiaban toda lógica.
—¿Por qué está ahí...? —Su voz tembló, apenas un eco del desconcierto que sentía.
La incertidumbre lo invadió. ¿Era un mensaje? ¿Un presagio? ¿O simplemente una alucinación provocada por el cansancio?
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El tiempo continuaba fluyendo, pero con un ritmo pesado, casi opresivo. La oscuridad finalmente cayó de nuevo, envolviendo todo a su alrededor. El frío regresó con una intensidad brutal, entumeciéndolo poco a poco.
—Mierda... —murmuró Aster entrecortadamente, mientras su aliento se convertía en pequeñas nubes de vapor. Sus manos temblaban incontrolablemente, mientras se enroscaba sobre sí mismo, tratando de retener el calor que se escapaba de su cuerpo.
—¿Qué debo hacer...? —preguntó en un susurro angustiado, pero no había nadie para responder.
La noche parecía interminable, y el frío, una presencia viva que lo desafiaba a sobrevivir. Con cada minuto que pasaba, Aster sentía que su esperanza se desvanecía lentamente.
El río, inmóvil y silencioso, parecía observarlo, esperando su próximo movimiento.
Realmente tardé más en reescribir que lo que quería escribir. Aún no sé qué quiero que sea de esta historia, pero habrá magia y cosas fantásticas.
Si alguien lee esto, ¡ten un lindo día!
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