No lo soporto más. Eso es lo que cualquier persona con algo de raciocinio pensaría, pero no yo. Verlo allí de pie, en la terraza, masturbándose mientras me miraba, ha sido una experiencia... Única, supongo. Y lo peor es darme cuenta de lo cachondo que me ha puesto. Pero no solo la situación, sino él. Tengo ojos en la cara, igual que todo el mundo, y veo lo que todos pueden ver. Alex Zabel es uno de los hombres más atractivos que he conocido jamás, pero es tan... Inaccesible. Todo el mundo lo sabe, si quieres al Gran Emperador tendrás que conformarte con ser un polvo, o varios, pero nada fuera de sexo. Enseguida se me viene a la cabeza lo que me dijo Shawn Froste el otro día, cuando salía de su despacho.
"Anímate a probar, merecerá la pena."
Y lo peor de todo es que parecía tan seguro de sus palabras... Suspiro, me quito el bañador, lo dejo sobre una silla para que se seque y me pongo un pantalón de chándal corto. Es entonces cuando me doy cuenta de que tengo una erección. ¡Venga ya! ¿Y ahora qué hago con esto? Intento olvidarme y entro en la cocina a prepararme un café justo cuando vuelve a aparecer Alex. Siento cómo me observa o, más bien, me analiza y yo trato de mantener una respiración controlada, recordarme que es mi jefe y que lo que yo quiero no es algo que él me pueda dar. A mí no me vale con ser un polvo más.
—Buenos días —saluda él, como si nada. Yo me aclaro la garganta y le devuelvo el saludo—. Sí que has madrugado.
—Me gusta hacer algo de deporte todos los días para mantener el cuerpo en forma, siempre me levanto pronto para tener tiempo antes de que te despiertes —digo y él asiente, satisfecho y sorprendido a partes iguales.
—Hoy nos quedaremos en casa, quiero aprovechar que estoy aquí para descansar de tanto revuelo —me informa.
—De acuerdo —respondo, atreviéndome a mirarlo, y hay algo en sus ojos que me revuelve el estómago, pero en el sentido en el que hace que la polla me duela. ¿Cómo puedo desear tanto a alguien sin motivo alguno?
Nos sostenemos la mirada, en silencio, y él se acerca despacio, apoyándose en la encimera de la cocina. Esboza una sonrisa que parece inocente, pero siento que en el fondo intenta provocarme y mi respiración se vuelve pausada y profunda. Nada me gustaría más que dejarme llevar por él, por su tentación, pero no queremos lo mismo y estoy seguro de que acabaría siendo un problema. Y aun así... Está tan bueno que... ¿Y si fuera solo una vez? Solo para quitarme las ganas, nada más.
—Voy a sentarme fuera —anuncia Alex, asegurándose de rozar su brazo contra el mío cuando pasa a mi lado.
—Sí, yo... Voy a darme una ducha, si no te importa.
—En absoluto —responde, volviendo a mirarme con la misma sonrisa.
Espero a que se dé la vuelta y casi escapo corriendo escaleras arriba. Entro en el dormitorio, cierro la puerta y voy directo al cuarto de baño. Abro el grifo de la ducha, cojo una toalla y no espero ni a que se caliente el agua para meterme debajo de la alcachofa. Esto es horrible. Suspiro, pero no consigo aliviarme y, al final, acabo cediendo a la tentación. Me toco el pene despacio, dudando a cada movimiento, y jadeo mientras me apoyo con un brazo en la pared, sin dejar de masturbarme.
—¿Por qué me lo pones tan difícil, Alex? —maldigo en voz baja.
Mis caderas empiezan a moverse solas y jadeo una vez más, follándome mi propia mano con un único pensamiento en mente. Alex Zabel. El orgasmo es arrollador, el chorro de semen mancha toda la pared de la ducha y yo me apoyo de rodillas en el suelo, incapaz de sostenerme de pie. Cuando me recompongo, limpio la pared y mi propio cuerpo, me doy una ducha fría y salgo del baño con una toalla enroscada la cintura.
El día transcurre con relativa normalidad y, de hecho, ninguno de los dos menciona el incidente de la mañana y menos aún mi escapada exprés a ducharme con la polla como un bloque de hormigón armado, porque no me cabe ninguna duda de que lo vio. A la noche, decido preparar algo rápido de comer y dejo un plato para él en la encimera, pero me siento en la terraza a comer.
—No hacía falta que te molestaras. —La voz de Alex llama mi atención y me giro, viendo cómo se acerca para sentarse a mi lado.
—No ha sido ninguna molestia, había comida más que de sobra —respondo, restándole importancia, y él me mira intrigado, pero no dice nada.
¿Qué es lo que pasa? Si hay dos pechugas de pollo en la nevera, no me cuesta nada hacer las dos en vez de solo una. Además, que un plato de pollo con arroz, por más salsa que lleve, no tiene nada de especial.
—¿Puedo hacerte una pregunta un poco rara? —dice, levantándose para acomodarse en la tumbona.
—Supongo, sí —respondo, temiendo que sea otra de sus preguntas demasiado personales.
—¿Por qué estás aquí? —añade él, mirándome. Bueno, ni tan mal, pero... ¿qué le puedo decir? ¿Acaso se espera algo concreto?
—Es mi trabajo —digo, incapaz de entender a dónde quiere llegar con esto.
—Sí, vale, pero ¿por qué este y no cualquier otro? —insiste, y yo me encojo de hombros—. Han pasado al menos quince personas por aquí antes que tú y, aun así... Nunca nadie se había molestado en hacer su trabajo, no igual que tú.
—Quizás porque soy el primero que no se espera algo a cambio de hacer lo que tiene que hacer —respondo y, al principio, me da la sensación de que no entiende a qué me refiero, luego parece que se molesta, pero no me dice nada y me levanto a recoger los platos.
—Gracias, estaba estupendo —dice él, apartando la mirada con el ceño fruncido. Lo miro durante unos segundos, dudando si intentar arreglarlo o no, y me voy a la cocina. Dejo todo recogido y limpio y regreso al jardín, a sentarme en la tumbona que está a su lado.
—Mi trabajo es protegerte y eso es lo que voy a hacer —digo y sé que llamo su atención, a pesar de que evite mirarme—. Lo de la cena ha sido pura amabilidad, había comida de sobra para hacer y no me costaba nada echar un poco más.
—Nadie es amable conmigo, Rhys, y tampoco se molestan en hacer su trabajo, solo quieren el status que conlleva estar aquí —responde, sentándose para poder mirarme. Yo giro la cabeza hacia él, colocando mis manos por detrás, y esbozo una sonrisa. Sí, el estatus y el polvo.
Me da la sensación de que está teniendo una lucha interna, como si no supiera qué hacer o qué decir, y a mí ni se me ocurre comentar algo que pueda influir en ella. De hecho, no digo nada. Él se levanta de repente, me da las buenas noches y se va.