—Cuando aprovechaste mis labios, estoy seguro de que no te causé ninguna molestia. Eras libre de hacer lo que quisieras. ¿No te sientes mal por mí? —dijo el Príncipe Theron, tocando la punta de su nariz con la de ella.
Esther no reaccionó a su burla y siguió manteniendo sus ojos y boca cerrados. Su apariencia hizo que el Príncipe Theron pensara en un conejito tonto frente a un lobo hambriento, pensando que al cerrar los ojos, el lobo se iría por sí solo.
—Si insistes en causarme inconveniencias, entonces podemos proceder con el siguiente castigo. Los uniformes de los sirvientes reales están hechos para ponerse y quitarse fácilmente, por el bien de la comodidad del trabajo. Quitarte el vestido no será tan difícil para mí —juguetoneó él, chocando su nariz contra la de ella otra vez.
Como si quisiera demostrar su punto, acarició con un dedo la suave línea de su clavícula de modo provocador. Sorprendida, Esther inmediatamente abrió los ojos y sus labios apretados se aflojaron.