—¿Qué tan cansada estás, mi amor? —le susurró mientras estaban enredados en los brazos del otro. Ella no entendió el propósito de su pregunta y lo abrazó más fuerte en respuesta. Él tomó eso como una señal de que ella todavía tenía energía para continuar. Una sonrisa lobuna apareció en su rostro. Sus ojos perezosamente abiertos se agrandaron cuando él comenzó a mover sus caderas de nuevo. Ella chilló, mordiéndose el labio inferior para contener los gemidos que amenazaban con salirse.
—Ahora, mi querida, ¿qué te dije sobre contenerlo? —habló él con voz ronca, apartando sus manos a su lado, exponiendo su cuerpo a él. Mantuvo el contacto visual con ella mientras sus caderas continuaban sacudiendo su mundo, haciendo cosas salvajes que dejaban su mente en un lío confuso. Su mirada se deslizó hacia abajo, maravillándose de la fina escultura conocida como su cuerpo. —¿Por qué eres tan hermosa? —gimió él.