Pensando que Hera había sucumbido a su amenaza, sonrió triunfante mientras intentaba levantarse. Pero las siguientes palabras de Hera lo detuvieron en seco.
—Antes, mientras me acercaba a la línea de meta, intentó atacar a mi caballo con un látigo equipado con agujas —explicó con un dejo de tristeza, los hombros caídos. Se hizo evidente que su anterior bravuconería había sido una fachada, ahora destrozada por la realidad de su amenaza, que había instilado un miedo genuino en ella.