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75% El amanecer del rey demonio / Chapter 3: capítulo 3. Trotamundos.

Bab 3: capítulo 3. Trotamundos.

Zhaitan corrió a través del corredor, sus alas plegadas levantadas para no estorbarle en la carrera. Su pecho se movía rápidamente, luchaba por respirar, mientras la cacofonía de gritos, rugidos y alaridos resonaba en toda la fortaleza. El clamor de un centenar de batallas y el entrechocar del acero parecían venir de todas partes. El penetrante aroma del humo era sofocante, le hacía toser cada tanto; haciendo su carrera más difícil. A su costado, su sable tintineaba al compás de sus movimientos, temía que tuviera que desenfundarlo en cualquier momento. 

los oscuros corredores eran lo único que parecía estar con él. normalmente, un equipo de sirvientes mantendrían un montón de candiles y antorchas encendidas. Pero ahora estaba todo oscuro. tanto que incluso la vición nocturna de Zhaitan tenía problemas para distinguir nada entre la casi absoluta negrura.

"¿Cómo fue posible que un grupo tan pequeño de personas consiguiera causar tal catástrofe?" Pensó, sin dejar de correr. Era algo que escapaba a su comprensión. Dobló en un recodo y casi derrapó, pero llegó a donde esperaba; apenas había signos de batalla alguna. Tal vez aún estuviera a tiempo. Las habitaciones de las concubinas deberían estar cerca. Supuso que si las encontraba podría hallar las habitaciones donde estaban sus hermanos pequeños. Aun estaba a tiempo, si podía llegar a ellos, podrían escapar. irse antes que alguno de sus hermanos mayores llegara y... Zhaitan masculló y se apretó el paso. Era mejor ni pensar en eso. necesitaba estár atento al aquí y al ahora. Fue cuando lo escuchó, un grito de una mujer. Zhaitan se paralizó. Sus ojos trataron de penetrar sin apenas éxito entre las sombras del pasadizo, pero no vió nada. de pronto, el grito se escuchó más fuerte. Zhaitan gruñó y casi sin darse cuenta, corrió hacia ese grito, Fue solo unos pasos más adelante que la vió...

Un fino rayo de sol se derramó sobre su rostro. Rayan, que había elegido echarse bajo el tronco de un gran árbol para acampar, abrió lentamente los ojos. Su pupila vertical se adaptó a la intensa luz haciéndose una rendija. Se incorporó, los últimos rastros del sueño le abandonaban de a poco. Si bien las estancias que él tenía en la fortaleza de su padre no eran tan suntuosas como las de sus hermanos mayores, ciertamente eran mucho mejores que dormir en el suelo. Rayan tenía el cuerpo agarrotado y la espalda le estaba matando. Recordó los últimos momentos del sueño y meneó la cabeza.

—Otra vez la misma pesadilla —se incorporó y se estiró para descolgar su morral que había puesto en lo alto de una rama. Trató de no pensar en eso. Era mejor olvidar. No era él el culpable. No lo era. Sacó el pan duro y comenzó a mordisquearlo—. Ah, desayuno, la comida más importante del día —dijo para sí mismo. Mientras menos pensara en lo que vio en la fortaleza, mejor para su cordura.

Siguió así su viaje hacia el sur. Usó el sol para orientarse y, cada tanto, marcaba los árboles por donde pasaba con un puñal que llevaba al cinto.

Más al norte, las áridas tierras del dominio del rey demonio, donde el sol no penetra entre los grises cielos y donde llueve ceniza, estaban repletas de depredadores y carroñeros que no hacían muchos reparos en distinguir una criatura muerta de una que estaba durmiendo. Esta lección Rayan la aprendió de la peor manera cuando una hiena casi le arrancó la garganta mientras dormía. Rayan, que en esos días tenía el sueño muy ligero, la abrió en canal con un golpe de su sable demoníaco y, aunque estuvo tentado a comerse al animal, tenía miedo de que alguna parte del carroñero tuviera algo infeccioso. Aparte, Rayan nunca en sus dos vidas había ido de cacería. No tenía ni idea de cómo debía despellejar al animal o de cocinarlo de modo que no le provocara sarampión, salmonela, tifoidea o algo peor.

—Supongo que seguimos siendo solo tú y yo, amigo mío —dijo mientras balanceaba su sable demoníaco en un amplio arco para cortar un zarzal que estorbaba el paso. La hoja curva cortó la hierba como si fuera mantequilla y Rayan vio con agrado cómo parte de las zarzas caían lejos de su camino.

Miró su espada. Era un sable austero de negro acero, ligero pero duro. En la cruz de la empuñadura, un rostro le devolvía la mirada. Un rostro demoníaco. Los cuernos de este fungían como guarda manos y el perpetuo ceño fruncido de la figura destacaba con un par de brillantes ojos afilados hechos de rubí. Estos, por toda respuesta, parpadearon pero no le contestaron.

La espada era realmente un demonio atado en forma de espada. Algo que aprendió durante sus estudios de la hechicería era que los demonios tenían una variedad de formas incontables. Los había que podrían pasar por humanoides y los había que parecían bestias sacadas de una pesadilla. Estos últimos eran comúnmente usados como monturas. Y por último, estaban los demonios que parecían artefactos. Por ejemplo, la espada que Rayan tenía y que tanto esfuerzo le costó invocar y atar a su voluntad.

Esa era un arma resistente, intrínsecamente mágica y, aunque era un demonio, no era lo bastante inteligente como para ser una amenaza si se llegaba a salir del control de Rayan. A fin de cuentas, era solo una espada.

—Una espada que parpadea, te mira feo y corta casi todo; pero una espada a fin de cuentas —dijo cuando mostró orgulloso a su nuevo esclavo demoníaco a sus hermanos menores, otros hijos bastardos del rey demonio. Estos habían mirado con asombro su logro, aunque los hermanos mayores solo fingieron interés y luego regresaron a sus asuntos. Ellos estaban acostumbrados a ver cosas más impresionantes. Solo Mefist, su mentor y hermano, parecía interesado en sus avances. Puede que quisiera algo de él. Ningún demonio hace lo que hace por simple altruismo, mucho menos Mefist, el hijo preferido, el príncipe perfecto.

Rayan trató de evitar pensar en eso mientras continuaba su marcha hacia el sur. Guiándose por el sol y evitando volar al menos de momento, finalmente, tras un largo día de viaje, alcanzó a vislumbrar su destino.

Rayan apartó un helecho de su camino con un golpe de su sable. Al apartarlo, notó que estaba en la cima de una quebrada que se elevaba por encima de las copas de los árboles más abajo. Se acercó al borde y hizo una visera con su mano. A la distancia, erguida más allá del bosque, una inmensa muralla se extendía de lado a lado a lo largo del horizonte. El muro de la Marca del Norte, la frontera del reino de los hombres. Hecho para repeler las invasiones de los demonios. Rayan rió para sí.

—Te lo juro, si ese muro está hecho de hielo me voy a cagar de la risa —dijo a su sable, el cual, por supuesto, no le contestó. Solo se limitó a mirarle con sus ojos de rubí. Parpadeó un par de veces. Rayan suspiró resignado—. Mierda, ¿por qué no mejor invoqué a algo que pudiera al menos insultarme? Esto me volverá loco si no encuentro alguien con quien pueda charlar.

Rayan desplegó sus alas, dio un poderoso salto y emprendió el vuelo hacia el muro.


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