Max observó cómo la esperanza desaparecía de los ojos del Cardenal, siendo reemplazada por horror ante la acción que la sugestión hipnótica iba a hacerle cometer. En su mente, el frasco contenía un elixir de la Voluntad Divina que mantendría los secretos de la Sagrada Verdad a salvo de los interrogadores, pero una vez que escuchó el nombre del veneno, la sugestión se rompió y se dio cuenta de que sus superiores lo habían lavado el cerebro para que se suicidara si le preguntaban sobre la seguridad de la Sagrada Verdad.
Esta revelación fue facilitada por el Ilítido, que notó la interferencia mental casi de inmediato, a pesar de no estar en la habitación con ellos. Su especie era muy sensible a tales cosas, y los pensamientos de los demás eran como un ruido de fondo en una habitación para ellos. Los ruidos disonantes de la interferencia eran inmediatamente claros, como uñas rasgando una pizarra o un mal remix de una canción familiar.