—Me duele la cabeza —se quejó Williams—, pidiéndole que lo levantara despacio mientras ella le daba el agua.
—Lo siento... Mi Señor —se disculpó torpemente y lo ayudó a hacerlo suavemente. Tan pronto como notó que estaba satisfecho y él abrió los ojos casi completamente para mirarla, se sorprendió y soltó su cabeza, alejándose de inmediato y yendo a buscar el palo mientras Williams gemía por el impacto.
—Lo siento... lo siento Mi Señor, pero... tengo... miedo —Paulina lloró suavemente mientras lo miraba.
—Lo sé —lo dijo en voz baja mientras cerraba los ojos.
—Deberías irte antes de que alguien te vea aquí —se lo dijo tranquilamente.
Él tenía miedo por ella. Aparte del hecho de que sabía que su padre no lo tomaría a la ligera si la veía allí, también sabía que ya habían tocado la tercera campana.