El viento del mar susurraba entre las casas de madera del pequeño pueblo de Havenbrook, acariciando las hojas de los viejos robles y agitando los colgantes de las tiendas cerradas. Era una tarde de otoño como cualquier otra, excepto por un detalle: Emily Turner no había vuelto a casa.
La madre de Emily, Sarah, miraba por la ventana de la cocina, preocupada. Había llamado a todas sus amigas, visitado todos los rincones del vecindario, pero no había rastro de su hija. La última vez que alguien la había visto, estaba jugando cerca del acantilado, un lugar que siempre le había fascinado pero que Sarah le había prohibido visitar sola.
—¿Dónde estás, Emily? —susurró Sarah, sintiendo un nudo en el estómago.
El cielo comenzaba a oscurecerse cuando Sarah decidió salir una vez más. Se echó un abrigo sobre los hombros y, con una linterna en mano, se dirigió hacia los acantilados. La sensación de frío en el aire parecía más intensa de lo habitual, y el crujido de las hojas bajo sus pies sonaba como susurros ominosos.
Al llegar al acantilado, un escalofrío recorrió su espalda. No había señales de Emily, pero algo en el ambiente estaba mal. El viento parecía más fuerte, casi como si intentara empujarla hacia el abismo. Sarah iluminó con la linterna el borde del acantilado y vio algo que le heló la sangre: el osito de peluche de Emily, empapado y sucio, colgaba de una rama como un macabro testigo de su desaparición.
—¡Emily! —gritó desesperada, su voz resonando en la vastedad del mar.
De repente, un susurro apenas audible llegó a sus oídos. Era una mezcla de palabras ininteligibles y un lamento que parecía venir desde las profundidades de la tierra. Sarah retrocedió un paso, el miedo empezando a apoderarse de ella.
—¿Quién está ahí? —preguntó, su voz temblando.
El susurro cesó, reemplazado por un silencio aún más inquietante. Sarah dio otro paso atrás y tropezó, cayendo de espaldas. La linterna rodó unos metros, su luz parpadeando. Desde el suelo, miró hacia el cielo y vio una figura oscura de pie en el borde del acantilado, observándola. Su corazón latía desbocado.
La figura no se movió, pero Sarah sintió su mirada penetrante, fría y vacía. Luchó por ponerse de pie, pero sus piernas temblaban. La figura comenzó a desvanecerse en la oscuridad, como si fuera una sombra que se fundía con la noche.
Desesperada, Sarah corrió de vuelta al pueblo, su mente girando en torno a la aterradora visión. Tenía que encontrar a Emily, pero ahora sabía que algo mucho más siniestro acechaba en Havenbrook.
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