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Elías miraba al techo, con ambos hijos en sus brazos. Presionaban sus rostros contra su pecho desnudo y nunca supo que la piel de los Mestizos era cálida. El calor se transfería de sus pequeños cuerpos, recordándole a Adeline. Ahí estaba de nuevo. Ese mismo nudo en su garganta y el humedecimiento de sus ojos.
Elías nunca había llorado por algo antes. Incluso cuando era un niño pequeño, no lloró por sus padres. Derramar una lágrima no era algo de lo que fuera capaz. Pero cuando pensaba en Adeline sin volver a abrir los ojos, algo frío le escurría de los ojos.
—Nngh... —Uno de los bebés se retorció después de sentir algo húmedo tocar su cabeza.
Elías bajó la mirada para ver que era el que tenía sus intensos ojos rojos, pero ahora, el color se había atenuado a un borgoña oscuro. Definitivamente, este niño era un vampiro. Pero, ¿qué pasaba con el otro, con los ojos de Adeline? Ese estaba acurrucado suavemente en el hueco de su cuello, inmóvil, pero oía su suave respiración.