—Despiértalo, necesita ver nuestra sorpresa —dijo Francisco—. Unos segundos después, le echaron agua a Robert. En medio de su tortura, que estaba siendo causada por Francisco, Robert había desmaiado por el agotamiento y el dolor extremo.
Cuando sintió el agua fría salpicar en todo su cuerpo, despertándolo y al mismo tiempo, también dándole energía.
—Será mejor que despiertes ahora. Tengo una buena sorpresa para ti —dijo Francisco contra su cara, una pequeña sonrisa bailando en sus labios mientras dejaba frente a Robert para permitir al hombre ver su sorpresa—. Delante de él, su esposa y dos hijos lo miraban con lágrimas en los ojos. Sus manos estaban atadas detrás de sus espaldas y sus bocas estaban cerradas con cinta adhesiva para impedir que emitieran cualquier sonido.