Leland se apoyó en el cabecero de la cama y cerró los ojos. Antes de descansar e intentar sanar sus heridas, debía asegurarse de que los niños no le dijeran nada a Sophie. No quería que se preocupara.
Cuando escucharon la orden del Alfa, Max y Duncan asintieron inmediatamente y salieron de la habitación.
Resultó que lo que Leland pensaba acerca de Luciel y Jan yendo a contarle a Sophie sobre sus heridas era cierto.
Cuando vieron que Leland había llegado a casa gravemente herido, los dos niños entraron en pánico e inmediatamente corrieron a contarle a la madre sobre la condición de su padre.
—Dios mío... ¿qué pasó? ¿Luchó contra el Alfa que vimos en el prado? Entonces, ¿hay un enemigo peligroso acechándonos ahora?
—¡Mamá debe saberlo!