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—Deja de babear por mí —se rió ella de su intensa mirada, esa que nunca la dejaba sin importar a dónde caminara en la habitación.
—Deberías seguir tu propio consejo —él sonrió con ironía, abriendo sus brazos para que ella se subiera en ellos.
—Justo después de que tú lo sigas —ella avanzó hacia él, fingiendo renuencia en acercarse, aunque en realidad se lanzó directo a sus brazos, acomodándose cómodamente en su abrazo con la cabeza apoyada en su pecho, su oído contra su corazón.
Yang Feng se relajó con su presencia, su hombro se volvió menos tenso. Usó un brazo para sostener su cuerpo mientras que con el otro acariciaba amorosamente su rostro. —¿Qué hay en el sobre? —preguntó él.
—Bueno, eso depende... ¿Qué has oído? —replicó ella con curiosidad.