—Aww... sabía que te gustaba brusco, Damien. Eres bastante retorcido, pero no es nada que no pueda manejar —Alina se rió de él, escupiendo la sangre en el piso de concreto mientras levantaba su barbilla y lo miraba fijamente.
Damien suspiró. No podía esperar para borrar esa suficiencia de su rostro.
—Oh, no tienes idea de lo retorcido que soy, Alina. Cuando termine contigo, me estarás rogando y gritando mi nombre y, créeme, será de dolor y no de placer —Damien le agarró la barbilla bruscamente y ella se estremeció por lo áspero que era su agarre.
Él la miró con odio renovado, las ruedas girando en su cabeza y probablemente luchando consigo mismo por qué no la había matado cuando tuvo la oportunidad y por qué había realizado esta farsa de citas en primer lugar.
—Qué dulce. Entonces, ¿estoy impaciente? —Escupió ella.
—Ya que tanto te gusta tu cara, tal vez debería destruirla primero —Los ojos de Alina se abultaron de miedo y Damien se rió.