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96.55% EL MUNDO DE LOS HISTRIONICOS / Chapter 28: 7-El robot que no consume néctar.

Bab 28: 7-El robot que no consume néctar.

7.1

Nada más recorrer unos cuantos metros, los recibieron miles de mariposas grandes y coloridas, bañadas por la luz del sol. A diferencia del bosque de los eucaliptos, que era más frío y lluvioso; aquí había una embriagadora calidez y serenidad dentro de un paisaje florido y místico.

Oliver no pudo ocultar su emoción al presenciar como ingresaba la luz a los sitios más recónditos. Pese a su deteriorado estado de salud y a su extrema palidez, Oliver se animó a caminar por su cuenta y a explorar a las mariposas que gustosas sobrevolaban alrededor de los arbustos.

Desde que despertó, luego de casi morir ahogado, guardó silencio ante la vergüenza por rendirse a la primera dificultad. Ese era su comportamiento en el mundo real. Siempre que tenía algún problema, salía huyendo; si debía exponer un tema en el salón, faltaba a clases; si le ordenaban participar en un bailable, no asistía a la escuela.

«Papá tiene razón, soy un cobarde».

Enseguida, un halo de luz descendió en forma de onda para iluminar un letrero de madera desgastada, la cual nombraba al bosque como "El Ejido del Rosario". Luego, una pequeña mariposa de color negro, con alas naranjas, se posó sobre aquel letrero para darles la bienvenida a los visitantes.

Oliver observó que las dos alas de la mariposa estaban delineadas con venas negras y manchas blancas en medio de un naranja pálido. La reconoció al instante como la que emigra cada año de una sierra a otra, atravesando tres países, hasta llegar a su santuario.

En definitiva, verlas volar juntas y revolotear de un árbol a otro era un fenómeno natural que demostraba lo que es el verdadero trabajo en equipo, la lealtad y el compromiso.

«La unión hace la fuerza», recordó Oliver con una sonrisa.

De pronto, frente al niño, se formó una espesa neblina grisácea que ocultó la vegetación y a las mariposas que volaban de un lugar al otro. Oliver frunció el ceño, molesto por verse envuelto en otra alucinación.

A estas alturas, más que miedo le producía coraje sentirse burlado, utilizado y atacado por una dimensión que ya lo traía de encuentro. Pese a ello, se armó de valor para esparcir el humo con las manos durante varios minutos, pero fue en vano. Cada vez que avanzaba, tenía que despejar el camino, pues la neblina impedía la visibilidad.

Más tarde, los rayos solares comenzaron a bañar al niño en una poderosa estela de luz que, al resplandecer, destruyeron la bruma como por arte de magia. Oliver esperó a que la luz desapareciera para abrir los ojos y, cuando lo hizo, se encontró en medio de una plaza bordeada de nogales. Lugar donde solía jugar. El niño corrió por el sendero que atravesaba el lugar para recoger las nueces depositadas en el suelo.

—Uno, dos, tres…— comenzó la mujer tapando sus ojos para que su hijo pudiera esconderse.

Oliver se giró hacia dónde provenía la voz de aquella mujer a la que de inmediato reconoció. Ella no se molestó en ocultar la emoción y la expectativa que le generaba jugar junto a su hijo. Melinda caminó hacia un árbol y luego procedió a tapar sus ojos con las manos, una vez más, sin dejar de contar los números del uno al diez.

Un pequeño Oliver de cinco años y medio atravesó la vereda rumbo al otro extremo de donde su madre aguardaba. El niño sonrió aceptando la invitación a participar en el juego y sin demora comenzó a buscar un lugar adecuado para esconderse. Entre que no se decidía por el escondite perfecto y que su madre pronto dejaría de contar; se metió en un hueco formado por varias piedras grandes, delante de un pequeño riachuelo.

—Diez… ¡Ahora!, ¿Dónde estás? — preguntó Melinda simulando una voz infantil, en modo juguetón — ¿dónde se habrá escondido el niño más hermoso de todo el universo? — continuó.

Melinda caminó sigilosamente hacia a un árbol, pero no lo encontró. Prosiguió a revisar en un arbusto y el resultado fue el mismo. Ya cuando se iba a dar por vencida, escuchó el tronido de una rama detrás de ella. Siguiendo la dirección del ruido, se acercó a las piedras que estaban a varios metros de distancia.

—¡No puede ser!, ¡no encuentro a mi hijo por ningún lado!, ¿Dónde estará? — exclamó la mujer divertida.

Oliver tapó su boca para contener la risa que le generaba vencer a su madre en el juego. Entonces, la mujer caminó hacia las rocas y cuando estaba por atrapar a su hijo, éste saltó para asustarla.

Sin embargo, quien se encontraba frente al niño no era su madre, sino una mariposa robot de tamaño humano con dos alas enormes, desplegadas en todo su esplendor. Oliver gritó asustado por la impresión al ver a ese robot con cara de hormiga.

—Oliver, tranquilo. Tuviste otra alucinación — tranquilizó Adam que sujetó al niño para evitar que cayera de espaldas al suelo.

Oliver negó con la cabeza en repetidas ocasiones. Afirmó que no era producto de su imaginación; que más bien se trataba de uno de los pocos recuerdos que atesoraba junto a su madre. La mariposa robot parpadeó dos veces, luego descendió, levantando ráfagas de polvo y hojas de árbol.

—Extrañas a tu madre — afirmó la mariposa.

El niño la observó detenidamente, había algo en ella que le parecía familiar y pronto obtuvo la respuesta: «¿es la mariposa que siempre me ha seguido?», pensó en la pequeña mariposa azul de embriagadora luz que resplandece en los momentos de mucha tensión. Sobre todo, cuando ha perdido las esperanzas. En menos de lo que canta un gallo, Nahla negó con la cabeza. El chico retrocedió:

—¡Tú! — apuntó a la mariposa.

Nahla guardó silencio.

El conejo robot se acercó al chico por detrás y lo sostuvo de los hombros:

—Oliver, estás muy nervioso y se entiende por todo lo que has vivido. Si no aprendes a controlar tu mente, me temo que nuca regresarás a casa — advirtió Hari modulando su voz de modo que el niño no se sintiera regañado.

Oliver tuvo que enfrentar una cruda realidad: el mundo virtual de los histriónicos juega con las emociones no gestionadas. Aunque duró muy poco a comparación de los otros engaños, aquí sintió lo que en verdad significaba ser querido y tomado en cuenta. Casi desde que Oliver ingresó a la escuela primera, las cosas cambiaron para mal, pues, a partir de entonces, todo se trató de estudiar.

Enseguida, algunas conjeturas llegaron a su mente: «¿en qué momento dejé de sonreír?, ¿Cuándo dejé de jugar?, ¿por qué nunca pude tener una vida normal como los demás niños?».

Por aquel entonces, Oliver era un niño de cinco años que todavía no estaba inmerso en el mundo estricto de las reglas y la perfección. Y siendo muy pequeño, podía jugar a las escondidas, brincar la cuerda, andar en bicicleta o salir por las tardes para jugar con los vecinitos, sin que terminara en una reprimenda verbal y psicológica.

—Así nos divertíamos mi mamá y yo cuando era más pequeño — reveló el niño con un hilo de voz. Luego su mirada quedó perdida en su reflejo impregnado en el agua del estanque.

—Lo siento, se veía como un engaño generado por el mundo virtual. Todo es mi culpa — se limitó a decir Hari soltando al niño.

—¿Por qué lo sentirías? Los robots no sienten — cuestionó Oliver haciendo un puchero. Estaba muy molesto y, a la vez, seguía avergonzado.

—Es verdad, no podemos sentir — consintió Adam. Luego miró al niño — Después de todo, creo que nunca tuve sentimientos, ¿no es así?

Oliver mantuvo el contacto visual con el robot fabricado por el señor Tavares. Los ojos de Adam ya no eran los mismos, se veían más hundidos y sin aquel brillo característico que le recordaba a cierta persona de su entorno familiar, a pesar de estar compuesto de fierro y circuitos. El robot víbora se alejó del niño en cuanto sintió el escrutinio sobre él.

—Hari ¿Qué le pasa a Adam? — preguntó Oliver al conejo robot.

—Quizás sea por la transición o el reseteo, cualquiera de las dos. En este momento es difícil saber. Es un hecho que se volvió más torpe desde que Oriol lo arrojó al río— contestó Hari. Aunque el robot también comenzaba a tener ciertas dudas respecto de Adam.

—¿Por eso no me pudo ayudar en el lago?

—En efecto.

—No lo sé…Adam parece diferente.

—Bueno, tú has convivido más tiempo con él, algo debes saber respecto a su comportamiento.

—Solo lo vi un par de veces antes de ingresar a este mundo.

Las orejas del conejo se doblaron hasta ocultar los laterales de su cabeza, mientras ladeaba la cabeza para observar los gestos del pequeño. Sin embargo, Oliver mantuvo su atención en el robot víbora, el cual y había atravesado el riachuelo. En ese instante, la mariposa se plantó ante el niño haciendo que saltará de un brinco, asustado por la repentina invasión a su espacio personal. 

Nahla no era la típica mariposa que el niño se había imaginado cuando los marsupiales la mencionaron. Ahora sospechaba que aquella era la misma que lo ha seguido en varias oportunidades, incluso antes de ingresar a la dimensión. Ver a ese robot con apariencia deforme, le causaba incomodidad.

 

Para Oliver, aquella mariposa se convierte en el autómata de mayor tamaño que haya visto durante su travesía por el mundo virtual, con excepción del gigante que perseguía a Hari. También, es la que posee más detalles vistosos, los cuales resaltan a pesar de su elegante piel azulada.

El robot poseía alas iridiscentes con patrones circulares; patas largas, flexibles y articuladas. Su cuerpo, hecho de material ligero y resistente, albergaba sensores ultrasónicos y cámaras de alta definición. La cabeza de Nahla se parecía más al de una hormiga que a las de su género, equipada con antenas que le permitían interactuar con su entorno.

La mariposa robot saludó a Hari y a Adam con una suave voz femenina mecanizada:

—Es un gusto verlos, y es extraño ver a este jovencito. ¿Cómo te llamas? — le preguntó a Oliver.

El niño vaciló en contestar, incluso estuvo a punto de mentir en cuanto a revelar su nombre.

—Oliver — resopló sin mirarla a los ojos, resignado.

—Mucho gusto, Oliver — respondió Nahla, luego centró su atención en Hari —Acabo de ver a la niña Emma…mmm… La veo desorientada, mi estimado. Considero que debes apresurarte a recuperarla y regresarla a su mundo.

—¿Hacia dónde se fue? — inquirió el conejo.

—A estas alturas ya estaría dentro de las grutas, pero me preocupa quién pueda estar interesada en la niña.

—Está bien, me encargaré de ella. Nosotros también vamos hacia allá.

—A ti jamás te había visto por estos rumbos. ¿Qué clase de Histriónico eres y cuál es tu misión en el mundo virtual? — interrogó Nahla a Adam.

—No es de incumbencia — respondió Adam con voz monótona, cansado de dar explicaciones — de todas formas, no hay mucha información en mi base de datos.

La mariposa se elevó sobre su altura para concentrar la atención del robot víbora. Las alas de Nahla comenzaron a ventear y a revolver la tierra junto con las hojas marchitas derramadas en el suelo. De su abdomen surgió una turbina de imanes, misma que atrajo a su interior ráfagas de viento. En consecuencia, las alas del robot comenzaron a desprender energía que, aparte de irradiar calor, también se encargaron de eliminar la neblina dispersa en el bosque. De esta forma, Nahla pudo analizar toda la constitución de Adam, de pies a cabeza.

—Tienes razón, aunque tu origen sea incierto, todavía perteneces a este lugar. Eres un histriónico como cualquiera de nosotros — reveló la mariposa robot luego de un breve, pero incómodo silencio.

—Nahla, necesitamos tu ayuda para que Oliver pueda volver a casa. Cómo pudiste observar hace un momento, tiene alucinaciones y cada vez son más frecuentes y tormentosas— interrumpió Hari.

Nahla entrecerró los ojos hacia el conejo robot. Enseguida, le regaló una mirada inquisitiva a Adam, lo que dio a entender que tendrían una conversación futura. Oliver ralentizó su respiración ante la expectativa de lo que sucedería a continuación, pues temió que, en cualquier, atacara a los robots. Aunque, por las condiciones en las que Adam se encontraba, era seguro que se convertiría en chatarra al recibir el primer golpe.

Entonces, la mariposa concentró su mirada sobre sus pequeñas compañeras de color negro que merodeaban en el bosque. No le agradaba la idea de abandonarlas, ya que no era el momento idóneo. Las mariposas necesitaban recargarse de energía suficiente para llegar a su destino.

En el mundo real, ellas realizan un largo viaje ininterrumpido que implica dejar las montañas rocosas hasta llegar, a su hogar, a la Reserva de la Biosfera. Su misión es tan grande y agotadora que necesitan ayuda para sobrevivir, tanto de las condiciones del clima como de la intervención del humano. La Reserva está en peligro debido a la tala ilegal, a las plantaciones ilegales de aguacate y por la extracción desmedida del agua.

 Entonces, la mariposa robot cortó la distancia que la separaba del niño, ocasionando que el niño retrocediera hasta caer de un sentón. El conejo empujó a Adam al observar cómo se levantaba de un salto para defender al niño. la tensión entre ambos robots aumentó, aunque ninguno de ellos dio indicios de proceder.

—¿Me tienes miedo? — cuestionó Nahla con una voz suave y al mismo tiempo autoritaria. El robot se posicionó su cabeza a escasos centímetros de la mirada de Oliver.

Oliver negó con la cabeza, aunque en su cara se notaba todo lo contrario.

—Me crearon para proteger la vida, pero he visto como esas vidas han traicionado y asesinado a otros de su especie bajo la razón que sea. El ser humano es el peor monstruo que existe en la tierra que no dudará en acabar con aquellos que se interpongan en sus intereses — explicó Nahla.

—Eres la protectora del santuario, por supuesto que entendemos tu dilema. Oliver no es tu enemigo — defendió el conejo.

Oliver tragó saliva con dificultad mientras permanecía en su sitio ya su cuerpo no estaba respondiendo a los pensamientos de alerta.

—Puedo llevarlo — aceptó Nahla tras deliberar por varios minutos — pero solo lo haré hasta el balcón de la cueva.

«¿Por qué todos los robots dicen lo mismo?, ¿no se supone que su prioridad son los humanos?», se cuestionó Oliver.

Nahla giró la cabeza para mirarlo a los ojos:

—Para ti, ¿Quién vale más?, ¿tu o la mariposa?

Oliver, asustado, miró primero al conejo robot, luego a su interlocutora:

— ¿Puedes leer mi mente?

—Todos los histriónicos, nivel dos, tenemos acceso a los pensamientos; los percibimos y desciframos — respondió Nahla.

—Hari, ¿tú también puedes hacer eso?

—Podía antes de que se activará mi reserva de energía — contestó el conejo.

—Ahora lo entiendo todo. Oriol y Kiba lo hicieron, pero, ¿Adam también puede?

El conejo robot negó con la cabeza.

—No has respondido — observó Nahla.

—Creo que…no lo soy. Quiero decir, somos iguales — respondió el niño entre pausas.

—¿Qué tonterías dices? — se molestó el robot víbora, a lo lejos. Adam avanzó hacia la mariposa —nadie puede comparar a un ser humano con un animal.

—Estoy de acuerdo, histriónico. Ahora te preguntaré a ti, ¿qué vale más?, ¿tu existencia o la de un ser humano?

Ante la inesperada pregunta, Adam guardó silencio. Aunque podía mentir sin problema alguna, no le sentó bien la sensación de vacío que su mente humana comenzaba a sentir.

—La respuesta es muy sencilla, vale más la vida humana — intervino Hari rompiendo con el silencio sepulcral que se apoderó del santuario, a pesar de ruido de agua en el riachuelo.

La mariposa robot se dirigió al niño para explicarle que su vida es igual de importante que la de una mariposa. La diferencia radica al momento de elegir a cuál de los dos salvará ante una situación de peligro.

—Té llevaré a las grutas — accedió Nahla.


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