—¿Tienes hambre? —oyó que él le preguntó con una voz suave. Ella todavía no lograba acostumbrarse a tanta gentileza. Solo escucharla le hacía pensar que estaba alucinando si no fuera por el hecho de que lo oía decirlo con sus propios dos oídos.
Iryz movió inmediatamente la cabeza en señal de negación. —Comeré más tarde. No tengo tanta hambre todavía.
Otro silencio transcurrió, pero Iryz mantenía su cara enterrada en sus palmas, sin querer enfrentarlo directamente.
—Iryz... —él habló—. He traído el ungüento especial conmigo.
—¿Ungüento?
—Sí. El que te dije que conseguiría de Lilith.
Iryz bajó lentamente sus manos y lo miró. Había una pequeña sonrisa en su cara mientras le mostraba un pequeño frasco en su mano. ¿Era este el ungüento del que le había dicho que podía eliminar las cicatrices de su tortura?