—Oh Señor —estaba segura de que esos ojos ardían con un fuego plateado. Extraño, pero lo hacían, y su mano era como cadenas de acero alrededor de su brazo. Podría romperle los huesos y aún así, ella estaba más sorprendida que preocupada por su bienestar. Este hombre no tenía nada que ver con el hombre que ella conocía. Estaba tan cerca de llorar en vez de correr por su vida. Solo quería que él volviera a ser como antes y le dijera que todo esto era un intento de asustarla y que lo sentía.
—Escúchame, Roxana. Puedo tolerar cualquier cosa, pero no puedo vivir sin ti. Perderé la razón.
Ay no. Sentía que más personas además de ella tendrían problemas si él perdiera la razón. No es que pareciera cuerdo en este momento.
—Está bien —dijo ella.
Él frunció el ceño.
—No mientas —la advirtió como si conociera sus planes.
—No lo hago, pero necesitas poder manejar la verdad... y tu comportamiento es aterrador.
Su ceño se acentuó aún más.
—Y me estás lastimando el brazo.