Arrullado bajo un antiguo árbol de sicómoro, Aaron curaba y lamía sus heridas. Tomaría unas horas, pero él sabía que su cuerpo sanaría rápidamente.
Una vez que hubiera recuperado sus fuerzas, cazaría a sus insensatos sirvientes y los mataría. Cuando terminara, continuaría para encontrar a Carter y Dahlia. Iba a hacer que todos se arrepintieran del día en que nacieron.
Aaron cerró los ojos, sintiéndose seguro porque estaba bien escondido de la gente del pueblo y temían su forma de lobo. Los hombres no se atreverían a seguirlo, especialmente no en la espesura infestada de monstruos. Sus ojos se hacían pesados con el sueño. Los cerró e intentó acomodarse. Las quemaduras y sus dedos ausentes hacían que su ser entero latiera de dolor.
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