Tyra era pequeña. Era una Omega. Siempre parecía débil.
Físicamente, era imposible que hiciera daño incluso a la más débil de las sirvientas Beta del palacio. Pero el tipo de aura que desprendía mientras miraba por la alta ventana era suficiente para hacer que los tres guardias detrás de ella se sintieran muy incómodos.
No era tan estúpida como para caminar sola. A estas alturas, sabía que era la más odiada del palacio, y esa sensación le brindaba gran alegría. Porque ahora, nadie la veía como una Princesa frágil. Estaba en los pensamientos de todos, y le temían. En lugar de simplemente pasar por su lado con un pequeño gesto de reconocimiento, huían en dirección opuesta cuando notaban su sombra.
Pero alguien estaba destinado a dificultarle las cosas.
Tyra observaba cómo las madres se reunían alegremente con sus hijos y los llevaban de vuelta al palacio. Observaba cómo los padres, que finalmente habían terminado con la asamblea de la mañana, intentaban alcanzar a sus familias.