Elías observó a Adeline comer. Era lenta tomando bocados, pero los masticaba y tragaba. Sus ojos se desviaron a su garganta, donde cada acción pasaba bajo su mirada. Notó que a ella le gustaban mucho las sopas y no era aficionada a las ensaladas.
Sonrió cuando la delicia llenó sus ojos, sorprendida por el sabor de la pasta con ourizo de mar.
Por una vez, ella comió todo lo que él le ofreció. Había vaciado un tazón de sopa y un plato de comida, lo cual fue suficiente para que sus nervios se calmaran un poco. A continuación, se aseguró de que ella bebiera un tónico infusionado con alimentos ricos en hierro.
—Estás sorprendentemente amable hoy —dijo él.
Elías observó mientras ella se secaba la boca con una servilleta. Su atención cayó en sus delgadas y pálidas muñecas. Parecían tan frágiles que el más pequeño empujón las rompería. ¿Cómo podía alguien tan delicado manejar tan bien un arma?