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La energía que irradiaba de la enorme lanza sagrada suprimía a Nial.
Estaba demasiado exhausto para mover su cuerpo y cada movimiento le hacía crujir huesos y músculos. Su rostro estaba desprovisto de toda su sangre y el cuerpo de Nial estaba helado como el hielo.
No estaba mejor que un muerto viviente. Era una visión aterradora de contemplar y el Ángel ni siquiera quería pensar cómo debía sentirse estar en los zapatos de Nial en este momento, pero Nial no se rindió.
Su mente estaba hecha puré y su cuerpo estaba al borde de desgarrarse debido a toda la tensión que tuvo que soportar.
Sus propios poderes tenían la culpa de esto porque le habían permitido alcanzar una habilidad de combate a la que aún no se suponía que llegara.
Sin embargo, Nial quería más... necesitaba más. No podía rendirse ahora mismo.
Bella tenía que morir, ¡no podía escapar con vida!