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17.64% Ser inmortal (Libro 1) / Chapter 9: Capítulo 9

Bab 9: Capítulo 9

Al principio, cuando papá tomó a Eva de la mano con suma delicadeza, me sentí algo nervioso por la manera en que pensé que ella reaccionaría, pero si bien se notó un poco incómoda, le siguió el paso y le escuchó con atención. Por mi parte, quedé a cargo de la guitarra una vez más y esperé a que todos mis hermanos fuesen presentados, mientras que mamá tenía un pañuelo con el que supuse había limpiado algunas lágrimas; eso me dio curiosidad.

—No soy de presumir, Eva, pero debo mencionar que mis hijos son mi más grande orgullo —dijo papá conforme se acercaba a Raúl y su esposa.

—Puedo imaginarlo, señor Fernández —respondió Eva.

Yo intenté acercarme a ellos, pero mamá me tomó de la mano e hizo un gesto de negación, asegurándose de que le diese su espacio a nuestra invitada.

—Él es Raúl, el mayor de mis hijos… Es un gran y reconocido inversionista, uno de los más respetados en el Estado de Zepeda —dijo papá al presentar a mi hermano.

—Mucho gusto, señor Raúl —continuó Eva con respeto, al notar que mi hermano era todo un hombre, a diferencia de Cristian.

—Es un placer, Eva… Pero el señor está de más —respondió Raúl con simpatía, presentando luego a su esposa.

Papá giró hacia Alexis.

—Este es Alexis, le decimos el querendón por ser tan afectuoso con nosotros… Es un ingeniero civil muy solicitado en el Distrito Capital —dijo papá al introducir a mi otro hermano.

—Me llena de alegría conocerte, Eva, es todo un placer —respondió mi hermano antes de darle un cálido abrazo.

Eva se mostró sonriente, una sensación de orgullo emergía desde mis adentros.

—Alexis está solo porque su esposa es conferencista y el día de hoy no nos podrá acompañar —aclaró papá.

Eva asintió, cada vez se le notaba más segura.

—El tercer regalo que Dios me mandó es Noel… uno de los mejores abogados de Nuevo León, sin lugar a dudas —comentó papá rebosante de orgullo.

—La mejor amiga de mi hermanito —respondió Noel—. Mucho gusto. Es un verdadero placer conocerte… Ella es mi esposa, Francis.

Francis se limitó a saludarla con un simple hola que no me agradó del todo, pero, desde cierto tiempo, había cambiado un poco su personalidad, así que preferí ignorarla.

—Finalmente, Eva… Este apuesto jovencito, que muy pronto se convertirá en un gran odontólogo, es Cristian.

—Mucho gusto, Eva, no esperaba que mi hermano tuviese tan buenos gustos —respondió Cristian.

—No niego tener buenos gustos —intervine—, pero debemos reconocer que tu novia es muy hermosa también.

Cristian y Alana se ruborizaron ante mi intervención.

—¡Ella no es mi novia, idiota! —reclamó.

Todos en la sala rieron por la reacción infantil de mi hermano. No entendimos el porqué de su comportamiento, pues Alana era una muchacha muy hermosa a la que a cualquier chico le encantaría presumir como su novia.

—¿No tiene hijas, señor Fernández? —preguntó Eva.

—No, no tuvimos esa fortuna —respondió papá.

Luego de terminar con las presentaciones, la familia se dirigió al patio trasero, donde se llevaría a cabo la parrillada, todos menos mamá y yo, que me retuvo para hablar a solas.

—¿Sucede algo, mamá? —pregunté.

—Solo quería decirte que estoy muy orgullosa de ti y lo bondadoso que has sido con esa muchacha —musitó, a la vez que me daba suaves y reconfortantes caricias en mi mejilla.

—De eso estuviste hablando con Eva, ¿verdad?

—Sí, aunque me asombró que, por iniciativa propia, me hablase de cosas personales, detalles de su vida que no te había querido decir para no preocuparte… Ella te conoce muy bien, ya sabe lo impulsivo que eres.

—¿Qué detalles? —pregunté asombrado.

—Son cosas que ella te irá revelando en su debido momento; no te lo diré.

—¿Por qué no? —insistí.

—Porque también estoy un poco molesta contigo… Tuviste que haberme hablado de ella desde el momento en que empezaron a ser amigos, te hubiese apoyado para que la ayudases de mejor manera.

—Bien, eso me parece justo, pero tenía miedo, ¿sabes?

—Comprendo que hayas tenido miedo, pero ya desde ahora saben que pueden contar conmigo y papá… Eva me prometió que, después de comer, revelará a todos su realidad.

—Gracias, mamá, aprecio que…

Mamá me interrumpió con un gran y cálido abrazo, similar a los que me daba cuando era un niño; no pude evitar corresponderle de igual manera.

—Ay, mi niño, no te imaginas cuán orgullosa estoy de ti… Eres definitivamente igual a tu padre.

—¿Crees que papá se enorgullezca de mí?

—Por supuesto que lo hará… Cualquier padre estaría orgulloso de tener un hijo tan bueno como tú. 

—Bueno, ya basta de sentimentalismo, vayamos con los demás.

—Está bien, veamos cómo reaccionan tus hermanos cuando tu padre revele que será encargado de un proyecto que dará energía a la mitad del país.

—Ah, con que eso era… No fui el único que ocultó algo.

Mamá sonrió y me tomó de la mano como a un niño pequeño; no me molestó que lo hiciese.

Cuando nos reunimos con todos, nos llevamos la grata sorpresa de encontrar a Eva cantando una de sus canciones favoritas. Tenía a mis hermanos asombrados y a papá demostrándole admiración. Mis sobrinos estaban sentados frente a ella, hipnotizados por su dulce voz.

—¡Vaya! Esa chica es increíble —musitó mamá con asombro, rodeando mi hombro con su brazo y pegándome a ella.

Desde entonces el tiempo se nos fue volando, y la estábamos pasando tan genial que olvidamos que Eva iba a revelar su realidad al resto de mi familia. Incluso se nos olvidó la promesa que le hicimos a la señora Cecilia de volver a las cinco de la tarde; ya eran las siete cuando nos percatamos.

Eva se despidió de todos lo más rápido posible, mientras que yo le pedía a mamá que le diese comida para llevar y persuadía a papá de que no era necesario que uno de mis hermanos nos llevase.

Salimos de casa a las carreras, y al llegar a la parada de autobús, detuvimos el primer taxi que iba de paso. Tan pronto llegamos al barrio, íbamos tan apurados que casi se me olvida pagarle al chofer. Eva bajó rápido y se fue corriendo; estaba muy avergonzada por haberle quedado mal a su abuela, aunque lo hubiese hecho de forma inconsciente.

Yo llegué un par de minutos después, fatigado por la rápida carrera que di para alcanzar a mi amiga, quien, para mi horror, estaba llorando con desesperación. En ese momento, cuando escuché su llanto, pensé en toda clase de problemas, pero jamás en lo que vi al entrar a la casa.

 


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