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66.66% Sobre Los Cielos / Chapter 12: Sobre los cielos Capitulo 12 - “Senderos de Sombra y Fuego”

Bab 12: Sobre los cielos Capitulo 12 - “Senderos de Sombra y Fuego”

Zhou emprendió su viaje, despidiéndose del huerto que había sido su refugio. Al dejar atrás los árboles que parecían murmurar secretos en el viento, se adentró en un mar de gigantescos troncos que se alzaban hacia el cielo como columnas de un templo olvidado. 

Gracias a sus avances en la meditación, sus sentidos se habían agudizado; podía notar el más mínimo susurro de la naturaleza en un radio de cinco metros. El aroma a tierra húmeda y flores silvestres llenaba el aire, y cada sonido se volvía un eco vibrante en su mente.

¿Qué me depara este viaje? se preguntó Zhou, sintiendo una mezcla de emoción y ansiedad. Anhelaba encontrar un asentamiento humano, pero la memoria de las hostilidades entre razas lo mantenía alerta. 

Espero que mi primer encuentro no sea con una espada en mano, reflexionó, mientras su corazón latía con fuerza ante la posibilidad de un peligro inminente. La incertidumbre lo rodeaba, y el temor se colaba en sus pensamientos.

Los días transcurrían, cada uno revelando paisajes cambiantes, con un cielo pintado de colores que parecían danzar en armonía. 

Recolectó semillas de árboles frutales, su tamaño comparable a un edificio de tres pisos, y admiró la majestuosidad de la naturaleza que lo envolvía. 

Cada paso me acerca más a lo desconocido, pensó, sintiendo el deseo de un buen baño y agua potable, una necesidad básica que había comenzado a extrañar.

Imaginaba las culturas y los sabores que había visto en sus memorias, ¿cómo será la comida de esos pueblos? La curiosidad lo llenaba de vida, pero también lo mantenía en un estado de alerta constante. Sin poder determinar su ubicación exacta, la sensación de estar perdido se apoderaba de él, como si los árboles lo miraran con ojos inquisitivos.

Pero debo seguir adelante, se recordó, inspirando profundamente y dejando que el aire fresco llenara sus pulmones. La esperanza brillaba en su corazón, como el sol que se filtraba entre las hojas.

Zhou había caminado durante largas jornadas bajo el ardiente sol del día, ajeno a cuán lejos había llegado. Cada paso se sentía como un desafío; sus pies estaban llenos de llagas, el ardor punzante acompañaba cada movimiento. En su camino, escaló una pequeña roca que se alzaba en un claro de la vegetación, buscando un momento de descanso y una oportunidad para observar su ruta. 

Mientras se acomodaba, notó algo extraño en el aire, Humo negro que le erizó la piel. Al alzar la vista, vio columnas de humo negro que se alzaban, como serpientes de sombra, hacia lo más alto del cielo a una distancia lejana.

El corazón de Zhou latió con fuerza; una mezcla de curiosidad y preocupación lo invadió. Sin pensarlo, comenzó a correr en dirección al humo. Extrañamente, el cansancio que había sentido antes se desvaneció; era como si un nuevo vigor hubiera despertado en él. 

La energía del núcleo de Qi que había desarrollado en sus sesiones de meditación lo había fortalecido de maneras que nunca imaginó. ¿Seré capaz de enfrentar lo que encuentre allí? reflexionó, sintiendo que su cuerpo se movía con la agilidad de un atleta.

Mientras atravesaba un prado con pasto alto que golpeaba su rostro como caricias del viento, la brisa traía consigo el olor a tierra y a hierbas frescas. Zhou se preguntó si lo que presenciaba era una quema de cultivos, como las que había visto en su otra vida, o si quizás era un indicativo de algo más siniestro.

¿Podría haber algún asentamiento humano allí? pensó, aferrándose a la esperanza de encontrar una civilización, un refugio en el caos de su viaje.

Con cada zancada, sus pensamientos se entrelazaban con visiones de un lugar donde la gente convivía sin temor, donde no existían las hostilidades que había conocido. 

¿Qué encontraré al final de este camino? La incertidumbre se mezclaba con la determinación, guiando sus pasos hacia lo desconocido. Zhou sabía que, a pesar de las dudas que lo asaltaban, cada esfuerzo lo acercaba más a su destino.

Faltaban solo unos metros para llegar a su destino, y Zhou sintió una presencia siniestra que lo envolvía como un manto pesado. El aire estaba impregnado de un olor a carne quemada, a ceniza y a vegetación carbonizada que lo hacía querer retroceder. Recordó aquella bestia bizarra con la que había luchado a muerte contra el lobo-tigre; un escalofrío recorrió su columna vertebral al evocar la brutalidad de aquel enfrentamiento.

Se detuvo de golpe, su corazón latiendo desbocado. Una sensación ominosa y diabólica se cernía sobre él, como si la misma tierra estuviera advirtiéndole del peligro que se avecinaba. Su respiración se volvió entrecortada, y un sudor frío comenzó a recorrer su frente y espalda. ¿Qué está sucediendo aquí? se preguntó, y el terror lo invadió como un veneno.

Quería darse la vuelta y huir, pero el silencio aterrador del entorno lo paralizaba. Ojalá no sea lo que temo que es, pensó, mientras sus temores palpitaban con fuerza en su cabeza, como un tambor de guerra. La duda lo consumía, y su mente se llenaba de imágenes distorsionadas de lo que podría estar ocurriendo más adelante.

Decidido a no dejarse dominar por el miedo, Zhou avanzó con cautela, con pasos suaves y deliberados, evitando pisar las hojas secas que crujían bajo sus pies. Debo observar primero, se dijo a sí mismo. Su instinto le decía que se preparara para cualquier eventualidad, así que se acercó lentamente, tratando de no hacer ruido, su mente corriendo entre escenarios posibles.

La idea de lo desconocido lo mantenía en vilo, y sus sentidos estaban al máximo. Cada sonido, cada movimiento del viento, cada sombra proyectada por los árboles lo mantenía alerta. Voy a dar un vistazo; dependiendo de lo que vea, tomaré decisiones. La tensión en el aire era palpable, y cada respiración que tomaba parecía resonar como un eco en la vasta soledad del lugar.

A medida que Zhou avanzaba, las primeras imágenes de lo que estaba sucediendo se revelaban ante él, cada detalle desdibujándose en un cuadro espeluznante. El suelo estaba ennegrecido y calcinado, un vasto tapiz de cenizas y tierra revuelta que parecía haber sido desgarrada en una batalla infernal. 

El aire estaba denso, cargado de un olor a quemado que irritaba sus pulmones y hacía que cada respiración fuera un recordatorio del desastre. Flotaban partículas de hollín, como sombras que danzaban lentamente, suspendidas en el aire pesado y sofocante.

Zhou se detuvo, inmóvil, mientras su mente intentaba procesar lo que tenía ante sus ojos. El olor era tan penetrante que sentía cómo invadía su piel, impregnando cada poro. El calor residual del fuego aún ardía en algunas zonas, donde pequeños montículos de carbón humeaban, lanzando columnas de humo que serpenteaban hacia el cielo. Alrededor, los árboles, antes majestuosos, estaban ahora reducidos a formas retorcidas y ennegrecidas, como si fueran los esqueletos de una tierra muerta.

Su cuerpo reaccionó ante la visión; un frío helado le recorrió la espalda, mientras sus piernas se sentían pesadas, como si el horror que presenciaba lo hubiera arraigado al suelo. Por un momento, el tiempo pareció detenerse, y Zhou sintió el peso del silencio absoluto que lo rodeaba, roto solo por el débil crepitar de algún tronco que aún resistía la embestida de las llamas. Incapaz de moverse, permaneció allí, atrapado en un instante de terror y asombro, enfrentándose a la devastación que lo rodeaba.

Zhou, con sus sentidos agudizados, no percibió ni un rastro de vida en la zona. Un silencio absoluto lo envolvía, y el aire, cargado de un denso miasma, parecía absorber cualquier sonido. Rodeó la escena lentamente, evitando el suelo abrasador que irradiaba un calor casi insoportable bajo sus pies descalzos. La tierra quemada, aún humeante, era un campo de cicatrices de cenizas y escombros que lo llenaban de inquietud.

A medida que Zhou se adentraba en la escena, la visión se volvía aún más horrenda. Los cuerpos de los zorros de fuego yacían desparramados en el suelo calcinado, cada uno mostrando múltiples heridas profundas y llenas de sangre que empapaba su pelaje blanco. Surcos naranjas, con forma de rayos, recorrían desde sus frentes hasta las colas, ahora manchados de un rojo oscuro y sucio, fusionándose con el hollín y la tierra ensangrentada. Estos zorros, que alguna vez resplandecían con su característico patrón de rayos, estaban irreconocibles; sus cuerpos rígidos y contorsionados parecían haber sido destrozados por un adversario implacable.

El miasma que emanaba de las heridas era palpable, un vapor oscuro y maligno que se extendía como una niebla venenosa alrededor de los cadáveres, impregnando el aire con un hedor espeso y metálico. 

Zhou sentía cómo el olor a sangre quemada y carne carbonizada se filtraba en cada aliento, llenando sus pulmones con una incomodidad helada que le erizaba la piel.

Al observar más de cerca, Zhou notó que algunas de las heridas tenían bordes ennegrecidos, como si la misma energía corrupta que había devastado la tierra también hubiese quemado la carne de los zorros. En silencio, contemplaba el terrorífico espectáculo, sus pensamientos invadidos por una mezcla de fascinación y aprensión. ¿Qué tipo de criatura podía causar tal devastación? El temor crecía en su pecho mientras sus ojos recorrían cada marca, cada herida, intentando comprender el alcance del poder oscuro que había arrasado con aquellos feroces cazadores.

Frente a él, los zorros de fuego, seres reconocidos y temidos por su naturaleza de cazadores formidables, yacían destrozados. Con sus cuerpos de dos metros de altura, esbeltos pero poderosos, estos animales tenían una presencia imponente, incluso en la muerte. Sus pelajes blancos con surcos naranjas en forma de rayos se veían apagados y cubiertos de sangre y cenizas. Zhou observaba cómo esos surcos que alguna vez brillaron con vitalidad ahora se perdían en el caos de la destrucción que los envolvía.

El fuego que aún parpadeaba en la escena no era accidental; era el último rastro de la habilidad innata de los zorros de fuego, quienes exhalaban llamaradas para atacar a sus presas o defenderse de los enemigos. Sin embargo, esos mismos poderes habían sido insuficientes contra lo que los había abatido, algo más poderoso incluso que el temido lobo-tigre. 

Zhou contemplaba la diferencia en la violencia, percibiendo una clara huella de brutalidad que iba más allá de lo natural, un rastro de una entidad corrupta, sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, y sus músculos se tensaron involuntariamente. 

Su respiración se hizo más lenta y controlada mientras trataba de digerir la escena, de comprender la magnitud del peligro que representaba esa criatura bizarra. A pesar del miedo que comenzaba a erizar su piel, permanecía inmóvil, atrapado entre la fascinación y el terror, sintiendo en sus huesos la certeza de que la amenaza era real, tangible, y más cerca de lo que hubiera querido creer.

Sin pensarlo dos veces, Zhou se lanzó a correr, impulsado por un miedo instintivo que lo hacía ignorar todo, salvo la necesidad de alejarse de aquel lugar. Cada paso retumbaba en sus oídos, y sus músculos se tensaban al máximo, esforzándose por mantener el ritmo a pesar de la fatiga que comenzaba a colarse. 

No importaba la dirección, solo importaba la velocidad y la distancia que pudiese poner entre él y ese lugar.

A medida que corría, el aire gélido y cargado de cenizas le quemaba la garganta, y su pecho subía y bajaba con respiraciones agitadas. 

Las imágenes de los zorros de fuego muertos y el recuerdo de su último encuentro con esa bestia bizarra se mezclaban en su mente, generando una oleada de adrenalina que impulsaba su cuerpo a seguir, aunque sus piernas amenazaban con ceder.

Finalmente, tras un tiempo indefinido, sintió cómo el límite de sus fuerzas lo alcanzaba. Sus piernas cedieron, y su cuerpo extenuado se desplomó sobre el suelo frío y áspero. Zhou jadeaba, su respiración entrecortada mientras intentaba recuperar el aliento. La tranquilidad momentánea que le ofrecía el suelo era tentadora, pero el miedo persistente aún palpitaba en su pecho.

—"Necesito seguir corriendo…" —murmuró para sí mismo, como si decirlo en voz baja le diera el impulso que necesitaba—. "No puedo parar ahora…"

Temblando, se levantó y, extrayendo hasta la última gota de energía que quedaba en su cuerpo, emprendió la carrera de nuevo. Sentía la brisa golpeando su rostro y el sol castigando su espalda, pero todo ello era parte de su resistencia, una fuerza que le instaba a avanzar. El viento le empujaba en contra, y el suelo, aunque irregular, parecía desdibujarse bajo sus pies, convirtiéndose en una frágil alfombra que apenas tocaba.

"Corro y corro, sin mirar atrás. No sé cuánto tiempo llevo corriendo, pero no quiero parar. No puedo parar. Debo seguir."

Sus piernas se sentían como plomo, su respiración era un constante y agotador jadeo, pero dentro de él, algo ardía, un fuego que le decía que debía continuar. A pesar del dolor y el agotamiento, sentía una nueva fuerza fluyendo a través de su cuerpo.

Ahora, cada paso resonaba con una convicción renovada. Zhou pensaba, "Ahora soy más fuerte, soy más rápido, y soy mejor. ¡Puedo seguir!", rugió desde lo más profundo de su ser.

Con cada paso, se demostraba que, pese a los horrores que había dejado atrás, su voluntad de sobrevivir era más poderosa.

Mientras el sol se deslizaba bajo el horizonte, Zhou Xintian continuó su carrera, sintiendo el miedo y la adrenalina impulsarlo en línea recta. No quería encontrarse nuevamente con aquella criatura. 

Al caer la noche, el clima empeoró; una fuerte lluvia comenzó a azotarlo y el viento soplaba con intensidad, enfriando su piel empapada. Sus ropas pesaban, pegadas a su cuerpo, mientras buscaba un refugio. 

Finalmente, vislumbró una pequeña cueva entre las rocas y, con la respiración pesada, se adentró en ella, agradeciendo la protección que le ofrecía del violento clima exterior. 

En la penumbra, dejó escapar un suspiro de alivio mientras el sonido de la lluvia llenaba el aire y sus músculos tensos encontraban un momento de descanso.

La tormenta se había convertido en un estruendo constante, los vientos aullaban como bestias invisibles, y la lluvia, pesada y helada, parecía querer colarse hasta el último rincón de la cueva donde Zhou buscaba refugio. 

Apretado contra la fría roca, apenas distinguía lo que sucedía afuera, pero el golpeteo rítmico del agua y la neblina que se arremolinaba alrededor lo envolvían en una sensación inquietante. El aire estaba cargado de un miasma espeso, casi tangible, que le daba un sabor metálico y amargo a cada respiración, como si algo sombrío se infiltrara en sus pulmones.

En un momento, entre los destellos de luz de los relámpagos, sus ojos captaron una sombra enorme que avanzaba lentamente a lo lejos, desplazándose en la misma dirección hacia donde él tenía pensado ir al amanecer. 

El contorno de aquella figura monstruosa parecía desdibujarse con cada movimiento, su forma siendo absorbida por la penumbra y el espeso vapor que la acompañaba, como si la oscuridad la reclamara como propia. 

Zhou sintió cómo un escalofrío lo recorría desde el estómago hasta la nuca, y un miedo instintivo, visceral, le tensaba cada músculo.

—¿Qué es esa cosa? —pensó, intentando sofocar el temblor en sus manos, como si temiera que el mero temblor pudiera delatar su posición.

El eco de esa pregunta resonaba en su mente, acompañada por recuerdos de los restos que había visto antes, los cuerpos despedazados de los zorros de fuego. La realidad de aquella masacre y la amenaza de algo aún peor revoloteaban en su mente, intensificando su desasosiego. Sabía que era un cazador hábil, pero también entendía que este ser, fuera lo que fuera, era algo que escapaba de su comprensión.

El aire se sentía cada vez más denso, como si el mismo miedo se condensara en la humedad que impregnaba sus ropas. El sonido de sus latidos, retumbando en sus oídos, se mezclaba con el rugido de la tormenta. 

¿Podría sobrevivir a un encuentro con aquello que ahora acechaba en la distancia? ¿Era su destino enfrentarse a esta entidad o simplemente huir de ella hasta que el destino decidiera el resultado?

Zhou se sentía atrapado, vulnerable, pero una parte de él se negaba a ceder. Quizás se trataba de una cuestión de honor o simple orgullo, pero había algo en su interior que se resistía a ser doblegado. Apretó los puños, tratando de acallar los pensamientos que invadían su mente con preguntas sobre sus propios límites y miedos.

"Tal vez… esto es lo que vine a encontrar", pensó, con un estremecimiento involuntario. Aun así, mientras la figura se desvanecía en la penumbra y el miasma seguía en el aire, Zhou se prometió mantenerse alerta, aunque su cuerpo pedía descanso.

por el momento.

Zhou se tomó unos minutos para calmarse, pero el temor a aquella sombra lo impulsó a tomar una decisión rápida. Se giró en dirección opuesta y se lanzó a caminar bajo la lluvia, sus pasos apurados resonando sobre el terreno fangoso. Las gotas caían con tanta fuerza que le golpeaban el rostro, haciéndole entrecerrar los ojos para poder ver, aunque su visión se tornaba borrosa. El agua gélida empapaba su piel, y cada paso en el suelo resbaladizo requería un esfuerzo cuidadoso para evitar cualquier accidente.

Su corazón latía con fuerza, impulsado por la necesidad de avanzar y de alejarse de la presencia ominosa que había dejado atrás. "No puedo detenerme, debo seguir, aunque no vea el camino," pensó, repitiendo esas palabras como un mantra que lo empujaba hacia adelante. 

El bosque era un laberinto de sombras y susurros; cada ráfaga de viento distorsionaba los sonidos, llenando el entorno de una inquietud escalofriante. Zhou avanzaba, alerta, con la piel erizada, y cada crujido de una rama parecía ocultar una amenaza latente. Su mente repetía un único propósito: alejarse de la sombra, seguir caminando.

Finalmente, tras un tiempo indefinido bajo la tormenta, el barro y el frío, sus pies toparon con algo inesperado: un camino de tierra. Se detuvo, pasmado, mientras intentaba asimilar lo que aquello significaba. Era una señal de esperanza por fin algo que lo conectaba con alguna civilización.


Bab 13: Sobre los cielos Capitulo 13 - "Encuentros y Misterios"

Zhou Xintian avanzó rápidamente por el camino, sin importarle a dónde lo llevaría. Sabía que, por el simple hecho de existir, ese sendero conectaba destinos; solo necesitaba caminar y, en algún momento, algo aparecería ante él. Las primeras señales de calma llegaron cuando la tormenta cesó, dejando tras de sí un rastro de devastación: ramas rotas yacían esparcidas sobre el camino, mezcladas con hojas y trozos de vegetación que crujían bajo sus pies. 

Zhou respiró profundamente, percibiendo el aire fresco y húmedo que flotaba, mientras trataba de calmar su mente, aún agitada por la huida de la noche.

A cada paso, su pulso disminuía, pero el sobresalto pronto regresó cuando escuchó un sonido inesperado: el pesado crujido de unas ruedas de madera girando a lo lejos. Alzó la vista y vio, sorprendido, un carruaje tirado por dos aves enormes, imponentes criaturas de dos metros de altura, con plumas de colores brillantes que parecían relucir a la luz del amanecer. Cada ave tenía un pico corto y ganchudo, patas robustas y fuertes cadenas que unían sus cuerpos al carruaje. Fascinado y desconcertado, Zhou retrocedió un par de pasos, quedándose sin aliento ante la magnificencia de estas criaturas, cuyo porte imponía un respeto casi místico.

Mientras observaba, la puerta del carruaje se abrió lentamente, revelando la silueta de un hombre anciano que descendía. Zhou lo miró con atención: era un humano de avanzada edad, con un monóculo en el ojo derecho y ropas extrañas, formadas por capas y pliegues en un patrón que emulaba el plumaje de un ave. Su cabello blanco, al estilo afro, formaba un halo alrededor de su rostro arrugado pero de mirada aguda.

Zhou parpadeó, sorprendido ante esta figura única que parecía haber salido de un sueño o de un mundo muy distinto al que había conocido.

Mientras el anciano avanzaba hacia él, Zhou sintió una mezcla de curiosidad y precaución, preguntándose quién era aquel hombre y qué podía significar este encuentro inesperado.

El anciano lo observó de arriba abajo, sus ojos reflejando un desdén evidente mientras lo examinaba como si fuera una criatura de poco valor. Zhou sintió el peso de aquella mirada, incómodo, y antes de poder reaccionar, el hombre habló con una voz profunda y ronca, como el crujido de troncos viejos.

—¿A dónde se dirige, jovencito y cual es su nombre?, preguntó, su tono a la vez severo y curioso.

Zhou parpadeó, sintiéndose fuera de lugar y desorientado. Intentó recordar su propio nombre, como si hubiera pasado una eternidad desde la última vez que lo había pronunciado en voz alta. Finalmente, sus labios se movieron, tropezando con la respuesta.

—Soy... Zh... Zhou —balbuceó, sintiendo una ligera vergüenza que lo hizo ruborizarse.

El anciano inclinó la cabeza, sus ojos brillando con una chispa de interés o tal vez de burla, como si acabara de encontrar algo de diversión en el joven frente a él.

El anciano frunció el ceño y volvió a insistir con una voz aún más penetrante, como si no tuviera paciencia para juegos.

—Soy O'nell —dijo, entonando su nombre con solemnidad—. Te lo pregunto de nuevo: ¿a dónde te diriges?

Zhou tragó saliva, aún algo desconcertado.

—No... no lo sé con certeza —respondió, mirando el camino—. Solo busco una villa o algún feudo cercano.

O'nell asintió lentamente, señalando el sendero que había dejado atrás.

—Sigue por ahí —dijo—. En un par de horas, encontrarás lo que buscas.

Zhou sintió un alivio fugaz al recibir la dirección, pero el anciano, cuando estaba a punto de subir al carruaje, se detuvo abruptamente. Con una mirada calculadora, lo observó detenidamente y comentó:

—Llevas algo interesante contigo. Déjame echarle un vistazo.

La advertencia fue suficiente para que Zhou se sintiera invadido por la incertidumbre. No sabía si debía responder, ni a qué se refería exactamente.

—¿A... a qué se refiere? —preguntó, titubeante.

O'nell chasqueó la lengua, visiblemente impaciente.

—¿De verdad no lo sabes? ¿O solo pretendes hacerte el tonto? —reprochó con tono agrio, como si supiera algo que Zhou no entendía del todo.

La mente de Zhou comenzó a divagar, preguntándose qué podía estar buscando el anciano. Tal vez era su amuleto o algún detalle que ni él había notado.

Zhou, completamente desconcertado y sintiéndose aún más vulnerable, sacó la bolsa de tela que llevaba consigo. Dentro, solo había unas semillas y cinco espigas de trigo recogidas del Edén, pero nada más que pudiera ser relevante. Al ver las espigas, O'nell se sobresaltó de manera sorprendente. 

En un parpadeo, se trasladó frente a Zhou con una velocidad aterradora, arrebatando las espigas de trigo de sus manos con tal destreza que Zhou no pudo reaccionar.

O'nell las observó con una mezcla de fascinación y temor, sus manos temblorosas apenas podían sostener las espigas. Zhou, al ver el comportamiento tan extraño del anciano, sintió una creciente tensión en su pecho. 

¿Qué significaban esas espigas para él? ¿Por qué causaban tal reacción?

El viejo, aún impactado por lo que sostenía, levantó la vista y, con voz tensa y grave, preguntó:

—¿Dónde las conseguiste?

Zhou, atrapado en su confusión, trató de mantener la calma. No sabía por qué, pero sentía que algo le decía que no debía revelar la verdad. De alguna manera, parecía que esas espigas tenían un valor más allá de lo evidente, y no quería despertar más curiosidad en el extraño hombre frente a él.

—No lo sé... solo las encontré —mintió, evitando el contacto visual. Su corazón latía con fuerza en su pecho, el miedo lo nublaba y la sensación de estar siendo observado intensamente lo inquietaba.

O'nell, al principio vacilante, parecía estar procesando la respuesta. Un largo silencio se alargó entre ellos, hasta que, finalmente, el hombre recuperó su compostura y, con una voz aún más grave, formuló otra pregunta:

—¿Qué quieres a cambio de estas cinco espigas de trigo mágico? —preguntó, mientras sostenía las espigas con una mano y metía la otra entre los pliegues de sus ropas, como si esperara que Zhou ofreciera algo.

Zhou, confundido y sobrepasado por la situación, no sabía qué más hacer. Solo pensó en lo primero que se le ocurrió para poder salir de ahí con algo a su favor.

—Comida... y ropa —respondió, su voz vacilante, como si las palabras le hubieran salido por pura desesperación.

O'nell no mostró ni un atisbo de sorpresa. Simplemente, con una mirada pensativa, esperó que Zhou dijera más, como si supiera que el joven no había entendido completamente el valor de lo que le había pedido. 

O'nell, tras pedirle a Zhou que esperara, se dirigió a la parte trasera del carruaje. Al cabo de unos momentos, regresó con un cofre pequeño que colocó sobre la tierra, abriéndolo para mostrarle a Zhou su contenido: dos conjuntos de túnicas preciosas, resplandecientes y finamente confeccionadas.

—Esto es lo mejor que llevo conmigo —dijo O'nell—, pero no te recomiendo usarlas. Podrían matarte por robarte estas ropas.

Sacó además un conjunto de prendas menos ostentosas y se lo ofreció a Zhou.

—Usa estas. No llaman tanto la atención, y las otras dos puedes venderlas si necesitas dinero.

Acto seguido, buscó entre sus pliegues y extrajo un sello, que entregó a Zhou con una mirada seria:

—Lleva este sello a la taberna de Emma Laft y pide toda la comida que quieras. Mi palabra está en este sello, y todo lo que consumas ahí yo lo pagaré.

Zhou tomó el sello, sus dedos temblando ligeramente, sin poder evitar pensar en el inesperado valor de las cosas que acababa de recibir.

O'nell, antes de partir, agregó una última invitación

—Con este sello, también puedes presentarte en mi gremio de comerciantes, Vismonth O'nel, en la ciudad de Grando 5 Tuht. Estaré esperando, y tendré un obsequio especial para ti.

Sin más, se giró y subió al carruaje. Las enormes aves emprendieron la marcha, dejando a Zhou inmóvil, procesando lo ocurrido. ¿Eran realmente tan valiosas esas espigas?

Rápidamente inspeccionó el cofre. Las túnicas eran exquisitas: una azul claro con bordados de nubes y aves que parecían grullas volando, la otra negra con detalles rojos y dorados en forma de nubes. El tercer conjunto, más simple, era de un delicado tono beige con estampados en ondas. Zhou admiró los detalles, perplejo ante el valor de estos regalos.

Con el baúl bien guardado bajo su brazo, Zhou comenzó su camino en la dirección que O'nell le había indicado, sintiendo una mezcla de inquietud y entusiasmo. A medida que avanzaba, el aire fresco después de la tormenta lo envolvía, cargado de aromas a tierra húmeda y vegetación.

Sentía el peso del barro bajo sus pies con cada paso, pero su mirada estaba fija en el horizonte. 

Finalmente, ante él, empezó a vislumbrarse un pueblo que parecía brotar del paisaje como una escena de tiempos remotos. Las casas de madera con tejados de paja, los muros bajos de piedra y los pequeños jardines llenos de plantas y flores formaban un entorno que parecía haber quedado suspendido en el tiempo. Algo en su corazón se estremecía, una mezcla de nostalgia y desconcierto: era como los pueblos que solo había visto en libros de historia, llenos de una calma y simplicidad que parecían tan distantes de la vida moderna que había dejado atrás.

Al acercarse, pudo distinguir los tejados de madera oscura y paja, que parecían pequeños refugios de tranquilidad bajo la luz tenue de la tarde. Las calles, empedradas y llenas de charcos que reflejaban las nubes, estaban animadas por la vida cotidiana: humanos caminaban de un lado a otro, llevando cestas de frutas frescas y pescados envueltos en hojas. Zhou se dejó llevar por la mezcla de olores en el aire —carne asada, pan recién horneado, y un leve aroma a especias que lo hacían sentir inesperadamente en casa, aunque todo le resultaba ajeno.

Observaba a los comerciantes en sus puestos, vendiendo una variedad de frutas de colores vibrantes y carne en cortes extraños, mientras las voces de regateo llenaban el ambiente. El bullicio, sin embargo, no era ensordecedor, como el de las ciudades modernas que recordaba, sino un murmullo amable y constante. 

"Es un mundo sin el ruido y la prisa de motores y sirenas, sin el aire espeso y sucio que he respirado toda mi vida", pensó, dejándose llevar por la paz que le transmitía el lugar.

Zhou se sintió embargado por una nostalgia desconocida, como si de alguna manera este lugar le recordara algo que había perdido, algo que nunca había tenido la oportunidad de conocer realmente. 

Observando los detalles, notó que el entorno se parecía a las ilustraciones de pueblos antiguos que había visto en libros, aquellos en los que la vida transcurría lentamente y en armonía con la naturaleza. A cada paso, el peso de su viaje se aligeraba, y en su mente, una pregunta persistía: "¿Será este el comienzo de algo… o solo un momento de calma antes de la tormenta?".

Al llegar a la entrada del pueblo, Zhou se topó con dos guardias imponentes, cubiertos con armaduras adornadas con grabados y sosteniendo largas lanzas que parecían capaces de atravesar cualquier cosa. Uno de los guardias alzó la mano, su gesto rígido, y con voz grave le preguntó:

—¿De dónde vienes?

Zhou, algo intimidado, respondió con voz titubeante.

—Del bosque... Me perdí.

Mientras hablaba, no podía evitar fijarse en los intrincados detalles de la armadura del guardia, diseños tallados que representaban criaturas míticas y símbolos desconocidos para él. La lanza del guardia parecía brillar con una intensidad latente, como si estuviera imbuida de un poder que él aún no podía comprender.

El guardia lo miró fijamente, sus ojos entrecerrándose mientras parecía enfocar su atención en Zhou de una manera peculiar, casi antinatural. En ese momento, una sensación desconocida recorrió el cuerpo de Zhou, una especie de presión cálida que se intensificaba en su pecho y que le dio la impresión de ser examinado profundamente, como si el guardia intentara ver más allá de lo visible, llegando hasta su esencia misma. ¿Estaría tratando de descubrir algo oculto?

Después de un instante de esa extraña conexión, el guardia se apartó y, con una leve inclinación de cabeza, le dijo:

—Puedes pasar. He comprobado tu identidad.

Zhou, aún confundido, dio un paso hacia adelante, pero su mente estaba lejos de la tranquilidad. ¿Qué había hecho ese guardia? Mientras cruzaba la entrada, empezó a recordar fragmentos sobre el Qi, sobre cómo aquellos con un núcleo de Qi avanzado podían percibir la energía a su alrededor, incluso evaluar la esencia y el poder de otras personas. 

Este "escaneo", como lo recordaba vagamente, podía revelar la raza y el nivel de poder de alguien, siempre y cuando quien lanzara el escaneo fuera más fuerte que el individuo escaneado. Zhou sintió una mezcla de respeto y cautela ante la habilidad del guardia y lo que esto significaba sobre su propio nivel de poder.

Mientras avanzaba por las calles del pueblo, trataba de procesar esta experiencia, preguntándose cuántas otras habilidades aún desconocía de este mundo y si algún día él también llegaría a desarrollar una capacidad semejante.

Zhou caminaba por las calles del pueblo, sus pasos guiados por la curiosidad y la emoción contenida. La arquitectura era encantadora y rústica, cada casa de madera contaba con detalles que parecían tallados a mano, mostrando años de cuidado. En el aire flotaba una mezcla de aromas desconocidos: especias fuertes, carnes asadas, y el dulce perfume de flores frescas que colgaban de las ventanas. Absorbía cada detalle con una extraña mezcla de fascinación y añoranza por lo desconocido.

Mientras avanzaba, preguntó por la taberna de Emma Laft. Varias personas lo miraban con curiosidad, notando sus ropas desgastadas y su aspecto forastero, pero amablemente le indicaban el camino. 

Al seguir sus direcciones, finalmente llegó a una gran casa de dos pisos, construida en madera con detalles tallados en los marcos de las puertas y ventanas. Desde las vigas colgaban candelabros de metal adornados con cristales, proyectando una luz cálida y acogedora que iluminaba la entrada y la hacía destacar entre los edificios. Zhou la observó fascinado, sintiendo como si aquella estructura le ofreciera un refugio, una promesa de descanso en medio de su larga travesía.

Al entrar, el bullicio y la calidez del ambiente lo envolvieron. Había una barra a la derecha, donde un hombre robusto servía bebidas en copas de cristal grueso y burbujeante, mientras en el lado izquierdo, otra barra ofrecía una variedad de platillos que llenaban el aire de aromas tentadores. Jóvenes vestidas en atuendos coloridos y elegantes, como si fueran uniformes, se movían entre las mesas con gracia, llevando platos humeantes y jarras rebosantes de bebida. Zhou se detuvo un instante, absorbiendo todo el entorno, la calidez que contrastaba con la dureza de su viaje y el misterio que parecía envolver cada rincón de ese lugar.

Una joven se le acercó, al principio con una mirada de ligera desaprobación, como si dudara que él, con su aspecto forastero, pudiera pertenecer a ese lugar. Pero antes de que pudiera preguntarle algo, Zhou sacó el sello que le había dado O'nell y, sin vacilar, dijo:

—Vengo de parte del señor O'nell.

La joven parpadeó sorprendida, y la rigidez en su expresión desapareció al instante. Su rostro se suavizó y una sonrisa afloró en sus labios.

—Por aquí, estimado cliente —respondió, su voz ahora cordial, e hizo un gesto para que Zhou la siguiera.

Lo guió por el comedor, llevándolo hacia una sala privada en la parte trasera. Mientras caminaban, Zhou intentaba descifrar por qué el nombre de O'nell tenía tanto peso en ese lugar. ¿Quién era realmente ese hombre que parecía conocer secretos sobre él, y por qué le brindaba tanto apoyo? Algo en su intuición le decía que ese encuentro no había sido accidental, y que tal vez este viaje fuera solo el principio de algo más grande.

La joven lo dejó en la sala privada, elegantemente decorada y con un ventanal que ofrecía una vista al pequeño jardín del pueblo, lleno de plantas y flores desconocidas. Zhou se sentó, permitiéndose relajarse por primera vez en mucho tiempo. La calidez de la luz, el suave murmullo de las conversaciones en el fondo, y los sutiles aromas de la comida y bebida flotaban en el aire, creando un ambiente que contrastaba con la tensión de su viaje.

Mientras esperaba, sus pensamientos volvían a O'nell, a las misteriosas intenciones detrás de su generosidad, y a las espigas de trigo que aparentemente guardaban un poder que él no podía comprender. Algo en su interior le decía que este encuentro, este respiro momentáneo, era solo el preludio de algo mucho más profundo, un destino que aún no alcanzaba a ver. Con esa incertidumbre en mente, Zhou decidió disfrutar del momento, pero sin bajar la guardia; el camino que había comenzado estaba lleno de misterios, y aunque le atraía, sabía que debía estar preparado para lo que el destino le pudiera deparar.

 


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