—La noche pasada no fue un error mío. Tampoco fue tuyo.
Allí se va su racionalidad.
Jackson lentamente se giró hacia un lado, enfrentándola. Sus labios se entreabrieron, queriendo contarle de su situación y realidad. Pero ay, su voz retrocedió hacia su garganta. En lugar de decir o hacer las cosas que se había dicho a sí mismo, bajó la cabeza y reclamó sus labios.
Debería haber sabido que una vez que saboreara lo prohibido, ya no habría vuelta atrás. Después de un minuto entero de un apasionado beso, retiró la cabeza. Sus ojos se suavizaron en cuanto encontraron su mirada.
—Filomena —susurró ella antes de que él pudiera decir algo.
Sus cejas se elevaron antes de que el espacio entre ellos se arrugara.
—No es Latrice —aclaró ella con una sonrisa suave—. Era Filomena. Mi nombre.
—¿Has sabido tu nombre todo este tiempo? —preguntó él, aunque no sintió la necesidad de entrar en modo de combate—. ¿Por qué no me has matado ya?