—No, eso no es lo que quiero —Islinda refutó rápidamente su ridícula afirmación, agitando sus manos y su cabeza furiosamente—. ¡Besarle fue la última cosa en mi mente! —Se lo dejó claro.
Pero Aldric, como era de esperar, tergiversó sus palabras —Así que después de todo sí consideraste la idea, simplemente la pusiste al final de la lista.
—Los dioses tengan misericordia —Islinda gimió exasperada, cayéndose hacia atrás en la cama y cubriendo su cara con las palmas. Cuando bajó las manos, sus ojos se endurecieron con determinación y se sentó de inmediato.
—Creo que ya es hora de que te vayas, Príncipe Aldric para que pueda seguir durmiendo. Por no mencionar que ya has hecho suficiente —dijo Islinda sarcásticamente, y con un dramático ademán de su brazo hacia la puerta.
—Cierto. Necesitas descansar —Aldric estuvo de acuerdo.